Sinopsis: Un gato se despierta en un mundo cubierto de agua, donde la raza humana
parece haber desaparecido. Busca refugio en un barco con un grupo de
otros animales. Pero llevarse bien con ellos resulta ser un reto aún
mayor que superar su miedo al agua. Todos tendrán que aprender a superar
sus diferencias y adaptarse a este nuevo mundo en el que se encuentran.
Dirigida por el cineasta y
animador letón Gints Zilbalodis, el cual también participa en las
labores de guion y composición, Flow es una obra maestra
excepcional y radicalmente diferente a cualquier otra película de animación que
hayamos tenido el privilegio de experimentar en una sala de cine en muchísimo
tiempo. Lo primero que llama la atención del espectador, por supuesto, es su
singular identidad visual, reflejada, entre otras cosas, en esas
desconcertantes texturas pixeladas que exhiben los animales a lo largo de todo
el metraje.
Al parecer, el filme ha sido renderizado, en su totalidad, a través de Blender,
un software gratuito de modelado y animación 3D de código abierto,
ampliamente utilizado por animadores independientes para crear gráficos
tridimensionales, animaciones y diversos efectos visuales para películas o
videojuegos. El director justifica esta, a priori, algo polarizante
decisión arguyendo lo siguiente:
El 3D ha alcanzado un realismo total, no hay forma de ir más lejos de ahí (...) Se puede ser más expresivo con un look más estilizado. Puedes intensificar los colores, puedes encontrar formas más llamativas, y las imágenes han de ser más emotivas (...) En Flow yo quería por ejemplo enfatizar el movimiento de cámara. Quería que se sintiera como una persona real que estuviera sosteniendo una cámara y que cometiera errores, como por ejemplo no reaccionando a tiempo para registrar algo. Así sería más inmersivo y le daría una dimensión especial, usando el lenguaje del cine en acción real (...) Ir en estas direcciones simultáneas permite que parezca realista a la vez que estilizado, viéndose claramente las pinceladas en las texturas, y que terminemos hallando un equilibrio: una experiencia inmersiva a la vez que pictórica.
Otra importante singularidad de Flow es su muy acertada valentía
a la hora de prescindir del lenguaje como recurso (fácil) para humanizar a los
distintos personajes de la película. Aunque los animales que protagonizan la
historia se comunican como lo harían en el mundo real, lo más extraordinario es
que, gracias a una extraordinaria labor de caracterización, las respectivas
personalidades de cada uno de ellos están perfectamente delimitadas. Esta
elección también va a propiciar que el espectador pueda implicarse en la trama
a un nivel incluso más profundo, iluminando la, en ocasiones, críptica
narrativa con sus propias interpretaciones.
El enigma inunda toda la narrativa, ya desde su mismo arranque. ¿Dónde
transcurre la acción? ¿En qué línea de tiempo? Contemplamos lo que parecen ser
estatuas enterradas en la tierra, tanto de animales como, también de seres
humanos. ¿Testimonios silentes de otras eras, ya extinguidas? Sea como fuere,
el mundo que se nos muestra en pantalla ha cambiado, y ése es uno de los ejes
temáticos centrales de esta película, el ciclo inexorable de destrucción y
renovación que rige nuestro universo. Mundos que se extinguen para dar paso a
otros nuevos. Los acontecimientos que tienen lugar a lo largo del filme
transcurrirían, precisamente, en uno de esos periodos de transición. Como
elemento catalizador de esos cambios está, por supuesto, el agua, en constante
flujo.
Ante la inevitabilidad del cambio, sólo caben dos posturas: resistirse o fluir
con él, que es la gran lección que tendrá que aprender el felino protagonista
de la película. Este concepto del flujo constante ya lo exponía el filósofo
presocrático Heráclito de Éfeso, al que se le atribuye la expresión
"panta rhei" (πάντα ρεῖ), cuya traducción del griego sería
"todo fluye". Esta idea sería retomada por el ínclito Platón
en su obra Crátilo, donde se nos revela que todo se mueve y
nada permanece y en el mismo río no nos bañamos dos veces.
