domingo, 4 de diciembre de 2011

Apuntes sobre el Festival de Cine Europeo de Sevilla (2011)




Ocho años ha cumplido ya el Festival de Cine Europeo de Sevilla, y la excelente acogida que ha tenido, nuevamente, en la presente edición, confirman su óptimo estado de salud. Tan óptimo que las acreditaciones para ver las 27 películas que conformaban la programación de este año se agotaron más de una semana antes del inicio del Festival. A pesar de la crisis, los sevillanos han vuelto a depositar su confianza en un evento de la importancia del que aquí nos compete, abonando los correspondientes 27 euros con bastante antelación. Y no sólo se agotaron las acreditaciones generales, sino también las entradas para algunas películas concretas, como fue el caso de "The Artist" de Michel Hazanavicius, la gran ganadora de la presente edición del Festival.

Así pues, durante ocho días nos brindaron una muy de agradecer alternativa a la, como es habitual, mediocre oferta de películas estrenadas comercialmente en las carteleras de nuestra ciudad, lo cual, por supuesto, no significa que todas esas propuestas alternativas resulten dignas de encomio. A lo largo de la presente crónica, esbozaremos un escueto análisis de algunas de las películas que tuve ocasión de ver durante el transcurso del Festival, en donde, como se suele decir habitualmente, ha habido de todo.





Dentro de la Sección Oficial del Festival encontramos una co-producción de Holanda y Dinamarca titulada "Code Blue" (2011), dirigida por Urszula Antoniak a partir de un guion escrito por ella misma. La historia se centra en el día a día de Marian, una solitaria y alienada enfermera de unos cuarenta años que se dedica a asistir a enfermos terminales y moribundos. La película arranca, de hecho, con una de las hermosas y beatíficas antífonas compuestas por la célebre abadesa, mística y compositora (entre otras cosas) alemana del Medievo, Hildegarda von Bingen. Para un personaje como Marian (inquietante Bien de Moor), cuya vida transcurre en compañía de pacientes cuya frágil decrepitud anticipa lo inexorable de la muerte, tal elección no resulta del todo fortuita. La muerte, para tales pacientes, supone ya el fin del sufrimiento, de la agonía en la que viven sus últimos momentos de vida. La gélida fotografía que acompaña al espectador en su recorrido por los pasillos del hospital refleja, igualmente, cuán aséptica es la vida de nuestra protagonista.

Dicha asepsia emocional no se restringe, empero, a su entorno de trabajo, sino a su vida en general. Aislada del mundo, sola, reprimida y alienada, la película promete uno de esos fascinantes estudios de personajes psicológica y ontológicamente atormentados tan característicos de autores europeos de la trascendencia de un Roman Polanski o un Andrzej Zulawski, por citar dos ejemplos. La directora consigue transmitir muy bien esa sensación de opresiva soledad que embarga a Marion, acentuando dicha soledad gracias a una sutil banda sonora de corte ambiental que incluye algún tema del famoso grupo Biosphere. Un buen día, nuestra protagonista conoce a un extraño por el que parece sentir cierto e irracional interés, interés que la llevará a fantasear con él e incluso al voyeurismo, una vez que descubre que el piso en el que vive está justamente enfrente del suyo. Dicho interés se ve reprimido por lo que parece ser una cierta aversión o rechazo al sexo. Dicho desorden de carácter sexual parece explicar la fragilidad de su psique, como si en cualquier momento pudiera incurrir en algo autodestructivo de consecuencias fatales.


Y ese "algo", lógicamente, se reserva para el clímax final de la película, con algunas escenas bastante polémicas por lo explícitas que resultan. Desgraciadamente, Antoniak no es Gaspar Noé, y por muy polémicas e impactantes que resulten dichas escenas, la película nunca llega a sacar provecho del potencial de su premisa y de la complejidad psicológica del personaje principal, como se hace evidente, especialmente, en su segunda mitad. La historia avanza errática hacia ningún sitio, como si, llegado un momento, la directora no supiera muy bien hacia dónde avanzar exactamente o cómo continuar lo que hasta entonces había iniciado, perdiéndose en vacuas divagaciones y reemplazando lo sugerido por lo explícito en un lamentable clímax que parece no buscar otra cosa más que impactar a cualquier precio al espectador, de la forma más simplista y sonrojante posible. De ese modo, al final acaba perdiendo todo el interés que pudiera haber suscitado inicialmente, desinflándose inexorablemente hasta su decepcionante resolución. Una lástima. Calificación: 4


