miércoles, 23 de junio de 2010
Alucarda, La hija de las tinieblas (1975): Análisis de la película
Dir. Juan López Moctezuma
Int. Tina Romero, Susana Kamini, David Silva, Adriana Roel
85 min. México
El cine mexicano ha abordado la temática del vampirismo con bastante frecuencia e irregular fortuna a lo largo de la década de los años 60 y 70. Si bien anteriormente podían encontrarse casos aislados como "El Baúl Macabro" (1936), no sería hasta 1957 (fecha en la que se estrenaría la interesante "El Vampiro", dirigida por Fernando Méndez) que su contribución al género alcanzaría una importante solidez e incluso prestigio no sólo en el propio país, sino allende sus fronteras.
A partir de este momento, y en parte a raíz del éxito alcanzado por el film de Méndez, las películas sobre vampiros empezarían a proliferar. Se trataba, en su inmensa mayoría, de películas de muy bajo presupuesto pero hechas con cariño e ingenuidad, tales como: "El Mundo de los Vampiros" (1960), "El Vampiro Sangriento" (1962), "La Invasión de los Vampiros" (1962), "La Maldición de Nostradamus" (1960) o "El Imperio de Drácula" (1967).
A finales de los 60 y durante buena parte de los años 70, sin embargo, proliferaban subproductos de ínfima calidad carentes de originalidad y en donde se tendía, cada vez más, al abuso y la explotación de la carga erótica inherentes al vampirismo para suplir la falta de ideas(no hay más que ver engendros como "El Vampiro y el Sexo" (1968)). Cuando este cine parecía no dar más de sí, a mediados de los años 70 surgió una nueva ola de cineastas que intentaron aportar frescura a la ya exhausta cantera de ideas del cine nacional. Uno de dichos cineastas, quizás el más significativo, fue Juan López Moctezuma.
Moctezuma era un conocido locutor de radio que dirigía un programa de jazz, aunque también trabajó en televisión y teatro. Fue su labor en el terreno teatral la que permitió a Moctezuma conocer a Alejandro Jodorowsky, un intelectual chileno ligado al teatro avant-garde y al cine de auteur en su vertiente más bizarra, con obras de culto como "El Topo" (1970), "La Montaña Sagrada" (1973) y, sobre todo, su gran obra maestra, "Santa Sangre" (1989).
Jodorowsky llegaría a ejercer una importante influencia en la obra cinematográfica de Moctezuma. "Alucarda" es un buen ejemplo de esta declaración de principios por parte del director mexicano. Se trata de la tercera película dirigida por Moctezuma, después de la irregular y psicotrónica "La Mansión de la Locura" (1971) y "Mary, Mary, Bloody Mary" (1974), y probablemente su mejor film, amén de una de las películas más asombrosas y bizarras que haya dado el cine fantástico mexicano.
La película comienza con un prólogo en el que se nos narra el nacimiento de Alucarda, cuya madre no es otra que la mismísima Lucy Westenra, lo cual sitúa a la película dentro del género vampírico desde sus mismos comienzos. No se nos explica qué hace Lucy por esos lares, aunque el que esto firma duda que Moctezuma tuviera otro propósito que introducir un guiño al aficionado al género y a la vez aportar una idea sobre el oscuro destino que se cernirá sobre la protagonista. Nada más nacer Alucarda, Lucy le pide a la comadrona que lleve a su hija a un convento, ya que ella no puede hacer nada para evitar su destino, y le ruega que no deje que ÉL se la lleve. Cuando la comadrona obedece sus ruegos y la deja sola, escuchamos unos sonidos inquietantes y diabólicos que hacen presagiar que algo maligno amenaza a la pobre madre y que al fin la ha encontrado. Aunque nada se nos muestra, el espectador presiente que algo horrible ha puesto fin a sus días.
