A mí me parece muy bello pensar en imágenes y sonidos que fluyen juntos en el tiempo y en una secuencia, creando algo que sólo puede hacerse mediante el cine. No son sólo palabras o música, sino toda una gama de elementos que se unen para componer eso que antes no existía. Se trata de contar historias. De inventar un mundo, una experiencia que la gente no tendría de no ver esa película.
(David Lynch)
a) David Lynch: Desentrañando el Gran Misterio.
Con motivo de su reciente fallecimiento, a la edad de 78 años, me gustaría aprovechar este espacio para celebrar la vida y el legado del Maestro David Keith Lynch (1946-2025).
Cineasta, artista iconoclasta, pintor, músico, genio surrealista, arquitecto de mundos soñados y practicante de meditación
trascendental. Este transgresor visionario nacido en Missoula (Montana) revolucionó nuestra manera de
entender el cine, invitándonos, con cada nueva obra, a reconsiderar todo lo que
habíamos asumido de facto sobre el lenguaje cinematográfico y nuestra propia implicación, como espectadores, en la experiencia receptiva de una película. Más allá de las modas y los convencionalismos, fue, hasta el
final de sus días, un artista impecablemente honesto y fiel a su manera de
entender el arte en sus más variadas formas de expresión, aún a riesgo de ser
condenado al ostracismo por parte de los matarifes de una industria tan acomodada como autocomplaciente.
Resulta, cuanto menos, curioso,
que en los quince años de vida de este blog no me haya atrevido nunca a publicar
algún escrito sobre el cine de David Lynch. Ningún estudio exhaustivo,
ningún tímido amago de exégesis de un universo fílmico tan intrincado e
inexpugnable como, a todas luces, fascinante. A decir verdad, el cineasta no
ha dejado nunca de estar presente, si acaso a un nivel anecdóticamente
referencial, en el alma de este peculiar e inclasificable Gabinete ficticio del
Doctor Lynch. Sin embargo, a la hora de considerar un potencial ensayo monográfico sobre su corpus fílmico, había siempre
en mí una cierta resistencia que no he llegado a entender hasta este preciso momento.
En verdad, no creo que las películas de David Lynch existan para ser, necesariamente, debatidas o sometidas a los dictámenes de un escrutinio analítico, por más que se presten a ello. Ni siquiera pienso que debamos aspirar siquiera a "entenderlas" desde los parámetros de la razón, porque desde el momento en el que se intenta desentrañar el Gran Misterio que es su cine, en ese mismo instante, el hechizo se rompe, y la magia se disuelve. La esencia se pierde, escurriéndose por entre nuestros dedos a la vez que pulsamos las teclas de nuestro portátil. Entonces nos sentimos aún más desorientados que nunca, por pretender poner en palabras algo que trasciende el ámbito de las mismas.
El cine se parece mucho a la música. Puede ser muy abstracto, pero la gente ansía darle un sentido intelectual, traducirlo a palabras. Y cuando no pueden hacerlo, se sienten frustrados. Pero si lo dejan expresarse, pueden encontrar una explicación interior.
(...) creo que las películas son como tú eres. Por eso, aunque los fotogramas de una película sean siempre los mismos - el mismo número, en la misma secuencia, con los mismos sonidos - cada proyección es distinta. A veces la diferencia es sutil, pero ahí está. Depende del público. Se crea un círculo que va del público a la película y vuelta atrás. (Lynch)
¿Qué significa Cabeza
Borradora (Eraserhead, 1977)? ¿Qué significa Inland
Empire (2006)? La gran aportación del cineasta a la
experiencia cinematográfica es, muy probablemente, el hecho de que nos enseñó a
liberarnos de lo que yo denomino "la tiranía del sentido”. El argumento más común que suelen esgrimir algunas críticas desoladoras de la obra del director se fundamenta
en la falacia de que una película es mala, simple y llanamente, porque, desde le perspectiva del que las firma, ésta “carece de sentido”. No se entiende. Seguimos, a día de hoy, sojuzgados por esa neurótica
necesidad por "comprender" desde un nivel meramente racional, y en base a ese factor dictamos sentencia a la hora
de valorar una película. Sin embargo, el cine de Lynch no puede ser afrontado desde ese talante, porque lo que el director nos propone es una vivencia inmersiva que apela a todos nuestros sentidos, tanto externos como internos, y que no busca, necesariamente, ser "entendida", sino, más bien, "experimentada" a un nivel completamente holístico.
David Lynch fue un artista integral. Un canal puro y directo a través del cual fluía a raudales la creatividad más impredecible y abrumadora. Dicha creatividad le permitía explorar la psique humana a unos niveles que pocos cineastas han alcanzado siquiera a atisbar. Nos referimos, por supuesto, a esa amalgama de símbolos y códigos que rigen subrepticiamente nuestras vidas. Nuestro inconsciente se comunica con nosotros, cada noche, a través de los sueños, y los símbolos son la materia de la que están fabricados dichos sueños. El psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) creía que los símbolos eran una puerta de acceso al inconsciente y que, bien utilizados, podían no sólo ayudarnos a comprender la psique, sino también sanar de raíz determinados trastornos psicológicos.