Más interesante resultó, dentro de la Selección Europea (EFA), la producción griega titulada "Attenberg" (2010), de la directora Athina Rachel Tsangari. La aparición en el reparto de Giorgos Lanthimos, director que se dio a conocer mundialmente en el año 2009 con esa obra maestra que es "Kynodontas" ("Canino", 2009), estrenada el pasado año en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, y que volvía además este año al Festival para presentar su nueva "criatura", la fascinante "Alpeis" ("Alps", 2011) dista mucho de ser casual. De hecho, las protagonistas de "Attenberg" ("corrupción" fonética del apellido inglés "Attenborough") perfectamente podrían haber salido de una película de Lanthimos. Es más, la protagonista de la película, Marina, no es muy diferente de las dos hijas de "Kynodontas", tanto en su forma de concebir las relaciones sexuales como en su peculiar forma de relacionarse con su padre.

Los personajes de este nuevo cine griego son criaturas (nuevamente, sí) alienadas, vomitadas en un mundo hostil que les resulta extraño e inaccesible, y en donde son incapaces de entablar cualquier tipo de vinculación afectiva, no sólo con un amante, sino con su propia familia. Ya el arranque de la película es toda una declaración de intenciones por parte de la directora, con un plano medio fijo en donde Bella, la mejor (¿única?) amiga de nuestra protagonista, intenta enseñarle a ésta cómo besar. La escena resulta divertidamente bizarra. Como si de un documental de mamíferos de Sir David Frederick Attenborough se tratara, la directora posiciona la cámara mostrando la conducta y comportamiento de nuestra protagonista, sus relaciones con aquéllos que la rodean y sus primeras experiencias sexuales. Del mismo modo que los documentales intentan arrojar algo de luz acerca del comportamiento de otras especies, la directora parece adoptar una posición similar, sólo que esta vez con otras personas, como si intentara igualmente entender y desentrañar los entresijos del comportamiento humano, utilizando como "cobayas" bizarros personajes que parecen adquirir el estatus de esperpénticos arquetipos de las distintas afecciones y neurosis que aquejan al ser humano en estos tiempos en donde imperan las relaciones virtuales, en detrimento a veces de las propias relaciones interpersonales.

Personalmente, no obstante, no estoy del todo seguro de hasta qué punto las concomitancias existentes entre esta película y "Kynodontas" juegan muy a favor de la película de Tsangari. Carente de la mala leche de la obra de Lanthimos, "Attenberg" intenta parecerse demasiado a aquélla para su propio bien. Y es que no sólo esta concatenación de actitudes y comportamientos bizarros y supuestamente provocativos ya no resulta del todo original y novedosa, sino que, de la propia saturación de los mismos, la película acaba perdiendo algo de fuelle y, por tanto, impacto, en el espectador, a medida que avanza la historia. Por otro lado, así como "Kynodontas" no se reducía a un mero catálogo de excentricidades, sino que además contaba con una historia fascinante y de redonda resolución, por el contrario en "Attenberg" la película termina como si ya no supiera qué más hacer con el material que se trae entre manos.


Mentiría si negara que me he divertido mucho viéndola (desde luego, mucho más que con "Code Blue", película con la que, como se habrá podido apreciar, comparte ciertos ángulos argumentales), pero mientras que en la obra de Lanthimos había mucha sustancia que digerir más allá de las excentricidades superficiales, en la obra de Tsangari, por el contrario, parece a veces como si dichas excentricidades constituyeran su propia raison d'être. Y, ya se sabe... el que se esfuerza tan denodadamente en impactar y sorprender corre el riesgo de dejar de ser sorprendente y perderse en su propio discurso estético. Calificación: 6


En todo festival es inevitable encontrarse siempre con películas que consiguen "colarse" en su programación pese a ser abyectos bodrios de ínfima calidad, y éste no iba a ser ninguna excepción. Las dos siguientes películas, pertenecientes a la sección Eurimages, se ajustan a la perfección a dicho modelo. En primer lugar, la co-producción Alemania-Noruega-Suiza titulada "Babycall", dirigida por Pål Sletaune. Anunciada como un thriller psicológico, la película cuenta como reclamo el hecho de estar protagonizada por Noomi Rapace, la cual se dio a conocer mundialmente gracias a esa soporífera y mediocre trilogía "Millennium" (2009) basada en las novelas de Stieg Larsson.  

