Adaptar al cine (o cualquier otro medio) la vida de una personalidad de la magnitud artística y cultural de Leonard Bernstein (1918-1990) conlleva una enorme responsabilidad. El responsable debe tomarse la molestia de indagar en el legado del homenajeado y, por supuesto, estar intelectualmente a la altura del desafío que supone adentrarse en la mente y el alma de un genio de tal calibre.
Soy plenamente consciente, por cierto, de que "genio" es una palabra que usamos muy a menudo y, muchas veces, demasiado a la ligera. Hasta tal punto es así, que podría parecer que ha llegado incluso a perder un poco su sentido primordial, es decir, "la capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables" (RAE dixit).
Leonard Bernstein fue un
Genio. De los de verdad. Su aportación a las artes y la cultura del siglo XX, es
algo invaluable. Desgraciadamente, si te acercas a la película "Maestro"
(Bradley Cooper, 2023) con la ingenua predisposición a descubrir quién
fue Bernstein y por qué está considerado como una de las más grandes
batutas del siglo XX... ¡ay! lo más probable es que tu percepción de la figura
de Lenny no se haya enriquecido o expandido lo más mínimo después
de verla.
No lo habrá hecho porque a su
director (¡qué grande le viene la palabra!), Bradley Cooper, eso le
interesa más bien poco. Esto me recuerda una cita atribuida a otro Genio, el
compositor Robert Schumann (1810-1856), la cual resulta del todo
pertinente en el contexto de lo que aquí estamos exponiendo: "Enviar
luz al corazón del hombre. Ése es el deber de un artista".
Leonard Bernstein fue un artista en el sentido más amplio del término. A través de su inconmensurable labor al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, como pedagogo que acercó e hizo accesible la música clásica a los jóvenes de todo el mundo y, por supuesto, como el impresionante compositor que fue (sinfonías, misas, música de cámara, bandas sonoras, musicales...) Lenny arrojó mucha... mucha... muchísima luz a los corazones de las personas.
Bernstein se formó en un
contexto sociocultural en donde el ámbito de la interpretación (y también
composición) estaba dominado por los grandes titanes europeos. Los directores
de orquesta americanos apenas eran conocidos y las grandes orquestas de
aquellos lares estaban también en manos de directores no americanos como Arturo
Toscanini (1867-1957), Leopold Stokowski (1882-1977), George
Szell (1897-1970) y, por supuesto, Bruno Walter (1876-1962). Las
salas de conciertos ofrecían repertorios de música eminentemente europea,
mientras que los compositores americanos eran, simplemente, ignorados.
Bernstein, que fue alumno
del compositor estadounidense Aaron Copland (1900-1990), llegó para
cambiar eso, convirtiéndose no sólo en el más importante director de orquesta
de su país, sino también el más popular de su tiempo junto con Herbert von Karajan
(1908-1989). No sólo eso, sino que además tuvo un importante papel en la
reivindicación de la música vernácula, integrando incluso géneros tan puramente
americanos como el jazz en la música considerada como "culta".
Esta versatilidad es algo que puede apreciarse muy bien en su música para
"La Ley del Silencio" (Elia Kazan, 1954) y, muy especialmente,
el grandioso musical "West Side Story" (Robert Wise
& Jerome Robbins, 1961).
Desde que fuera nombrado director
titular de la Filarmónica de Nueva York en el año 1958, se encargaría de
transformar el mundo de la música clásica no sólo en su país, sino en todo el
mundo. A partir de entonces, figuras menos conocidas como Maurice Ravel
(1875-1937), Dmitri Shostakovich (1906-1975) o, especialmente, Gustav
Mahler (1860-1911), empezarían a incluirse en los programas de los
conciertos. La relación de Bernstein con Mahler fue realmente
especial, aunque la película de Cooper, por supuesto, no se moleste en
abordarla siquiera; en su lugar, se contenta con, simplemente, incluir, de
manera forzada, un breve extracto del célebre "Adagietto" de
su quinta sinfonía en algún momento concreto de la historia. No hay que olvidar
que, por aquel entonces, Gustav Mahler era un compositor relativamente
desconocido e incluso algo marginado por sus complejas a la par que
extravagantes orquestaciones.
Mediante sus célebres programas
divulgativos, que podían verse por televisión desde mediados de los 50 hasta
principios de los 70, Bernstein acercó la música a los más jóvenes,
demostrando ser, además, un excelente comunicador. En sus maravillosas
disertaciones, pasaba, sin el menor complejo, de la música culta a la popular,
del dodecafonismo al jazz, del Clasicismo al rock & roll. Lenny
supo captar el zeitgeist de su época, el espíritu urbano del Nueva York
de la posguerra, e integrarlo en el legado musical europeo recibido en sus años
de formación, tendiendo así un puente entre mundos a través de la música.