Posiblemente no sea casual el hecho de que el protagonista de esta obra sea un
gato, animal conocido por su algo conflictiva relación con el agua. Esta
posible "aversión", en el contexto de la película, se traduciría
también como un cierto rechazo al cambio, lección que tendrá que aprender, muy
a su pesar, a lo largo de su iniciático viaje. Sin embargo, no estará solo, ya
que lo acompañarán otros animales que, igualmente, encarnarían una serie de
cualidades arquetípicas.
Por un lado, encontramos un golden retriever, que (como todos los
perros) representa la lealtad, el carácter protector y el espíritu del juego,
algo que sí va muy en consonancia con esta idea del "libre fluir";
luego vemos una capibara, animal roedor nativo de Sudamérica, al que le encanta
dormir y que encarna los valores la paz y, también, la adaptabilidad a los
cambios; en tercer lugar descubrimos a un entrañable lémur de Madagascar, que
se nos antoja el más "humano" de toda la troupe, si acaso por
su obstinado empeño en acumular toda clase de bienes materiales durante la
travesía y su renuencia a dejarlos ir; como si, en ese flujo constante de
cambios, necesitara algo "estable" a lo que poder anclarse.
Finalmente, aparece un pájaro secretario, originario de África, que simboliza
la protección y la fuerza, y con el que el gato establecerá un vínculo
especial.
Distintos animales, de procedencias diversas, tripulan esta peculiar arca de Noé
que los salvará del diluvio, impelida por las aguas hacia el destino del Nuevo
Mundo que está por emerger. En determinados momentos hará acto de presencia, a
modo de deus ex machina, un gigantesco cetáceo parecido a una ballena,
pero cuya apariencia, de alguna manera, no llega a resultarnos del todo
identificable, como si se tratara de algún antepasado antediluviano o, incluso,
alguna especie extraterrestre que nos invitara a cuestionarnos, una vez más, si
el entorno en el que se enmarca la historia es, realmente, terráqueo.
A excepción del antiguo hogar del félido, la realidad es que gran parte de los
distintos entornos por los que transcurre la travesía de los animales, desde lo
que parece ser una despoblada Atlántida semianegada hasta los enigmáticos picos
rocosos hacia los que se dirige la embarcación, están envueltos en un halo de
inexpugnable misterio. La película juega, constantemente, a subvertir cualquier
intento por identificar y localizar aquel mundo que se desmorona, provocando en
el espectador una intrigante sensación de desorientación espacio-temporal que
contribuye a nutrir esa sensación de fascinación que nos embarga durante todo
el viaje.
Otro de los aspectos que más me llaman la atención de la película es el hecho
de que, más allá del riesgo que entraña la inundación del viejo mundo y la
posibilidad de perecer en las aguas del cambio, en realidad no encontramos
ningún otro conflicto que busque, deliberadamente, suscitar una sensación de
tensión en el espectador. Flow es, sorprendentemente, una
obra muy pacífica, muy serena, muy introspectiva, y ahí radica gran parte
de su excelencia. A este respecto, el director explica lo siguiente:
No hay antagonistas, solo sabemos lo que sabe el gato. Su conflicto es cómo lidiar con la naturaleza (...) En ese sentido queríamos momentos de tranquilidad a lo largo de la trama, porque la acción sería más emocionante. Esta dinámica se aleja de la animación occidental, donde siempre está pasando algo, y encaja más con la obra de Studio Ghibli, llena de planos donde la trama no progresa. Simplemente te proponen quedarte en ese momento, y reflexionar.
Por supuesto que surgen tensiones a lo largo de la película, tanto entre las
distintas especies de animales que pueblan la historia como, incluso, dentro de
una misma especie. Sin embargo, esto sirve al director como pretexto a la hora
de subrayar la idea central sobre la que orbita Flow: la
necesidad de cooperar, independientemente de nuestras diferencias, para poder
construir, desde la diversidad, un Nuevo Mundo más unificado y humano.