Rapace interpreta el papel de Anna, una víctima de malos tratos que intenta empezar una nueva vida con su hijo Anders en un nuevo piso, cuya dirección ha sido mantenida en secreto para evitar represalias por parte del violento padre de Anders. Evidentemente, Anna vive con el temor constante de que éste pueda dar con su paradero y decida vengarse de ellos, lo cual la lleva a comprarse un "vigilabebés" para asegurarse de que está siempre vigilado y a salvo. Pronto empiezan a suceder extraños acontecimientos que parecen indicar que las cosas no son lo que parecen ser, acontecimientos que son resueltos en la recta final de la forma más tramposa y chapucera posible.

Y es que películas de este tipo ya se han visto, y muchas, dentro de los géneros del thriller y el terror psicológico. Ya saben, películas protagonizadas por personajes vulnerables y de psiques rotas, a través de los cuales nos llega una realidad distorsionada y no del todo fiable. Lógicamente, eso no se revela hasta el final, en donde el avispado guionista (el mismo que dirige semejante idiotez) se saca de la manga las respuestas a todas las incógnitas suscitadas hasta el momento, dejando al espectador con la molesta e irritante sensación de que le han tomado el pelo. Algo así sucede en esta pobre excusa de thriller que se ampara en una tramposa premisa para justificar el "todo vale" aún a costa de insultar la inteligencia del espectador durante los interminables noventa minutos en los que se estira este burdo telefilm.

 

Quizás lo único destacable sea la interpretación de Rapace, una actriz que no me dijo absolutamente nada en la trilogía anteriormente mencionada, y que en esta película cambia de registro convincentemente, haciendo al espectador partícipe de su angustia, obsesión y pánico a una amenaza que sólo existe en su propia mente y que nosotros nunca llegamos a percibir como tal. Por lo demás, "Babycall" es una película ya hecha anteriormente en multitud de ocasiones. Y lo peor no es que ya la hayan hecho antes, sino que además la han hecho mucho mejor. Calificación: 2


Igualmente desquiciadora resulta esa broma pesada de nula gracia titulada "The Island" (2011), una co-producción Bulgaria-Suecia dirigida por Kamen Kalev. El hecho de que la película empiece con lo que parece ser una sesión de tarot del mismísimo Alejandro Jodorowsky al protagonista (un Thure Lindhardt carente del menor atisbo de carisma en el papel de Daneel), no resulta, bien pensado, del todo irrelevante. Es más, aunque, según la Imdb, la implicación de Jodorowsky en la película se reduce única y exclusivamente a este pequeño cameo, en cierto modo llego a percibir la alargada sombra del fundador de la psicomagia en la historia que nos cuenta esta película, y pienso también que dicha influencia resulta especialmente evidente en su tramo final. Por supuesto puedo equivocarme, pero ciertamente es una coincidencia demasiado "golosa", ¿no creen?

Y no es que tenga nada en contra de Jodorowsky, polifacético personaje que ha canalizado su espíritu inquieto y creativo como escritor, dramaturgo, actor, poeta, guionista, compositor, escultor, escenógrafo, guionista de cómics, dibujante, tarotista, mismo, psicoterapeuta, psicomago y, por supuesto, director de cine. Por mucho que su primera película, "Fando y Lis" (1968), "perpetrada" en colaboración con el inefable Fernando Arrabal, constituya una de las experiencias más frustrantes e irritantes de todas las que haya podido sufrir en mi vida como cinéfilo (aquéllos que la hayan visto entenderán a qué me refiero), no dejo de reconocer el mérito de propuestas tan arriesgadas, hipnóticas y fascinantes como "El Topo" (1970) o "Santa Sangre" (1989). Sin embargo, al finalizar "The Island" me sentí como si me hubieran "colado", subliminalmente, algún sutil y vergonzoso manifiesto psicomágico, todo ello camuflado en un insípido envoltorio que oscila entre el thriller y el drama de forma caprichosa y sin llegar a resultar nunca convincente de ninguna de las dos formas.