El trauma y los trastornos disociativos de la personalidad constituyen, de hecho, temas recurrentes en la filmografía de David Lynch. El director fue un experimentado
navegante de los mares del inconsciente colectivo, y su cine es una invitación
a zambullirnos, con él, en sus procelosas aguas. Algunos de los personajes que pueblan su cine no son sino proyecciones arquetípicas, encarnaciones esquivas de esos misterios herméticos que permean nuestra psique. Por ese motivo, nos sentimos atraídos por ellos, ya que apelan a algo muy íntimo que subyace en lo más profundo de quienes somos. Los niveles de significación en la obra de Lynch, como puede apreciarse, son múltiples y complejos; aquéllos que
tengan que revelarse para nosotros lo harán en el momento pertinente, y los que no, por más
que los persigamos, jamás los alcanzaremos.
Por todo ello, encuentro el cine
de David Lynch sumamente terapéutico, por más que, en algunas reinterpretaciones
de carácter más reduccionista, éste se vea siempre abocado a los calificativos
de "oscuro", “extraño” e incluso “perturbador”. Al director no le atraía el mundo de las apariencias, el mundo más externo y superficial que vemos a primera vista. Él intuía que, más allá de esa realidad, se escondían en las sombras otros mundos que eran, precisamente, los que a él le interesaba escudriñar. Mundos enajenados, alienados y alucinados en donde la percepción del tiempo y el espacio acaba siempre diluyéndose y que tejen un hechizo de irresistible fascinación cada vez que nos acercamos a ellos. Por eso su cine constituye una fabulosa radiografía de esa otra América que, no por estar más oculta y tejida en sombras, va a ser menos "real".
Lynch se zambulle y bucea con nosotros en esos otros mundos ilusorios que, paradójicamente, dotan de un sentido aún mayor al nuestro; al mismo tiempo, nos invita a asomarnos al abismo, a confrontar nuestra sombra, en la certeza de que jamás nos abandonará en las tupidas tinieblas de nuestro inconsciente. Su cine supone, más bien, una invitación a abrazar dicha sombra para integrarla y, en última instancia, poder trascenderla. Las
puertas están abiertas para nosotros, tan sólo debemos estar dispuestos a traspasar
el umbral y, simplemente, dejarnos llevar.
Me resulta imposible poner en palabras el verdadero alcance de la aportación del Maestro David Lynch al mundo del cine. No creo que exista otro director norteamericano con un estilo tan marcado y alejado de cualquier norma como él. Siendo fiel a su visión, acabó conformando un universo propio que ha inspirado enormemente a las generaciones de cineastas que vinieron después. Su estilo, en cierto modo, ha devenido en una suerte de género propio del que siguen nutriéndose, a día de hoy, cantidades ingentes de nuevos realizadores. Sin embargo, ninguno de ellos ha conseguido emular el impacto que sí ha tenido la obra de Lynch. A ese corpus excepcional de largometrajes estará dedicada, eminentemente, la siguiente sección del presente panegírico.
b) Un legado irrepetible.
1. Cabeza borradora (Eraserhead, 1977): (...) es mi película más espiritual. Nadie me entiende cuando lo digo, pero así es. Cabeza borradora iba desarrollándose por un camino, y yo no sabía lo que significaba. Buscaba una clave que desentrañara el significado de las secuencias. Por supuesto, la entendía en parte, pero no comprendía lo que le daba coherencia. Me estaba costando mucho. De modo que saqué la Biblia y me puse a leer. Y un día leí una frase. Y cerré la Biblia, porque ya estaba, ya estaba. Y entonces la vi como un todo. Y plasmó la visión que yo tenía, cien por cien. Creo que nunca diré qué frase fue.
Considerada como una película de culto, Cabeza borradora es sin duda una de las experiencias cinematográficas más radicales, atrevidas y portentosas de la historia del cine. Lynch empezó a trabajar en ella durante su etapa de estudiante en el American Film Institute Conservatory de Los Angeles. Obra cumbre del nuevo surrealismo, Cabeza borradora desafía no sólo todas las convenciones dramatúrgicas posibles, sino también las propias expectativas del espectador, que se ve avasallado por un caudal continuo e incontenible de sonidos industriales e imágenes que parecen haber sido conjuradas en un estado febril de alucinación, como si fueran fruto de una exorcización de los propios miedos e inseguridades de su autor. Las teorías e interpretaciones respecto al "sentido" de este gran clásico del cine norteamericano son tan profusas como limitadas en su empeño por descrifrar lo indescifrable.