Volviendo a la cita de Schumann incluida más arriba... sí, como artista, Bernstein envió mucha luz a los corazones de las personas a través de su música, pero... ¿y Bradley Cooper? Como podréis suponer, el director norteamericano disponía de material más que suficiente para rendir un más que digno tributo a Lenny, y podría haber aprovechado la oportunidad para pergeñar un emotivo canto de amor a la música, el arte y la cultura del siglo XX.
Desgraciadamente, ése no ha sido
el caso. A Cooper sólo le interesa embelesarse en su propio ego y, de
paso, reiterar por qué es uno de los "directores" más burdos e
ineptos de la actualidad. Recordemos que hace tan sólo cinco años que debutó en
la dirección con ese ignominioso remake de "Ha Nacido una Estrella"
(“A Star is Born”, 2018). Ya en aquel bodrio se vislumbraba su
propensión al zafio sensacionalismo y su gusto por manipular las emociones del
espectador de la forma más tosca, regodeándose ad nauseam en el drama
folletinesco de la peor estofa.
"Maestro" es un ejercicio de onanismo creativo al servicio de un ego desbocado. La vida de Bernstein es la excusa para que el director vaya experimentando, casi siempre de manera errática y caprichosa, con los cambios de color y tamaño de los distintos planos. El montaje es infame, reduciendo la película a una sucesión de sketches no siempre hilvanados de manera coherente. Una persona que se acerque a la película desde el desconocimiento de quién fue Berstein y su círculo de amistades y conocidos se perderá rápidamente porque no entenderá lo que está viendo y el sentido de lo que se está mostrando en pantalla.
"Maestro"
no está, por tanto, pensado para un neófito en el tema que aborda.
Paradójicamente, tampoco lo está para el erudito en su figura, ya que la
principal preocupación del director, por encima de cualquier otra cuestión de
índole artística, es llevar el foco de nuestra atención a la vida íntima del
compositor, recreándose especialmente en sus frecuentes escarceos sexuales.
Ahí es donde Cooper se revela como el gran farsante que es. Ubicado en la disyuntiva de si orientar la historia hacia los logros artísticos del compositor o bien hacia sus problemas maritales y diversas adicciones autodestructivas, el director apuesta por lo segundo. Como consecuencia, alguien que no conozca a Leonard Berstein y vea este engendro, no sólo no entenderá muy bien lo que se le está mostrando en pantalla, sino que además se llevará una imagen desvirtuada y mezquinamente tendenciosa de quien fue en realidad.
"Maestro"
es el show de los horrores de Bradley Cooper. Para la ocasión, el
"director" se esmera en mimetizarse, prótesis nariguda mediante, en
el compositor estadounidense. Incluso parece haberse aprendido muy bien el
catálogo de aspavientos, muecas y ademanes tan característicos de su muy personal
manera de dirigir. Desgraciadamente, la imitación ad pedem litterae de Cooper,
lejos de hacernos recordar a Lenny, adquiere más bien un grotesco
cariz caricaturesco. Resulta ridículo, risible incluso. El suyo es un Berstein
protésico, hueco. No hay verdad, porque todo forma parte del circo que ha
montado Bradley Cooper en torno al compositor para alimentar su
megalomanía.
En total, son 130 minutos que se hacen eternos... y que están dedicados, precisamente, a alimentar ese morbo que constituye la verdadera razón de ser de este bodrio. No hay más que ver las últimas escenas de la película, en donde se nos muestra a Berstein en una discoteca liándose con otro de sus efebos, hasta arriba de alcohol y, seguramente, drogas. Ésa es la imagen final con la que nos quedamos de Berstein y así es como se le ocurre a Bradley Cooper poner punto y final a su inmundo despropósito.
Evidentemente, Leonard
Berstein fue una personalidad compleja, poliédrica, con sus luces y sus
sombras. No se trata de maquillar las sombras... se trata de poner ambas en una
balanza... y, en última instancia, determinar cuál va a ser la esencia de la
historia que se nos quiere contar. La de Bradley Cooper está
diáfanamente clara. Desde un punto de vista intelectual, la película es además
de lo más obtusa, como si no se atreviera nunca (o no supiera) a indagar del
todo, con un mínimo de rigor y seriedad, en la personalidad artística e
intelectual de Lenny. Lo que confunde, por tanto, es su
desacertada elección del título, ya que esta película no va del "Berstein"
Maestro.
Al Cooper cineasta le interesan los aspectos más escabrosos de su vida íntima, que es donde está el morbo. Los genios llegan para inspirar e iluminar a la humanidad. Cooper se recrea en la miseria y, de paso, nos hunde como espectadores en el fango de su propia mediocridad artística. Por todos estos motivos, sólo hay una palabra que se me ocurra para describir "Maestro", y esa palabra es "BASURA". Qué triste, por cierto, que directores como Steven Spielberg o Martin Scorsese hayan apoyado semejante disparate; esto no hace sino corroborar lo podrido que está actualmente el "establishment" estadounidense.
Mi calificación: * de *****
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