Después de que las cartas de Jodorowsky le revelen al protagonista que encierra en su interior a un "bufón", lo cual hay que tener en cuenta para entender los derroteros por los que tirará la trama en su recta final, la película empieza con una premisa no del todo extraña al cine de terror: tras algunas discusiones que parecen estar afectando su relación, Daneel y Sophie (interpretada por la bellísima Laetitia Casta) deciden tomarse unos días de vacaciones e irse de viaje a Bulgaria. Pese a la reticencia inicial de éste, finalmente ella lo convence y, una vez en Bulgaria, deciden instalarse en un monasterio enclavado en una pequeña isla perdida en el mar Negro, en donde se encontrarán con unos personajes extraños y no necesariamente amigables, uno de los cuales parece incluso tener algún tipo de relación con los orígenes de nuestro protagonista. Tras unos primeros días de asueto y aparente tranquilidad, la crispación vuelve a surgir entre Daneel y Sophie, como si algo en la isla estuviera alterando el comportamiento de la pareja, revelando temores y avivando el fuego de la desconfianza y el recelo en la pareja. Daneel empieza a comportarse de una forma extraña, como si estuviera perdiendo la cordura, dando lugar a situaciones y momentos que hacen presagiar que algo oscuro o inquietante se cierne sobre ambos. En definitiva, nada nuevo, ¿verdad? Perfectamente podría ser el argumento de cualquier thriller de terror de ésos que tanto abundan en el cine americano mainstream.


Y todo esto ocupa prácticamente el 70% del metraje de esta película, de manera que bajo ninguna circunstancia podríamos, como espectadores, haber podido prever el radical giro argumental que toma la historia en su recta final... tan radical que raya lo grotesco. Dicho giro incluye a nuestro protagonista entregándose a una vida de anacoreta lejos de la civilización hasta encontrar a su "bufón" interior, para acto seguido, presentarse a un "casting" para la edición búlgara de "Gran Hermano" vestido de "friky" excéntrico, para, pasados unos veinte minutos en el interior de la casa, desaparecer y volver a aparecer, como por arte de magia, vestido de ciclista y compitiendo en un evento deportivo. ¡Ay, Alejandro! ¡Menudas risas te habrás echado a nuestra costa! Calificación: 1


Las dos últimas películas que serán objeto de análisis en el presente artículo forman parte del merecido homenaje, rendido por el Festival este año, al cine ruso. La primera de ellas es el documental "Rerberg i Tarkovsky. Obratnaya storona Stalkera" ("Rerberg and Tarkovsky. The Reverse Side of 'Stalker'", 2009), dirigido por Igor Maiboroda. A pesar del título, no nos encontramos ante un documental acerca del rodaje de "Stalker" ("La Zona", 1979), ya que esto constituye tan sólo una parte (y no necesariamente mayoritaria) de su metraje. El gran protagonista no es tampoco Tarkovsky, del cual encontramos un retrato bastante alejado de la mitomanía y que nos descubre a un autor vulnerable, manipulable, orgulloso e incluso algo egocéntrico. Un retrato no menos parcial y subjetivo que el ofrecido del director de fotografía Georgy Rerberg, rayando la hagiografía. Rerberg se erige por tanto en el gran protagonista del documental, y lo hace especialmente en su condición de "víctima despechada" tras haber sido despedido por Tarkovsky durante el rodaje de la película "Stalker".

Antes de mostrarnos el punto de vista de Rerberg en relación a su crispada relación con Tarkovsky durante el rodaje de la anteriormente mencionada película, Maiboroda satura al espectador con apuntes biográficos de Rerberg desde su misma infancia, incluyendo a las amistades de su familia, justificando así la desmedida duración del documental de dos horas y veinte minutos. Por muy interesante que nos parezca la analogía establecida entre la labor de un director de cine para con su equipo por un lado, y la labor del director de orquesta para con sus músicos por otro, tomando como modelo al legendario director ruso Yevgeni Mravinski, al cual se puede ver dirigiendo los ensayos del celebérrimo "Romeo y Julieta" de Prokofiev... y por muy gratificante que pueda resultarnos ver y escuchar las maravillosas Suites para Violonchelo de Johann Sebastian Bach por Mstislav Rostropovich, filmadas por el propio Rerberg... todo este material, relacionado únicamente de forma muy tangencial con el tema que nos ocupa, acaban entorpeciendo el ritmo de un documental errático, excesiva e innecesariamente alargado, y lastrado igualmente por un montaje algo confuso que va dando saltos de un punto a otro sin mucha coherencia y que termina por fragmentar el discurso sin que se pueda apreciar un hilo conductor claro y definido durante todo su metraje.