La historia en sí da comienzo 15 años después de lo narrado en el prólogo, con la llegada de Justine (¿referencia al personaje del Marqués de Sade?), que ha quedado huérfana, a un convento donde va a ser atendida, criada y formada en el seno de la iglesia. Justine es recibida por la hermana Angélica, una joven y dulce religiosa que se muestra en todo momento atenta y servicial con la nueva interina, y cuyo comportamiento se opone en cierta medida a la conducta severa y rígida del sacerdote y la hermana superiora del convento. Una vez en su habitación, Alucarda se revela (nunca mejor dicho. La película no deja claro si Alucarda ya estaba en la habitación cuando Justine y Angelica entraron -en cuyo caso, ¿por qué no se la presentó la religiosa? ¿puede ser que en una habitación tan pequeña pasara desapercibida por ambas?- o si por el contrario ésta se materializó una vez que Angelica hubo abandonado la habitación, lo cual refuerza el componente sobrenatural y misterioso del personaje) a Justine, y desde el primer momento, surge entre ambas huérfanas una incipiente amistad que irá alcanzando progresivamente una mayor intensidad.
A diferencia de Justine y las demás muchachas educadas y/o acogidas en el convento, Alucarda viste de riguroso negro, el mismo negro de su descuidado y salvaje cabello. Esto plantea un curioso contraste con los hábitos de las religiosas del lugar, que tienen la apariencia de auténticas momias recubiertas de los pies a la cabeza con esos hábitos blanquecinos manchados con sangre de menstruación.
En una de sus excursiones al campo, Alucarda y Justine se alejan más de lo permitido de las religiosas y compañeras y se internan en lo profundo del bosque, que en esta película adquiere connotaciones muy afines a las que le atribuían los puritanos recién asentados en el nuevo continente en el siglo XIX (tal y como puede apreciarse en la obra "La Letra Escarlata" de Nathaniel Hawthorne): el bosque como cobijo del diablo, del mal, como un lugar donde reina el caos, alejado de la mano de Dios, y donde cualquier cosa horrible puede acontencer. Efectivamente, en el bosque Justine y Alucarda se topan con un gitano con aspecto de sátiro que las lleva a su campamento. Allí una gitana intenta leerle la mano a Justine, pero lo único que llega a decirle a la muchacha es que no ve más que oscuridad y sombras. El enigmático gitano hace entrega a Alucarda de un cuchillo y le advierte de los siniestros seres que habitan las profundidades del bosque, seres que estarán interesados en ella. Asustada, Alucarda y Justine escapan del campamento, se adentran aún más en el bosque, hasta llegar a las ruinas de una especie de convento, el mismo lugar en el que la madre de Alucarda dio a luz y el mismo lugar en el que murió a manos de lo que fuere que la encontrase.
Alucarda muestra un interés casi obsesivo por la muerte, la cual, según le cuenta Alucarda a Justine, no tiene por qué significar el final de la felicidad (¿una posible alusión a la "no-vida", es decir, a la continuación de su existencia como una vampira?). Alucarda hace prometer a Justine que, cuando tengan que abandonar el mundo, lo harán juntas, e intenta sellar la promesa intercambiando sangre, aunque Justine finalmente se echa para atrás. Alucarda abre entonces el ataúd en el que fue enterrada su madre hace quince años, y entonces algo maligno se desata. Alucarda es presa de terribles visiones que la hacen entrar en un estado de shock, abandonando el lugar y volviendo con Justine al convento profundamente alterada. Este episodio no explica con claridad si Alucarda fue poseída en ese instante por quien quiera que matase a su madre o bien si simplemente fue en ese momento y lugar de malignas influencias que su naturaleza oscura pugnó por salir a la superficie. Hasta ese momento, Alucarda había aparecido como una muchacha extraña y solitaria, pero a partir de este momento adquirirá un carácter rebelde, transgresor, como si a partir de entonces mostrara su verdadera naturaleza abiertamente.