En uno de los momentos más conmovedores de todo el filme, un pájaro secretario
se enfrenta a los de su propia especie sólo para defender a los demás animales.
Está dispuesto a ser desterrado con tal de defender lo que considera que es
justo. Es capaz de ver más allá de las limitaciones de su propia familia para
alcanzar una comprensión mucho más profunda de lo que significa la unidad con
el todo. Como consecuencia de su disidencia, es abandonado por los suyos, los
cuales no dudan antes en romperle una de sus alas para privarle del don de
volar y confinarlo, así, al plano terrenal por el que se desenvuelven,
precisamente, aquéllos a los que quiso ayudar. Fue forzado, por tanto, a
renunciar a su naturaleza como pájaro para convertirse en uno más de ellos.
En muchas culturas indígenas ancestrales, aves como el águila, el halcón o el
cóndor han encarnado cualidades como la visión, la libertad o la conexión con
la divinidad. Son mensajeros de los dioses que tienden un puente entre lo
terrenal y lo celestial; desde la privilegiada perspectiva que les brinda el
vuelo, pueden ver claramente todo aquello que se despliega ante y bajo sus
ojos, y están libres de las limitaciones humanas. Por ese motivo, son guías por
naturaleza, de tal modo que, que cuando el pájaro secretario se ve obligado a
unirse a aquéllos a los que defendió, su posición dentro del arca no será otra
sino la de guiar la embarcación.
La voluntad de auto-sacrificio, protección y servicio a los demás de la que
hace alarde el pájaro se verá recompensada tan pronto llegan a su destino,
aquella críptica conglomeración de picos rocosos que parecen conformar una
suerte de portal cósmico, un puente entre dimensiones, desde el que (¿a través
del cual?) veremos emerger el Nuevo Mundo. En ese momento el pájaro emprenderá
el vuelo hacia la cúspide, y el gato lo seguirá raudo hasta conseguir reunirse
allí con su benefactor.
Entonces tendrá lugar la que considero que es una de las secuencias más
maravillosamente espirituales de toda la historia del cine de animación. En un
momento de arrebatadora trascendencia mística, asistiremos al proceso de
ascensión del ave, absorbido en un sublime carrusel de luces, orbes, nebulosas
iridiscentes y sonidos celestiales. Por más que el gato parece estar dispuesto
a acompañarlo y abandonar también aquel plano de existencia, el pájaro le
recuerda que su labor ahí aún no está acabada, impulsándolo, con un suave
movimiento de sus alas, de vuelta al mundo convulso que debe ayudar a
reconstruir.
La integración de las evocadoras y etéreas imágenes con la expansiva música
ambiental del score, la cual remite a los trabajos más excelsos de Brian
Eno, Constance Demby (1939-2021), Michael Stearns, Steve
Roach y otros grandes popes del ambient en su vertiente más cósmica,
garantizan una experiencia realmente extática que permanece grabada en nuestra
mente y nuestra misma alma una vez finalizada la película.
Las mismas aguas que una vez engulleron un Mundo viejo y decrépito serán las
encargadas de dar a luz a uno nuevo, el cual brotará con brío en una indómita explosión
de colores pardos y verdosos en diferentes tonalidades. Para entonces los
animales han recorrido ya un viaje tanto físico como espiritual, aunque todavía
les aguarda una prueba más que superar. La barcaza que les había salvado de
perecer ahogados tras la gran inundación ha quedado suspendida, tras el abrupto
descenso de las aguas, en la inestable rama de un árbol, la cual amenaza con
quebrarse y precipitarla así a un vacío letal. Esto no tendría que ser un gran
problema si no fuera porque la indefensa capibara se encuentra atrapada en la
embarcación.