Al finalizar el visionado del documental, eso sí, el espectador tiene una idea clara acerca de quién fue Rerberg y la importancia de su contribución a la anterior (y primera) colaboración con Tarkovsky, la película "Zerkalo" ("El Espejo", 1975). Sin embargo, "denostar" una película de la rotunda perfección argumental y visual de "Stalker" en base a lo que iba a haber sido de haber continuado Rerberg como director de fotografía nos parece cuanto menos un desatino injusto y desproporcionado. Calificación: 6


Hablando de Tarkovsky... no deja de resultar sorprendente (y en un sentido además no particularmente positivo) la ausencia de una retrospectiva o alguna película suya en una edición del Festival como ésta, tan centrada en celebrar y homenajear la rica tradición cinematográfica de Rusia. Por supuesto, quien dice Tarkovsky dice también Sergei M. Eisenstein, Aleksandr Sokurov o incluso Sergei Parajanov (nacido éste último en la antigua Unión Soviética), pero es evidente que, para muchos, la figura de Andrey Tarkovsky se erige, merecidamente, en el paradigma por antonomasia y uno de los máximos exponentes de dicho cine.  En ausencia de Tarkovsky, los asistentes al Festival pudimos al menos disfrutar de un no menos merecido homenaje a un alumno suyo en la escuela de cinematografía del estado, el director Nikita Mikhalkov. Cerramos la presente crónica con una de las películas que pudieron verse dentro de dicho homenaje, y que constituye una de las grandes obras maestras del cine ruso para el que esto escribe. Me refiero, por supuesto, a "Sibirskiy tsiryulnik" ("El Barbero de Siberia", 1998).

En realidad no deseo extenderme demasiado ni desvelar mucho del argumento, ya que considero que es una de esas películas que merecen ser "descubiertas" en el sentido más literal del término. "Sibirskiy tsiryulnik" es, en primer lugar y por encima de cualquier otra cosa, una bellísima historia de amor, enmarcada en un trasfondo histórico específico, el de la Rusia de los Zares de finales del siglo XIX. Y dicha historia funciona, porque atañe a dos personajes entrañables con los que el espectador puede fácilmente "empatizar", encariñarse. Y ése, como siempre, es el secreto de toda gran película. Si no se produce ese grado de empatía por parte del público hacia los personajes, la historia que sobre ellos se sustenta estará, irremediablemente, abocada al fracaso. No es éste el caso. Gran parte del mérito, por supuesto, recae en la inspirada pareja de actores protagonistas, unos soberbios Julia Ormond y Oleg Menshikov en estado de gracia que rezuman una química electrizante. Luego está la historia, un canto a la vida, al amor y a la música, elemento este último que juega un importantísimo papel en el argumento, tanto la música diegética utilizada (maravilloso, como siempre, Mozart) como la conmovedora e impresionante banda sonora compuesta por el músico Eduard Artemiev, el cual, por cierto, ya había colaborado con Andrey Tarkovsky en varias de sus más grandes joyas cinematográficas ("Solyaris", "Zerkalo" o "Stalker").

 

Y lo realmente milagroso de esta maravillosa película es que, a pesar de su intimidatoria duración (tres horas), en ningún momento se hace larga, gracias a sus ingeniosos diálogos, su impecable factura técnica y su miríada de situaciones cómicas, dramáticas y románticas, combinadas con la maestría de un verdadero artesano, sin asperezas. Ah, y música. Mucha música. Por todos estos motivos, prefiero dar por concluido aquí mi comentario de la película y animar, a todos aquéllos que aún no la hayan descubierto, a que le den una oportunidad. Esto es Cine con mayúsculas. Calificación: 10




Luis Fernando Rodríguez Romero

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