martes, 29 de junio de 2010
Adicción (The Addiction, 1995): Análisis de la película
Dir. Abel Ferrara
Int. Lili Taylor, Christopher Walken, Annabella Sciorra
82 min. EE.UU.
Esta joya en blanco y negro pertenece a ese subgénero del vampirismo denominado “intelectual” e “implícito”. Es decir, no hay alusiones al término "vampiro" en toda la película, no se ven colmillos afilados (aunque se intuyan en unas pocas escenas), ni estacas, ni ajos. En vez de ello, el filme ahonda en el interior del personaje principal, describiendo con una minuciosidad pavorosa a la par que realista la gradual depravación de la protagonista principal, que culminará en su conversión en no-muerta. Es sin duda una película pesimista acerca de la condición humana, y el hecho de que esté filmada en blanco y negro refuerza su carácter lóbrego.
Una magnífica Lili Taylor interpreta a Kathleen, una estudiante de filosofía a punto de publicar su tesis. En tanto que la filosofía es la ciencia que estudia el pensamiento, y por tanto también la naturaleza y condición del ser humano, no es, por tanto, pues una elección fortuita para nuestra protagonista en esta película.
Al principio de la película la vemos en una sala en la que se proyectan imágenes relacionadas con las barbaries y atrocidades cometidas por los gobiernos en tiempos de guerra. Ya desde el principio de la película, la inclinación hacia la maldad por parte del hombre se mostrará como un motivo recurrente a lo largo de todo el filme. Al acabar la película, y de vuelta a su casa, Kathleen será asaltada por una misteriosa mujer (Annabella Sciorra), que la “iniciará” en el vampirismo, transmitiéndole la maldición.
Es éste uno de los episodios más importantes de toda la película, pues determina el punto de vista adoptado a lo largo de todo el filme, así como también la progresiva depravación y los pavorosos actos cometidos posteriormente por Kathleen. Antes de ser mordida, la vampira le da la opción de la salvación. Todo lo que Kathleen tiene que hacer es pedirle que se vaya y la deje. La conmocionada y aterrorizada víctima, no obstante, sólo acierta a suplicar por su vida.
Su fracaso a la hora de rechazar el ataque llevará a la vampira a hacerla partícipe de su condición maligna. ¿Acaso es esa maldad innata en el ser humano? ¿Acaso Kathleen se vio atraída, seducida por la maldad de la vampira, como un reflejo de la suya propia? ¿Acaso realmente ella deseaba ser convertida? La película parece sugerir que esa maldad “vampírica” a la que antes hacíamos referencia no es más que una extensión, un reflejo, de la que el ser humano ya de por sí posee.
De hecho, en esta película los seres humanos no se muestran muy distintos a los vampiros. Ambos actúan movidos por sus propios y egoístas intereses, y cuando el ser humano no actúa de esa manera es porque la vida en sociedad conlleva la represión de dichos instintos en pos del “bien común”. El vampiro, por el contrario, es un ser libre no atado a ninguna ley.
De esa manera, la idea que puede sugerir la película de Ferrara es que, en su condición de “no-muerto”, estas criaturas pueden exteriorizar unos instintos y mostrar abiertamente una naturaleza que, sin embargo, ya se encuentra latente en el interior de los seres humanos. Como puede observarse, una visión bastante pesimista de la condición humana.
¿Es por tanto por ese motivo que Kathleen no acierta a evitar la tragedia, sino que la abraza, si bien con miedo? Su silencio, su debilidad, es interpretado por la vampira como una aceptación por su parte a ser vampirizada.
A partir de este momento, Kathleen irá experimentando las distintas fases de su conversión en “vampira”, dando rienda suelta a sus deseos e instintos más salvajes que hasta su transformación habían sido reprimidos. Y esos instintos tendrán consecuencias fatales para aquellos que la rodean, tanto extraños como incluso amigos.
En cada uno de los ataques de Kathleen, se establece un cierto paralelismo con el ataque sufrido por ella misma al principio de la película. La diferencia está en el hecho de que ahora ella asumirá el rol de vampira “liberada” que dará a su indefensa víctima la misma posibilidad de salvarse usando similares argumentos a los que ella misma recibiera de parte de su atacante.
La idea central, nuevamente, es que si sus víctimas han sido “mordidas” (y por tanto “liberadas” de todas las ataduras que frenan esos instintos “humanos”) es porque ellas no han hecho nada por evitarlo, porque son débiles y, en el fondo de su ser, anhelan esa libertad, esa vida en donde ellas pueden ser las “depredadoras” sin tener que responder ante ninguna ley.
Nuevamente, no existe diferencia alguna entre el agresor y el atacante… simplemente uno de ellos tiene el poder de ser lo que quiere ser, pero ambos comparten, según la perspectiva de esta película, la misma inclinación a la “maldad”, a la corrupción. No debemos olvidar que en ningún momento fue Kathleen convertida contra su voluntad, por muy paralizada por el miedo que ella pudiera estar.