Un momento decisivo se produce durante uno de los sermones del sacerdote a las chicas internadas en el convento, monólogo acerca del pecado y del demonio, acerca de las insufribles torturas que aguardan a las almas pecadoras. Su aterrada audiencia reacciona con la histeria propia de la ignorancia, rezando entre sollozos entrecortados y el rostro descompuesto por el terror y la angustia producida por las palabras del sacerdote. Este ambiente de fanatismo religioso provoca un efecto de shock en el personaje de Justine, que cae inconsciente y es llevada a su dormitorio. Una vez en la cama, la hermana Angélica se ofrece para cuidar de ella, aunque al final es Alucarda quien consigue quedarse a cuidar de la enferma. Es en el momento en que ambas quedan solas que la verdadera naturaleza de Alucarda empieza a manifestarse, en primer lugar con rabia y odio, acusando, con razón, al ambiente opresivo y malsano del convento de lo que le ha pasado a su Justine. Alucarda expresa un odio hacia las religiosas hasta entonces oculto.
Poco después de esa manifestación, Alucarda entra en trance, y empieza a moverse en círculos, ausente, moviendo los brazos y musitando una estraña y satánica letanía ante la horrorizada mirada de Justine. Alucarda hace caso omiso de los gritos de espanto y preocupación de Justine, y en ese instante, como si fuera en respuesta a las satánicas plegarias de Alucarda, aparece el gitano que se encontraran en el bosque (¿tiene este personaje alguna relación con la fuerza invisible desatada en las ruinas y que acabó con la vida de la madre de nuestra protagonista?). Este gitano se encargará de asegurarse que el pacto de sangre de Justine y Alucarda se selle definitivamente. En una de las secuencias más impactantes de la película, vemos al gitano conjurando la lluvia, que se torna sangre en uno de los planos más intensos del filme. A continuación vemos a Justine y Alucarda desnudas, una frente a la otra, y entonces sellan su pacto. Justine prueba la sangre de Alucarda y Alucarda chupa la sangre de una herida abierta en el pecho desnudo de Justine, en una escena en la que se contrasta el dolor que parece padecer Justine con el placer de la propia Alucarda (a la cual en un momento dado vemos verter una lágrima ¿es consciente del dolor de Justine? ¿es consciente de que está condenando el destino de su amada?). El ritmo de la película no sólo no decae, sino que va en un continuo crescendo que tiene su clímax en las siguientes escenas, en las que se alternan imágenes de la hermana Angélica rezando por Justine y su alma, con escenas de Justine y Alucarda siendo iniciadas por los gitanos (que en realidad son adoradores del diablo) en un aquelarre con macho cabrío incluido.
A medida que la prueba de fe de la religiosa va alcanzando intensidad, ésta empieza a llorar sangre, incluso de los poros de su piel brota la sangre ininterrumpidamente, mientras que, en el bosque, Alucarda y Justine se encuentran en una orgía con los adoradores de Belcebú. La prueba de fe de Angélica es superada, y como consecuencia del nivel de beatitud alcanzado, vemos a la religiosa levitando muy por encima del suelo bendecida por una luz angelical, mientras que, en el bosque, la sacerdotisa es fulminada por una fuerza desconocida, fruto de la fe de la religiosa. La luz vence las tinieblas.
Sin embargo, desde este momento en adelante el trágico y maldito destino de Justine irá ligado al de Alucarda. En una clase, nuestras dos protagonistas ignoran las enseñanzas sagradas de la madre superiora, entre risas y comentarios ponzoñosos. La profesora percibe la actitud de las niñas, y las acusa de no estar prestando atención, conminando a Alucarda a repetir lo que ha estado explicando. Como respuesta, Alucarda inicia una satánica letanía que se ve secundada por la propia Justine. Es la confirmación de hasta qué punto han abandonado la luz y Dios para abrazar las tinieblas y al diablo.
