sábado, 17 de agosto de 2024

Living (Oliver Hermanus, 2022)


 

inochi mijikashi koi seyo otome

kurokami no iro asenu ma ni

kokoro no honoo kienu ma ni

kyou wa futatabi konu mono wo

 

La vida es corta, enamórate, chica,

antes de que el color negro del pelo pierda su fuerza,

antes de que la llama del corazón se apague.

No volverá nunca a repetirse el día de hoy.

 

En el año 1952 el Gran Maestro Akira Kurosawa estrenó una de las grandes joyas del Séptimo Arte, titulada Ikiru ("Vivir"). Ambientada en el Japón de la posguerra, el filme transita por los últimos resquicios de vida de un funcionario de mediana edad al que le diagnostican un cáncer terminal de estómago, lo cual le hará replantearse los criterios por los que se ha regido su existencia durante los últimos treinta años. El guion de la película, fruto de la colaboración del célebre director tokiota con en el reconocido guionista Shinobu Hashimoto y el escritor Hideo Oguni, se inspiraba en un relato corto del escritor León Tolstói que llevaba por título La muerte de Iván Ilich (1886). Roger Ebert, célebre crítico americano del Chicago Sun-Times, llegó a afirmar que Ikiruera “una de esas escasas películas que realmente podría inspirar a alguien a cambiar su vida”. 

 


Tan sólo un año después, su compatriota Yasujirō Ozu presentaría su gran obra maestra, Tōkyō monogatari ("Cuentos de Tokio"), la cual, junto con Ikiru, formarían un díptico fundamental para entender (y valorar) la inconmensurable contribución nipona al arte cinematográfico en su vertiente más social durante la segunda mitad del siglo XX. Ambas películas abordarían temas tan profundos como la alienación humana, la deshumanización de la fagocitaria burocracia, las relaciones paterno-filiales, marcadas por un insalvable abismo intergeneracional, y el sentido mismo de la vida.

70 años después de aquélla, nos llega esta suerte de remake británico dirigido por el cineasta sudafricano Oliver Hermanus. Las labores de guion recaen, en esta ocasión, en el escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro, flamante recipiente del premio Nobel de Literatura en el año 2017. Todo un aval de garantía, ciertamente, para una película pergeñada bajo la sombra del gran clásico de Kurosawa, lo cual podría incitar a una acogida, cuanto menos, tibia y prejuiciada por parte de los cinéfilos más puristas. ¿Realmente necesitaba Ikiru una revisión? 

 

A tenor de los resultados, mi respuesta no podría ser más inequívocamente positiva, por mucho que Living no pueda aspirar a atesorar las virtudes cinematográficas del monumento fílmico original. Al fin y al cabo, Akira Kurosawa sólo hay y habrá uno. En cambio, sí es de justos reconocer que nos encontramos ante una película pulcra, elegante, muy británica, y con la suficiente personalidad como aportar a la historia algunos estimables valores de su propia cosecha que no deberían pasar desapercibidos, empezando por su duración.   

 


Los 143 minutos de su predecesora se ven acortados aquí a tan sólo 102 minutos de duración, en una decisión que, lejos de perjudicar la historia, acaba convirtiéndose en una de sus más destacables virtudes. Siempre he pensado que la película original adolecía de un cierto exceso de metraje que llegaba a perjudicar, por momentos, su flemática cadencia narrativa. En este remake, la historia avanza con una mayor agilidad, soslayando la redundancia para despojarse de todo lastre innecesario.

Otro aspecto esencial en donde, honestamente, pienso que Living llega incluso a destacar por encima de Ikiru es en el papel que recibe la música, algo que para mí es fundamental en una película. La compositora y pianista francesa afincada en Londres Emilie Levienaise-Farrouch es la encargada de la dramaturgia musical en esta obra, perfectamente arropada, en momentos clave de la historia, por el Tempo di Valse correspondiente a la Serenata para Cuerdas en Mi Mayor (Op. 22) de Antonín Leopold Dvořák o la sublime Fantasía sobre un Tema de Thomas Tallis del compositor británico Ralph Vaughan Williams. Por su parte, Levienaise-Farrouch desgrana las tribulaciones vitales del protagonista a través de una serie de intimistas y delicados esbozos para cuerda y piano que eclosionan en el que considero que es el momento más bello y emotivo de todo el score, Changed.

 


Es conveniente recordar, llegados a este punto, que el único elemento musical de verdadera trascendencia narrativa en la película de Kurosawa era el uso de la exquisita balada romántica Gondola No Uta, compuesta por Shinpei Nakayama con letra de Isamu Yoshii, la cual servía para ilustrar y poner voz al amargo sentimiento de pérdida experimentado por el protagonista, plenamente consciente de hasta qué punto había desperdiciado su vida, la misma que ahora se le escurría inexorablemente entre los dedos de sus manos. Esto nos lleva a ese icónico momento final en donde escuchamos a Kanji Watanabe canturrear la canción mientras se balancea en el columpio del parque infantil que él impulsó como su última gran ofrenda al gran misterio de la existencia. El uso de dicha canción simbolizaría aquí su gran reconciliación con la vida y la muerte, un momento sagrado en donde, por primera vez en muchos años, el personaje volvería a conectar con la alegría y la inocencia de un niño capaz aún de maravillarse, cada día, con el milagro de un nuevo atardecer. 