2. El hombre elefante (The Elephant Man, 1980): Una rara avis dentro de la filmografía del director (¿o quizás no?). Se dice que Lynch aceptó el encargo de dirigir esta película tras darse cuenta de que, si quería realmente introducirse en la industria, la muy radical "Cabeza borradora" podría no ser, precisamente, la mejor carta de presentación. Como era de esperar, este drama biográfico sobre la vida de John Merrick (1862-1890), pese a ser más convencional (para los estándares de David Lynch, claro está), acabó siendo una obra notable que anticipaba, en cierto modo, lo que estaba por llegar.
3. Dune (1984): El productor Dino de Laurentiis (1919-2010) quería una nueva Star Wars y acabó echando por tierra lo que podría haber sido una gran película. Como adaptación de la gran obra maestra de Frank Herbert (1920-1986) es aún peor. Al menos, Lynch aprendió una valiosa lección que le ayudaría a reafirmarse como autor y cineasta, mientras que nosotros nos quedamos con los momentos más lisérgicos de la trama, que son realmente deliciosos, la estimable banda sonora del grupo Toto y, por supuesto, esa joya creada por el pope del ambient británico, Brian Eno, para el tema de la profecía. Algo es algo.
4. Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986): Después de Dune, estaba tan deprimido que cualquier cosa me hacía feliz. Era pura euforia. Y cuando trabajas con ese tipo de sentimiento, puedes correr riesgos. Puedes experimentar. Poco le importaba al director trabajar con un presupuesto reducido de 6 millones de dólares, ya que en esta ocasión se le concedió total libertad artística y el control del montaje final de la película, a diferencia de lo que sucedió en su adaptación de Dune. Por eso, rodar Terciopelo azul debió haber sido una experiencia sumamente terapéutica para él, ya que pudo volver a sus raíces surrealistas y crear desde cero una obra en donde plasmar, sin cortapisas, su visión como artista y cineasta.
El punto de partida fueron una serie de ideas que irían cristalizándose en la mente de Lynch durante un periodo de tiempo de más de diez años. Una de esas ideas sería la imagen de una oreja humana cortada y tirada en un campo: No sé por qué tenía que ser una oreja. Sólo sé que tenía que ser la abertura de alguna parte del cuerpo, un agujero hacia otra cosa... La oreja se asienta sobre la cabeza y va directamente a la mente, así que me pareció perfecta. Otro input fundamental fue la versión de Blue Velvet, popularizada en todo el mundo por Bobby Vinton en 1963; no sólo la canción en sí, sino también el estado de ánimo que iba asociado a ella, además de todas las cosas que le remitían a esa época.
Hablando de música, Terciopelo azul sería la primera colaboración del director con el compositor estadounidense de origen italiano Angelo Badalamenti (1937-2022): Conocí a Angelo Badalamenti en Terciopelo azul y desde
entonces ha compuesto la banda sonora de todas mis películas. Le
considero un hermano. Trabajamos así: a mí me gusta sentarme a su lado
en el banco del piano. Yo hablo y Angelo toca. Toca mis palabras. Pero a
veces no las entiende y toca muy mal. Entonces le digo: "No, no, no,
no, Angelo". Y cambio un poco las palabras y él toca de otra forma. Y de
algún modo mediante este proceso acaba dando con algo y le digo: "¡Eso
es!". Y entonces sigue con su magia por el camino correcto. Es muy
divertido.
En el caso concreto de Inland Empire no es cierto que no hubiera guion. Aquellos días estaba enamorado de las cámaras digitales, y con ellas era muy fácil pensar algo y después rodar la escena. Así de fácil. Algo venía a la cabeza y yo me decía: “Esta es la escena que quiero rodar”, así que la rodaba. Y nada más. Luego, días más tarde, me venía la idea para otra escena, nada que ver con la primera, me emocionaba y la rodaba. Otro poco más tarde, me venía otra idea, me emocionaba y también la rodaba. Llegados a ese punto tenía tres escenas ¡sin nada que ver las unas con las otras en absoluto! Por suerte existe una cosa a la que yo llamo Campo Unificador capaz de unirlas. Un día ocurre que tengo una idea que me gusta y que une las tres anteriores. En ese momento, la cuarta se convierte en algo que da la idea de un guion, y cuando tengo todo relacionado de ese modo, escribo el guion completo y empiezo a rodar las escenas adicionales.Todo comenzó con un encuentro con la actriz Laura Dern, que se acaba de convertir en su nueva vecina. Un buen día se encontraron y quedaron en volver a hacer algo juntos veinte años después de su colaboración en Terciopelo azul: De manera que escribí un monólogo de catorce páginas y Laura se memorizó las catorce páginas, que equivalían a una toma de unos setenta minutos. Estuvo fantástica. No podía colgarlo en internet porque era demasiado bueno, y además estaba volviéndome loco porque intuía que escondía un secreto. Y asi se me ocurrió algo más. Y ese algo más me condujo a otra escena. Pero no tenía ni idea de lo que era y carecía de sentido. (...) Pero no fue hasta mediado el proyecto cuando, de pronto, vislumbré una forma que uniría al resto, a todo lo que lo había precedido. Fue un gran día. Fue un buen día porque estuve casi seguro de que habría una película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario