domingo, 26 de enero de 2025

Flow, un mundo que salvar (Gints Zilbalodis, 2024)

  

Sinopsis: Un gato se despierta en un mundo cubierto de agua, donde la raza humana parece haber desaparecido. Busca refugio en un barco con un grupo de otros animales. Pero llevarse bien con ellos resulta ser un reto aún mayor que superar su miedo al agua. Todos tendrán que aprender a superar sus diferencias y adaptarse a este nuevo mundo en el que se encuentran.

Dirigida por el cineasta y animador letón Gints Zilbalodis, el cual también participa en las labores de guion y composición, Flow es una obra maestra excepcional y radicalmente diferente a cualquier otra película de animación que hayamos tenido el privilegio de experimentar en una sala de cine en muchísimo tiempo. Lo primero que llama la atención del espectador, por supuesto, es su singular identidad visual, reflejada, entre otras cosas, en esas desconcertantes texturas pixeladas que exhiben los animales a lo largo de todo el metraje. 

 

Al parecer, el filme ha sido renderizado, en su totalidad, a través de Blender, un software gratuito de modelado y animación 3D de código abierto, ampliamente utilizado por animadores independientes para crear gráficos tridimensionales, animaciones y diversos efectos visuales para películas o videojuegos. El director justifica esta, a priori, algo polarizante decisión arguyendo lo siguiente:

El 3D ha alcanzado un realismo total, no hay forma de ir más lejos de ahí (...) Se puede ser más expresivo con un look más estilizado. Puedes intensificar los colores, puedes encontrar formas más llamativas, y las imágenes han de ser más emotivas (...) En Flow yo quería por ejemplo enfatizar el movimiento de cámara. Quería que se sintiera como una persona real que estuviera sosteniendo una cámara y que cometiera errores, como por ejemplo no reaccionando a tiempo para registrar algo. Así sería más inmersivo y le daría una dimensión especial, usando el lenguaje del cine en acción real (...) Ir en estas direcciones simultáneas permite que parezca realista a la vez que estilizado, viéndose claramente las pinceladas en las texturas, y que terminemos hallando un equilibrio: una experiencia inmersiva a la vez que pictórica.

Es de justos reconocer que, a pesar de la ofuscación que pueda suscitar inicialmente esta elección, el estilizado look que luce la película sí que consigue, con creces, deslumbrar a la hora de retratar los distintos escenarios, naturales y arquitectónicos, por los que discurre la historia, muy especialmente los marinos. El agua es un elemento clave en la trama, y la labor de animación de los entornos acuáticos es, en verdad, excepcional.


Otra importante singularidad de Flow es su muy acertada valentía a la hora de prescindir del lenguaje como recurso (fácil) para humanizar a los distintos personajes de la película. Aunque los animales que protagonizan la historia se comunican como lo harían en el mundo real, lo más extraordinario es que, gracias a una extraordinaria labor de caracterización, las respectivas personalidades de cada uno de ellos están perfectamente delimitadas. Esta elección también va a propiciar que el espectador pueda implicarse en la trama a un nivel incluso más profundo, iluminando la, en ocasiones, críptica narrativa con sus propias interpretaciones.

El enigma inunda toda la narrativa, ya desde su mismo arranque. ¿Dónde transcurre la acción? ¿En qué línea de tiempo? Contemplamos lo que parecen ser estatuas enterradas en la tierra, tanto de animales como, también de seres humanos. ¿Testimonios silentes de otras eras, ya extinguidas? Sea como fuere, el mundo que se nos muestra en pantalla ha cambiado, y ése es uno de los ejes temáticos centrales de esta película, el ciclo inexorable de destrucción y renovación que rige nuestro universo. Mundos que se extinguen para dar paso a otros nuevos. Los acontecimientos que tienen lugar a lo largo del filme transcurrirían, precisamente, en uno de esos periodos de transición. Como elemento catalizador de esos cambios está, por supuesto, el agua, en constante flujo.


Ante la inevitabilidad del cambio, sólo caben dos posturas: resistirse o fluir con él, que es la gran lección que tendrá que aprender el felino protagonista de la película. Este concepto del flujo constante ya lo exponía el filósofo presocrático Heráclito de Éfeso, al que se le atribuye la expresión "panta rhei" (πάντα ρεῖ), cuya traducción del griego sería "todo fluye". Esta idea sería retomada por el ínclito Platón en su obra Crátilo, donde se nos revela que todo se mueve y nada permanece y en el mismo río no nos bañamos dos veces.

Posiblemente no sea casual el hecho de que el protagonista de esta obra sea un gato, animal conocido por su algo conflictiva relación con el agua. Esta posible "aversión", en el contexto de la película, se traduciría también como un cierto rechazo al cambio, lección que tendrá que aprender, muy a su pesar, a lo largo de su iniciático viaje. Sin embargo, no estará solo, ya que lo acompañarán otros animales que, igualmente, encarnarían una serie de cualidades arquetípicas.


Por un lado, encontramos un golden retriever, que (como todos los perros) representa la lealtad, el carácter protector y el espíritu del juego, algo que sí va muy en consonancia con esta idea del "libre fluir"; luego vemos una capibara, animal roedor nativo de Sudamérica, al que le encanta dormir y que encarna los valores la paz y, también, la adaptabilidad a los cambios; en tercer lugar descubrimos a un entrañable lémur de Madagascar, que se nos antoja el más "humano" de toda la troupe, si acaso por su obstinado empeño en acumular toda clase de bienes materiales durante la travesía y su renuencia a dejarlos ir; como si, en ese flujo constante de cambios, necesitara algo "estable" a lo que poder anclarse. Finalmente, aparece un pájaro secretario, originario de África, que simboliza la protección y la fuerza, y con el que el gato establecerá un vínculo especial.

Distintos animales, de procedencias diversas, tripulan esta peculiar arca de Noé que los salvará del diluvio, impelida por las aguas hacia el destino del Nuevo Mundo que está por emerger. En determinados momentos hará acto de presencia, a modo de deus ex machina, un gigantesco cetáceo parecido a una ballena, pero cuya apariencia, de alguna manera, no llega a resultarnos del todo identificable, como si se tratara de algún antepasado antediluviano o, incluso, alguna especie extraterrestre que nos invitara a cuestionarnos, una vez más, si el entorno en el que se enmarca la historia es, realmente, terráqueo.


A excepción del antiguo hogar del félido, la realidad es que gran parte de los distintos entornos por los que transcurre la travesía de los animales, desde lo que parece ser una despoblada Atlántida semianegada hasta los enigmáticos picos rocosos hacia los que se dirige la embarcación, están envueltos en un halo de inexpugnable misterio. La película juega, constantemente, a subvertir cualquier intento por identificar y localizar aquel mundo que se desmorona, provocando en el espectador una intrigante sensación de desorientación espacio-temporal que contribuye a nutrir esa sensación de fascinación que nos embarga durante todo el viaje.


Otro de los aspectos que más me llaman la atención de la película es el hecho de que, más allá del riesgo que entraña la inundación del viejo mundo y la posibilidad de perecer en las aguas del cambio, en realidad no encontramos ningún otro conflicto que busque, deliberadamente, suscitar una sensación de tensión en el espectador. Flow es, sorprendentemente, una obra muy pacífica, muy serena, muy introspectiva, y ahí radica gran parte de su excelencia. A este respecto, el director explica lo siguiente:

No hay antagonistas, solo sabemos lo que sabe el gato. Su conflicto es cómo lidiar con la naturaleza (...) En ese sentido queríamos momentos de tranquilidad a lo largo de la trama, porque la acción sería más emocionante. Esta dinámica se aleja de la animación occidental, donde siempre está pasando algo, y encaja más con la obra de Studio Ghibli, llena de planos donde la trama no progresa. Simplemente te proponen quedarte en ese momento, y reflexionar.

Flow nos propone así una experiencia inmersiva imbuida de sacralidad y alejada de todos los tópicos recurrentes en el cine de animación comercial de Hollywood. El hecho de ser, prácticamente, muda, contribuye a que el espectador pueda mirar hacia dentro y asentarse en un estado meditativo propicio a la introspección. La extraordinaria banda sonora firmada por el propio Gints Zilbalodis con la colaboración del compositor Rihards Zalupe contribuye también a hacer del visionado de esta obra una experiencia sumamente espiritual.


Por supuesto que surgen tensiones a lo largo de la película, tanto entre las distintas especies de animales que pueblan la historia como, incluso, dentro de una misma especie. Sin embargo, esto sirve al director como pretexto a la hora de subrayar la idea central sobre la que orbita Flow: la necesidad de cooperar, independientemente de nuestras diferencias, para poder construir, desde la diversidad, un Nuevo Mundo más unificado y humano.

En uno de los momentos más conmovedores de todo el filme, un pájaro secretario se enfrenta a los de su propia especie sólo para defender a los demás animales. Está dispuesto a ser desterrado con tal de defender lo que considera que es justo. Es capaz de ver más allá de las limitaciones de su propia familia para alcanzar una comprensión mucho más profunda de lo que significa la unidad con el todo. Como consecuencia de su disidencia, es abandonado por los suyos, los cuales no dudan antes en romperle una de sus alas para privarle del don de volar y confinarlo, así, al plano terrenal por el que se desenvuelven, precisamente, aquéllos a los que quiso ayudar. Fue forzado, por tanto, a renunciar a su naturaleza como pájaro para convertirse en uno más de ellos.


En muchas culturas indígenas ancestrales, aves como el águila, el halcón o el cóndor han encarnado cualidades como la visión, la libertad o la conexión con la divinidad. Son mensajeros de los dioses que tienden un puente entre lo terrenal y lo celestial; desde la privilegiada perspectiva que les brinda el vuelo, pueden ver claramente todo aquello que se despliega ante y bajo sus ojos, y están libres de las limitaciones humanas. Por ese motivo, son guías por naturaleza, de tal modo que, que cuando el pájaro secretario se ve obligado a unirse a aquéllos a los que defendió, su posición dentro del arca no será otra sino la de guiar la embarcación.

La voluntad de auto-sacrificio, protección y servicio a los demás de la que hace alarde el pájaro se verá recompensada tan pronto llegan a su destino, aquella críptica conglomeración de picos rocosos que parecen conformar una suerte de portal cósmico, un puente entre dimensiones, desde el que (¿a través del cual?) veremos emerger el Nuevo Mundo. En ese momento el pájaro emprenderá el vuelo hacia la cúspide, y el gato lo seguirá raudo hasta conseguir reunirse allí con su benefactor.



Entonces tendrá lugar la que considero que es una de las secuencias más maravillosamente espirituales de toda la historia del cine de animación. En un momento de arrebatadora trascendencia mística, asistiremos al proceso de ascensión del ave, absorbido en un sublime carrusel de luces, orbes, nebulosas iridiscentes y sonidos celestiales. Por más que el gato parece estar dispuesto a acompañarlo y abandonar también aquel plano de existencia, el pájaro le recuerda que su labor ahí aún no está acabada, impulsándolo, con un suave movimiento de sus alas, de vuelta al mundo convulso que debe ayudar a reconstruir.


                                    


La integración de las evocadoras y etéreas imágenes con la expansiva música ambiental del score, la cual remite a los trabajos más excelsos de Brian Eno, Constance Demby (1939-2021), Michael Stearns, Steve Roach y otros grandes popes del ambient en su vertiente más cósmica, garantizan una experiencia realmente extática que permanece grabada en nuestra mente y nuestra misma alma una vez finalizada la película.


Las mismas aguas que una vez engulleron un Mundo viejo y decrépito serán las encargadas de dar a luz a uno nuevo, el cual brotará con brío en una indómita explosión de colores pardos y verdosos en diferentes tonalidades. Para entonces los animales han recorrido ya un viaje tanto físico como espiritual, aunque todavía les aguarda una prueba más que superar. La barcaza que les había salvado de perecer ahogados tras la gran inundación ha quedado suspendida, tras el abrupto descenso de las aguas, en la inestable rama de un árbol, la cual amenaza con quebrarse y precipitarla así a un vacío letal. Esto no tendría que ser un gran problema si no fuera porque la indefensa capibara se encuentra atrapada en la embarcación.