Los animales deberán aunar fuerzas y cooperar para poder rescatar a su
compañera de viaje. En un momento notoriamente significativo, se nos muestra
cómo, ante una fuente externa de distracción, la jauría de perros que los
acompañaran durante parte de la travesía abandona al grupo a su suerte; el golden
retriever será el único perro que permanecerá con sus amigos en el proceso
de rescate de la capibara, demostrando que ha logrado trascender el impulso de
su naturaleza animal en pos del bien común. El proceso de alquimia interna está
consumado.
El último plano de la película nos devuelve al imponente cetáceo, al que
creíamos ya muerto, surcando de nuevo los mares (¿comienzo de un nuevo ciclo,
tal vez?), testigo impasible del discurrir de los tiempos y custodio inmortal
de las memorias almacenadas en las aguas planetarias; memorias de este mundo,
los que lo precedieron y los que todavía aguardan, impasibles, su momento para
emerger y reclamar su momento en este ciclo perpetuo de degeneración y
regeneración del que, voluntaria o involuntariamente, todos formamos parte.
En definitiva, son muchos los méritos que atesora esta joya, reconocidos en la
pasada ceremonia de los Globos de Oro, en donde se alzó con el galardón
en la categoría de Mejor Película Animada. Uno de los más importantes,
tratándose de una obra prácticamente muda, tendría que ver, inevitablemente, con
el apartado estrictamente musical de la obra. El polifacético cineasta letón
comenzó creando, por su cuenta, una serie de bocetos musicales mientras se
encontraba todavía en el proceso de desarrollo del guion, lo cual no sólo le
serviría de ayuda a la hora de comprender el ritmo y el tono de la película, sino
que también le aportaría ideas acerca de cómo iría evolucionando la historia. Zilbalodis
no necesitó, por tanto, recurrir a los temp-tracks durante el proceso de
edición, ya que disponía de su propia música. Es por esto que la banda sonora
de Flow está verdaderamente integrada en el corazón del filme.
Una vez finalizado el proceso de edición, el director entendió que había alcanzado los límites de sus habilidades musicales, lo cual le llevó a contactar con el compositor y percusionista Rihards Zalupe para pedirle que se incorporara al proyecto y lo ayudara a terminar la banda sonora del filme. Partiendo de los bocetos compuestos por el realizador, Zalupe contribuyó a dotar de cohesión interna a la música de la película, aportando, al mismo tiempo, importantes matices y sutilezas con respecto al componente emocional de la partitura. Según declaraciones de Zalupe:
Gints había creado unos bocetos de carácter más bien minimalista, lo cual me gustó bastante porque incluían una gran cantidad de percusión y una amplia gama de instrumentos electrónicos. Sin embargo, en el clímax de la película, Gints también había creado un tema musical muy lírico y melódico. Me pareció muy necesario extender ese tema a lo largo de toda la película. Sentí que podía enriquecerlo añadiendo un tono musical más meditativo, lo cual parecía ser algo vital para la propia película.
(…) El resultado más maravilloso fue el hecho de que Gints, con su música minimalista y rítmica, ya había establecido un tono concreto para cada escena, complementando de manera brillante la dirección rítmica de cada momento de la película. Mi cometido — trabajar con melodías y motivos melódicos específicos, añadir ese tono meditativo al que hacía referencia, así como también encargarme de los arreglos musicales y el proceso de orquestación y grabación de todos los instrumentos en vivo — terminó complementándose a la perfección con la de Gints.
La banda sonora alterna momentos majestuosos para cuerda, vibrantes melodías percusivas y evocadores ambientes electrónicos que captan a la perfección la cualidad meditativa y profundamente espiritual que permea toda la narrativa, alcanzando, en momentos concretos (“Flow Away”, “Acceptance”) unas conmovedoras cotas de inaudita belleza. Destacamos también el corte asociado a la inundación (“Flood”), que consigue tejer un infausto e inexorable nimbo de pesadumbre sobre las imágenes a las que acompaña, presagiando la progresiva desintegración de aquel Viejo Mundo abocado al indolente sueño del olvido.
Mi calificación de la película: **** ½ sobre *****
Mi calificación de la banda sonora: **** sobre *****
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