Aterrada, la religiosa expulsa al resto de la clase, por temor a que ésta se vea corrompida por tal comportamiento blasfemo, y conmina a Justine a arrepentirse ante la cruz, arrojándola al suelo con violencia. Cuando intenta hacer lo mismo con Alucarda, algo la detiene, mientras ésta la mira con expresión desafiante y de puro odio. La misma expresión desafiante del mismo diablo. Esta conducta impía pone a la comunidad religiosa sobre aviso y en acción para intentar evitar que sucesos como éste vuelvan a evitarse. Una Justine cada vez más lánguida y débil es recluida en su habitación y atendida por un médico local, mientras que Alucarda es llevada al confesionario para excomulgar sus pecados.
Pero Alucarda no tiene nada de qué arrepentirse, y tras su comportamiento blasfemo y sugerente, sexualmente hostil, hacia el sacerdote, vemos en otra impactante escena al sacerdote y a las religiosas siendo flageladas para limpiar sus cuerpos del pecado. Finalmente, el sacerdote llega a una resolución. Las niñas están poseídas por el Diablo, si no por el mismo Diablo, al menos sí por uno de sus “mensajeros”, por lo que deciden exorcizarlas. La ceremonia de exorcismo se muestra en toda su brutalidad. Alucarda y Justine son atadas a sendas cruces, y mientras Alucarda cae inconsciente de un golpe asestado por uno de los frailes, Justine es despojada de sus ataduras y dejada desnuda (todas estas vejaciones de carácter sexual, aunque revestidas de religiosidad, refuerzan de nuevo la asociación de Justine con los personajes femeninos del Marqués de Sade), para, a continuación, ser torturada hasta morir en la cruz ante las execraciones y sermones del sacerdote.
En este momento aparece el doctor, avisado por la hermana Angélica, que fue la única del convento que se opuso en todo momento a semejante ceremonia, y aunque incapaz de salvar a Justine, sí pudo salvar a Alucarda y llevársela a su casa a curarla de los malos tratos recibidos en el convento. La hermana Angélica desafía por vez primera la autoridad de sus superiores, mientras sostiene el cuerpo exangüe y muerto de Justine en sus brazos. Mientras tanto, Alucarda despierta y conoce a la hija ciega del doctor, que llegará a sustituir a Justine en su necesidad de mostrar y recibir afecto de una chica inocente y dulce, todo lo que ella no puede ser.
Mientras Alucarda y la hija del doctor intiman, éste es requerido de nuevo en el convento. Al parecer, el cadáver de Justine, envuelto en un sudario, ha desaparecido. El doctor, personaje estereotipado que representa al hombre de ciencia y razón, se niega a dar crédito a las insinuaciones del sacerdote, que no tardan en mostrarse auténticas. En su huída, Justine mató a varias religiosas, y a una de ellas quemándola hasta dejar su cadáver chamuscado en el suelo. El sacerdote coge el cadáver y le corta la cabeza con un sable, y el doctor presencia aterrado cómo el cadáver, corrompido igualmente por el mismo mal de su verdugo, se mueve profiriendo aterradores gemidos que hacen que el doctor se dé realmente cuenta de la veracidad de las palabras del sacerdote. Justine ha renacido fruto de su relación con el anticristo, y extenderá el germen de la corrupción allá por donde pase. Y si Justine ha sufrido tal destino, fue a raíz de su relación con Alucarda.
La misma Alucarda que el doctor había dejado en su casa con su hija. Cuando, aterrado, vuelve a su casa, el doctor ve confirmados sus más amargos temores: su hija Daniella ha desaparecido, y Alucarda también. En ese instante comienza una desesperada caza para encontrar y dar muerte a la semilla del mal. La hermana Angélica les sugiere ir al bosque, ya que, como ella recordaba, Justine y Alucarda solían ir mucho por allí. El doctor, seguido por unas hermanas, llega a las ruinas donde murió la madre de nuestra protagonista. En un momento dado, la hermana Angélica, que se había despojado de su cruz (última prueba de fe) para dársela a otra hermana que no la había llevado consigo, se quedará sola en el interior de las ruinas, donde verá un ataúd más además del de Lucy. Al abrirlo la hermana descubre aterrada a Justine desnuda, bañada en sangre. Justine, convertida en vampira, símbolo de la sexualidad desinhibida, despierta y ataca a la hermana, envuelta en hábitos, y símbolo de la fe, la represión (castración de los instintos) y alienación.