Los animales deberán aunar fuerzas y cooperar para poder rescatar a su compañera de viaje. En un momento notoriamente significativo, se nos muestra cómo, ante una fuente externa de distracción, la jauría de perros que los acompañaran durante parte de la travesía abandona al grupo a su suerte; el golden retriever será el único perro que permanecerá con sus amigos en el proceso de rescate de la capibara, demostrando que ha logrado trascender el impulso de su naturaleza animal en pos del bien común. El proceso de alquimia interna está consumado.


El último plano de la película nos devuelve al imponente cetáceo, al que creíamos ya muerto, surcando de nuevo los mares (¿comienzo de un nuevo ciclo, tal vez?), testigo impasible del discurrir de los tiempos y custodio inmortal de las memorias almacenadas en las aguas planetarias; memorias de este mundo, los que lo precedieron y los que todavía aguardan, impasibles, su momento para emerger y reclamar su momento en este ciclo perpetuo de degeneración y regeneración del que, voluntaria o involuntariamente, todos formamos parte.

En definitiva, son muchos los méritos que atesora esta joya, reconocidos en la pasada ceremonia de los Globos de Oro, en donde se alzó con el galardón en la categoría de Mejor Película Animada. Uno de los más importantes, tratándose de una obra prácticamente muda, tendría que ver, inevitablemente, con el apartado estrictamente musical de la obra. El polifacético cineasta letón comenzó creando, por su cuenta, una serie de bocetos musicales mientras se encontraba todavía en el proceso de desarrollo del guion, lo cual no sólo le serviría de ayuda a la hora de comprender el ritmo y el tono de la película, sino que también le aportaría ideas acerca de cómo iría evolucionando la historia. Zilbalodis no necesitó, por tanto, recurrir a los temp-tracks durante el proceso de edición, ya que disponía de su propia música. Es por esto que la banda sonora de Flow está verdaderamente integrada en el corazón del filme. 


Una vez finalizado el proceso de edición, el director entendió que había alcanzado los límites de sus habilidades musicales, lo cual le llevó a contactar con el compositor y percusionista Rihards Zalupe para pedirle que se incorporara al proyecto y lo ayudara a terminar la banda sonora del filme. Partiendo de los bocetos compuestos por el realizador, Zalupe contribuyó a dotar de cohesión interna a la música de la película, aportando, al mismo tiempo, importantes matices y sutilezas con respecto al componente emocional de la partitura. Según declaraciones de Zalupe:

Gints había creado unos bocetos de carácter más bien minimalista, lo cual me gustó bastante porque incluían una gran cantidad de percusión y una amplia gama de instrumentos electrónicos. Sin embargo, en el clímax de la película, Gints también había creado un tema musical muy lírico y melódico. Me pareció muy necesario extender ese tema a lo largo de toda la película. Sentí que podía enriquecerlo añadiendo un tono musical más meditativo, lo cual parecía ser algo vital para la propia película.

(…) El resultado más maravilloso fue el hecho de que Gints, con su música minimalista y rítmica, ya había establecido un tono concreto para cada escena, complementando de manera brillante la dirección rítmica de cada momento de la película. Mi cometido — trabajar con melodías y motivos melódicos específicos, añadir ese tono meditativo al que hacía referencia, así como también encargarme de los arreglos musicales y el proceso de orquestación y grabación de todos los instrumentos en vivo — terminó complementándose a la perfección con la de Gints.



La banda sonora alterna momentos majestuosos para cuerda, vibrantes melodías percusivas y evocadores ambientes electrónicos que captan a la perfección la cualidad meditativa y profundamente espiritual que permea toda la narrativa, alcanzando, en momentos concretos (“Flow Away”, “Acceptance”) unas conmovedoras cotas de inaudita belleza. Destacamos también el corte asociado a la inundación (“Flood”), que consigue tejer un infausto e inexorable nimbo de pesadumbre sobre las imágenes a las que acompaña, presagiando la progresiva desintegración de aquel Viejo Mundo abocado al indolente sueño del olvido.     

 

Mi calificación de la película: **** ½ sobre *****

Mi calificación de la banda sonora: **** sobre *****

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