Los atacantes respetan en todo momento el libre albedrío de sus víctimas, su libertad para rechazar el mal. Es precisamente porque ellas son incapaces de utilizar dicha libertad para rechazar el mal que se convierten en un reflejo del atacante, del mismo vampiro.
Este descenso simbólico de Kathleen a los abismos más insondables de la depravación culminará en una impactante orgía final en su fiesta de graduación, tras aprobar con honores su tesis sobre la condición humana. No deja de resultar irónico que dicho trabajo sea ultimado cuando ella ya ha sucumbido a la maldad, aceptándola, abrazándola, dejándose seducir por ella. Su trabajo, por tanto, estaría en última instancia condicionado por esa nueva condición y visión de la naturaleza humana.
Y no deja de resultar igualmente irónico que ese trabajo sea aprobado con honores por los mismos miembros del Tribunal. ¿Acaso son ellos también cómplices inconfesos del punto de vista de nuestra protagonista, secundando indirectamente sus ideas sobre la condición humana, aunque no tengan la posibilidad de obrar conforme a dichas ideas al estar sometidos a las mismas trabas sociales que reprimen dicha condición? ¿Sienten también ellos esa inclinación a la maldad, sólo que tienen demasiado miedo también como para dejarse llevar por ella?
En esta fiesta Kathleen y todas sus víctimas convertidas se mostrarán tal y como ya son por primera vez, abiertamente, atacando a los demás asistentes en una truculenta e impactante carnicería que servirá de catarsis en tanto en cuanto supondrá la liberación de toda esa maldad que anida en su interior, llevada, eso sí, a unos niveles extremos.
Como puede observarse, la película de Ferrara plantea más preguntas que respuestas, y desde luego no se presta a una exégesis fácil y evidente. Si bien, debido a su tono trascendente y frecuentes citas de famosos filósofos, a muchos les pueda parecer ésta una obra algo pedante, aburrida y pretenciosa, sería injusto negarle sus múltiples virtudes, lo interesante de la premisa que plantea y la maestría con la que Ferrara desarrolla dicha idea.
Ferrara crea, de este modo, una obra que, desde el punto de vista del que esto escribe, es una de las mejores aportaciones al vampirismo desde la magistral “Los Viajeros de la Noche” ("Near Dark") de Kathryn Bigelow. "Adicción" es por tanto una película sombría, madura e inteligente, y que ahonda en los más oscuros recovecos del ser humano, inyectando algo de sangre nueva (nunca mejor dicho en una película como ésta) en un género que parecía no tener mucho más que ofrecer.
Los actores están todos estupendos en sus respectivos roles, aunque los mayores elogios deban ir para uno de los personajes más fugaces de la película: me estoy refiriendo a Peina, interpretado por el genial Christopher Walken en uno de sus mejores papeles. ¿Qué puede decirse de este gran actor que no se haya dicho ya?
Simplemente que cuando aparece en escena acapara de manera natural e inevitable todo el protagonismo, ofreciéndonos al personaje más interesante de toda la película, un vampiro que está totalmente integrado, que ha aprendido a controlar su adicción a la sangre y, por consiguiente, sus instintos depredadores e inclinación/adicción a la violencia.
Peina parece estar en un nivel superior al de los demás vampiros, los cuales, al igual que los humanos, son como "yonkis", sólo que, en este caso, adictos a la sangre. A Peina le debemos algunos de los mejores monólogos de la película, y es que el breve momento en el que aparece es realmente antológico. ¡Qué lástima que su papel sea tan efímero!
Ciertamente me resulta muy difícil encontrarle algún defecto a esta obra, a excepción quizás de su final, que me resulta harto confuso: tras la orgía final, Kathleen empieza a sentirse mal, y es llevada a un hospital, donde habla con un sacerdote, del que solicita sus servicios divinos.
Unos momentos después aparece la vampira que la convirtió al vampirismo, justo cuando ella iba a abrir la ventana para dejar entrar la luz del sol. ¿Arrepentimiento por sus pavorosos actos? ¿Deseo de redención? ¿Había logrado el sacerdote limpiarla de su mal espiritual, de su adicción a la sangre, de su impureza? ¿Había dejado por tanto de ser vampira?
La última escena de la película nos lleva hasta un cementerio, donde una recuperada Kathleen deposita unas flores... ¡sobre su propia tumba! Si no ha muerto, entonces continúa siendo vampira, y por tanto, impura. La cuestión que queda pues en el aire es: ¿qué pasa al final con ella? ¿Hay por tanto un mensaje final de optimismo y esperanza en esta obra tan pesimista y oscura? ¿Hay por tanto espacio en la naturaleza humana para la bondad?
En cualquier caso, e incógnitas aparte, hoy por hoy "Adicción" es un clásico irrepetible del cine de vampiros en su vertiente más adulta e intelectualmente estimulante, así como una obra de referencia obligada para todas las demás aportaciones al género. Imprescindible.
Calificación de la película: ***** sobre *****
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