Cuando Justine iba a rematar a la hermana, ésta se detiene, como si hubiese reconocido a la hermana. Tal reconocimiento, unido a la profunda fe de ésta, hace titubear a la vampira, que ve en su víctima lo que ella ya jamás podrá ser: un alma pura y sin corromper. La relación sugerida hasta entonces entre Justine y Angélica cobra mayor intensidad en esos breves instantes, hasta que el doctor llega y rocía a la vampira con agua bendita, hasta que ésta finalmente es destruida. Antes de morir, Justine muerde en el cuello a la religiosa (igual que Alucarda y Justine hicieron un pacto de sangre, igualmente Justine sella con la hermana su destino con sangre), la cual fallece instantes después.
Mientras tanto, Alucarda ha vuelto al convento a vengarse de aquellas que le han arrebatado a su amada Justine, seguida por Daniella. En ese instante Alucarda aparece como un ángel vengador, capaz de conjurar el mismo fuego del infierno para consumir los cuerpos y almas de las responsables de su sufrimiento. Una a una las religiosas y frailes y demás internadas van siendo fulminadas sin confusión, haciendo temblar los mismos cimientos del convento, que empieza a desmoronarse ante tal manifestación de poder. Daniella intenta hacer que Alucarda pare, pero sin éxito. Asustada, intenta alejarse y entonces, en una de las sacudidas de tierra, pierde el equilibrio y cae incosciente, ante la aterrada mirada de una Alucarda que observa impotante como no puede hacer nada para evitar la caída.
Finalmente llegan el doctor y las demás religiosas, las cuales utilizan el cuerpo muerto de Angélica como cruz para derrotar a la hija del mal. Angélica, símbolo del poder de la fe, y única alma piadosa y pura del convento, con los brazos en cruz, es alzada como un talismán de santidad ante el cual Alucarda no puede resistirse. Y la misma santidad de aquel cadáver provocará la misma muerte de nuestra protagonista.
Como se habrá podido observar, "Alucarda" es un film muy simbólico que juega con una gran riqueza de imágenes para contar una historia, una fábula maldita rica en detalles y matices, hasta tal punto que es uno de esos films que se prestan a lecturas de muy diversa índole. "Alucarda" es una obra compleja en su tratamiento de la dicotomía religión/fe-sexualidad/satanismo. Pese a personajes como Angélica que son claramente retratados como criaturas bendecidas, sin embargo esta misma criatura está reprimida y alienada por su misma religión. El amor que siente hacia Justine, sugerido con mayor o menor intensidad a lo largo de la película, va más allá del mero amor platónico o de la amistad. Justine es un personaje puro que se ve atraído por el bien (Angélica) y el mal (Alucarda), aún cuando esa atracción, en ambas partes, es predominantemente de índole sexual.
La diferencia entre Alucarda y Angélica está en que, mientras que la primera es un personaje desinhibido y desatado, no sujeto a las leyes e imposiciones de la fe, lo cual la hace amar sin tapujos (de hecho, en una escena de la película Alucarda acusa al clero de adorar la muerte, mientras que ella ama la vida, en una clara alusión a su predisposición a amar sin impedimentos morales a su compañera), mientras que la segunda reprime su amor y atracción hacia Justine por las autoimposiciones propias de su fe. Como consecuencia, y aunque podamos considerarla como el personaje más puro de la película, acaba siendo víctima de su propia condición, de sus propias convicciones religiosas, las mismas que le impiden amar a Justine con todo su corazón, las mismas que, indirectamente, fueron responsables de la muerte de Justine.
