Acabo de nacer. Me has sacado
de entre las sombras. Me has levantado del suelo. Me has devuelto a
la vida… Subimos la escalera hasta la Maravilla.
Ha transcurrido poco más de un
año desde que el reverenciado director Terrence Malick nos subyugara
con la que quizás sea la película más hermosa jamás rodada, El
árbol de la vida (2011),
una experiencia arrebatadoramente espiritual, un milagro
cinematográfico que trascendía lo mundano para revelar lo
trascendente de nuestra existencia y transformar cada instante, cada
fotograma, en arte. Dilapidando las convenciones narrativas asumidas
de facto,
consciente de que lo inasible de la vida no puede ser encorsetado en
meras líneas de diálogo, el texano confirmó su querencia por la
imagen como vehículo narrativo, dotándola de una densa y poética
semántica discursiva que llegaba reforzada por una extraordinaria
selección musical.
Acostumbrados como estamos a
intervalos de, como mínimo, cinco años entre cada película suya,
no deja de resultar, a
priori, sorprendente la
premura con la que To the
Wonder (2012) parece
haber sido concebida. Sin embargo, esta proximidad temporal no hace
sino corroborar su condición de anexo con respecto a El
árbol de la vida. La
ambición cosmogónica de aquélla da paso aquí a una obra de
carácter más intimista, que le permite al director radicalizar aún
más si cabe los postulados estéticos y narrativos sobre los que
vertebra su cine. Ambas, por tanto, conforman un magistral díptico
que nos permite además adentrarnos en la vida de uno de los
realizadores más importantes de su generación gracias a la
inclusión de apuntes autobiográficos esparcidos durante sus
respectivos metrajes, supliendo así buena parte del misterio que, a
día de hoy, sigue orbitando en torno al cineasta.