 


El hecho de que Living está ambientada en el Londres de la posguerra y que adapta la historia a la cultura y sensibilidad europeas llevaría al guionista Kazuo Ishiguro a buscar un reemplazo musical que se pudiera ajustar más a los requerimientos del relato, y lo acabaría encontrando en una de las canciones tradicionales más populares del rico acervo escocés, The Rowan Tree, escrita por Carolina Oliphant en el año 1822. Si bien la letra de la canción no está tan directamente conectada al tema principal de la historia como sí lo estaba Gondola no Uta, también es cierto que su inclusión confiere nuevos e interesantes matices al proceso vital por el que atraviesa el protagonista y, más concretamente, a la emblemática secuencia final.

En un momento dado, nuestro protagonista, referido sucintamente como Mr. Williams, hace alusión a su esposa ya fallecida, la cual tenía raíces escocesas. The Rowan Tree, por ende, serviría así de enlace espiritual y emocional entre el protagonista y su mujer a la que tanto amó en otros tiempos más felices, plenos y… sí, vivos. Esta añoranza se hace aún más palpable en la película de Hermanus que en la de Kurosawa, impulsando la historia hasta ese conmovedor desenlace en donde el señor Williams, ya en paz consigo mismo, siente que ha llegado el momento de, al fin, volver a reunirse con ella. Y canta por última vez la canción. A modo de curiosidad, resulta interesante apuntar que el árbol Rowan o serbal es también conocido en la mitología celta como el Árbol de la Vida, y representa el valor, la sabiduría y la protección contra los espíritus malignos. 

 


No podríamos dar por concluido nuestro repaso por este nada desdeñable listado de estimables virtudes de la película sin hacer referencia, por supuesto, a la impresionante labor de interpretación ofrecida por el inmenso Bill Nighy, sobre el que recaía la, a priori, intimidatoria tarea de recoger el testigo cedido por el gran Takashi Shimura, que encarnara a Kanji Watanabe en la obra de Kurosawa. El británico posee la presencia, elegancia y savoir faire necesarios para hacer suya la película y ofrecernos, de paso, otra magistral lección de interpretación. Nighy es además de esos actores que no necesitan recurrir a excesivos histrionismos para bordar un papel y evocar de manera convincente una amplísima gama diferente de emociones y estados anímicos. Tras ese aparente estoicismo dibujado en su rostro enjuto se atisba una profundidad en absoluto impostada que permite al espectador adentrarse en los recovecos más inaccesibles del alma de sus personajes, y esta película es un magnífico ejemplo de esto. Living es una película de frágiles sutilezas, de matices, y no de vacuos alardes de ostentación. Por ese motivo, la interpretación de Bill Nighy, emotiva desde la contención, aporta a la obra una cualidad poética tan honesta como enternecedora.             

 


Es muy posible que un filme como éste no llegue a trascender, como también lo es que, desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, palidezca en comparación con el gran clásico de Akira Kurosawa. Sin embargo, me gustaría plantear la siguiente reflexión: ¿para qué compararlas? ¿Por qué no podrían aspirar a co-existir en la memoria del cinéfilo? Pienso honestamente que Living, como espero haber demostrado a lo largo de esta reseña, reúne los suficientes méritos como para que sea considerada una más que digna revisión de la original, respetando el espíritu de aquélla sin perder un ápice de su propia identidad. Hermanus firma así una obra bella y muy personal, al servicio de un actor en la cúspide de su talento, y con una memorable banda sonora original. CINE con mayúsculas, en definitiva.

 

Lo Mejor: Bill Nighy, que nos brinda la mejor interpretación de toda su carrera; su acertada duración; el acompañamiento musical, desde el acertado uso de célebres composiciones del pasado hasta el emotivo cover de la canción The Rowan Tree realizado por la cantante folk londinense Lisa Knapp, que puede escucharse en todo su esplendor en los créditos finales, sin olvidarnos por supuesto de la memorable BSO compuesta por Emilie Levienaise-Farrouch.  

 

Lo Peor: Que la sombra del gran clásico de Akira Kurosawa impida que mucha gente la valore como la gran película que es.

 

El Momento: la secuencia del tren, hacia el final de la película, en donde sus compañeros de trabajo van rememorando el gran cambio experimentado por Mr. Williams, magistralmente montada al compás del tema Changed de Emilie Levienaise-Farrouch. Emoción a flor de piel. 

 

Mi calificación: ****/*****

 

 


 

The Rowan Tree

Oh! Rowan Tree Oh! Rowan Tree!

Thou'lt aye be dear to me,

Entwined thou art wi mony ties,

O' hame and infancy.

Thy leaves were aye the first o' spring,

Thy flow'rs the simmer's pride;

There was nae sic a bonny tree

In a' the countrieside

 

Oh! Rowan tree!

How fair wert thou in simmer time,

Wi' a' thy clusters white

How rich and gay thy autumn dress,

Wi' berries red and bright.

On thy fair stem were many names,

Which now nae mair I see,

But they're engraven on my heart.

Forgot they ne'er can be!

 

Oh! Rowan tree!

We sat aneath thy spreading shade,

The bairnies round thee ran,

They pu'd thy bonny berries red,

And necklaces they strang.

My Mother! Oh, I see her still,

She smil'd oor sports to see,

Wi' little Jeanie on her lap,

And Jamie at her knee!

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