Por lo demás, el resto de los personajes religiosos aparecen como seres fanáticos y alienados que ejercen una enseñanza religiosa amparada en el pecado, el miedo y el dogmatismo. Recordemos a las chicas aterradas ante las ideas cuanto menos macabras del sacerdote (qué imaginación tan rica la de estos sacerdotes), recordemos las salmodias que tenían que repetir como borregos en las clases, recordemos la flagelación y el exorcismo, manifestación física y palpable de la auténtica religiosidad del convento, basada en el dogmatismo más insultante. En definitiva, la religión, símbolo no tanto de la pureza como de la alineación, acaba siendo responsable, en mayor o menor medida, de los sucesos acaecidos.
Alucarda, por el contrario, difícilmente puede ser considerada como un personaje maligno, sino más bien como un ser abocado a un final trágico, un personaje cuya única obsesión era amar a Justine y que vio como esa relación era destruida violentamente por los adalides de la virtud y la fe. Los gitanos y adoradores del diablo aparecen retratados como imágenes de la desinhibición más pervertida, justo lo opuesto a la mentalidad del convento. Frente al dogmatismo, el libertinaje. Las dos caras de la misma moneda. El hecho de que Alucarda abrazara la segunda como medio para poder estar junto a y gozar de su adorada Justine no la hace más maligna o moralmente censurable que aquellos que, amparados en la doctrina ciega, condenan lo que consideran no se ciñe a sus rígidas y anacrónicas medidas de moralidad.
En definitiva, ¿se trata de un filme de vampiros? Indudablemente, nos encontramos ante una revisión sui generis del mito de Carmilla, con referencias a la obra de Stoker que van más allá de la coincidencia de los nombres (Lucy Westenra y la misma Alucarda) y el episodio de Justine surgiendo de su ataúd bañada en sangre. El mismo Moctezuma explicó que dotó al personaje de Alucarda de rasgos muy propios de una vampira, como su mirada hipnótica, su capacidad de seducción, su aversión a las cruces y su carácter indómito y salvaje.
Aunque la película dura 75 minutos, lo cual implica que ciertos aspectos quedan sin profundizar y algo en el aire (¿quién mató a la madre de Alucarda? ¿Lo mismo que la hija desató años después? ¿Qué relación guarda con el gitano?...), la película se las ingenia para mantener al espectador en un continuo estado de perplejidad, atónito, ante lo que se está contando. La fotografía es simplemente hermosa, el contraste cromático en cada plano resulta visualmente embriagador y las interpretaciones son excelentes, especialmente las de Tina French como Angélica y, sobre todo, Tina Romero como la sensual Alucarda. Si acaso la única pega que se le puede achacar a esta gran película es su abuso de los gritos. Ésta debe ser una de las películas con más cantidad de chillidos y gritos varios por minuto que haya visto en mi vida, lo cual dificulta la comprensión de ciertos pasajes (ya que esta película fue rodada y de hecho sólo está disponible en inglés) y puede acabar resultando algo molesto y reiterativo. Por lo demás, nos encontramos ante una de las revisiones del mito de Carmilla más impactantes y efectivas jamás rodadas, toda una rara avis en el género fantástico que merece la pena ser descubierta.
Calificación de la película: **** sobre *****
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ejem.....
ResponderEliminarme agrada la descripción que hiciste de la pelicula.....
pero se escribe México, no Mejico por ende es mexicana no mejicana
gracias por la información ^^
Hola, Ephiseth:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. En realidad la RAE acepta ambas grafías como correctas, aunque, efectivamente, se "aliente" el uso de la equis. Es curioso, porque siempre escribo "México", pero en el caso del adjetivo, a menudo se me escapan las jotas ;-). Incongruente, lo sé. De todos modos, lo tendré en cuenta. Es cierto que la reseña la escribí hace mucho tiempo y por aquel entonces ignoraba tales cuestiones. Gracias de nuevo por tu "feedback"! ;-)