lunes, 23 de agosto de 2010

Grandes escenas de la historia del Cine (I): Senderos de Gloria (Paths of Glory, 1957)



Uno de los finales más conmovedores y emotivos de la Historia del Cine es, sin lugar a dudas, el de esa joya del cine bélico que es "Senderos de Gloria" (Paths of Glory, 1957), dirigida por ese gran Maestro que fue (y es) Stanley Kubrick. Paradójicamente, y como todas las grandes películas bélicas ("Johnny Cogió su Fusil", "El Cazador", "Platoon", "Apocalypse Now", etc etc), se trata de un bello y emotivo alegato antibelicista que encuentra su punto álgido en esta escena sublime que da sentido a todo lo visto anteriormente.



Ambientada durante la Primera Guerra Mundial, tres soldados franceses son llevados a un consejo de guerra, ajusticiados y fusilados por su propio ejército, todo ello por negarse a cumplir una orden suicida que implicaba su exterminio inmediato a manos de las tropas alemanas. Kirk Douglas interpreta al superior de estos soldados, el coronel Dax, el cual los defenderá además en su condición de abogado, sin éxito, durante dicho juicio. Un juicio que destapa los oscuros y muy poco éticos procedimientos llevados a cabo por el ejército francés contra algunos de sus propios hombres, movidos por la necesidad de "justificar" ante los medios y la opinión pública el fracaso de las tropas en una misión ya de por sí abocada al fracaso.



Los pobres soldados son retratados como meras marionetas, a merced de los implacables, codiciosos y mezquinos superiores, más preocupados por quedar bien ante la opinión pública y ascender de rango que en la seguridad de sus propios hombres... todos, por supuesto, exceptuando el coronel Dax, el cual se irá dando cuenta de la realidad muy a su pesar. Los tres "chivos expiatorios" son condenados a muerte de manera injusta por negarse a acatar una orden que conllevaba su misma muerte. ¿Una conducta punible?

¿Y qué ocurre con el superior que dio dicha orden, el general Paul Mireau (soberbiamente interpretado por George MacReady), el cual llegó incluso a ordenar que abrieran fuego contra sus propias tropas ante la reticencia de éstas a acatar sus órdenes? ¿No merece esta actitud y desprecio por la vida de sus soldados un castigo aún mayor? La corrupción del sistema ha quedado desvelada ante el coronel Dax... y por si todo eso no fuera suficiente, cuando se asoma por la ventana de una taberna, ve a sus hombres bebidos y mofándose de una chica alemana exhibida por el tabernero como si se tratase de una "esclava" a punto de ser vendida al mejor postor.


¿Es eso la guerra? ¿Algo que despierta los instintos más primarios e inhumanos del hombre... la codicia, la soberbia, la crueldad..? Entonces, de repente, se obra el milagro... arengada por el tabernero y los soldados, la chica alemana capturada empieza a cantar una canción popular alemana, "The Faithful Hussar", conocida originalmente como "Der Treuer Husar" (1825). Su tenue voz apenas es escuchada al comienzo, pero a poco se va imponiendo un silencio sepulcral entre los soldados, los cuales notan cómo aquella bella e inocente melodía mueve algo en su interior que la guerra parecía haberse esforzado en ocultar, sepultar, anular.


Y no tardan en reaccionar, tarareando aquella melodía cantada en aquella lengua que ellos desconocen, pero cuyo mensaje es universal, un mensaje de paz y hermanamiento en tiempos de guerra y odio entre los dos países. "No todo está perdido entonces", pensará el coronel Dax cuando presencia aquel "milagro"... más allá de todo el sin sentido de la guerra, todavía queda en el interior de sus soldados la indescriptiblemente hermosa y valiosa capacidad para ser conmovidos por la música y lo que ésta representa, aunque provenga de los mismos enemigos y en la lengua de los enemigos alemanes. Porque la música no entiende de fronteras, política y nacionalidades.

¿Supone esta escena un mensaje de optimismo? ¿O un broche final amargo para una película tan pesimista y amarga como ésta? Al fin y al cabo, la guerra no ha terminado, y después de aquel momento de armonía y comunión entre aquella alemana y sus enemigos los soldados franceses, estos deberán volver al campo de batalla a seguir exterminando "enemigos" en el nombre de su país. No son más que meras marionetas de los verdaderos asesinos y enemigos del hombre, aquellos que, aprovechando su poder e influencia, alientan tales guerras y sentimientos de odio y animadversión, movidos por sus propios intereses y su codicia, y siempre desde la seguridad de sus despachos y gabinetes.


A faithful soldier, without fear,
He loved his girl for one whole year,
For one whole year and longer yet,
His love for her, he'd ne'er forget.

This youth to foreign land did roam,
While his true love, fell ill at home.
Sick unto death, she no one heard.
Three days and nights she spoke no word.

And when the youth received the news,
That his dear love, her life may lose,
He left his place and all he had,
To see his love, went this young lad...

He took her in his arms to hold,
She was not warm, forever cold.
Oh quick, oh quick, bring light to me,
Else my love dies, no one will see...

Pallbearers we need two times three,
Six farmhands they are so heavy.
It must be six of soldiers brave,
To carry my love to her grave.

A long black coat, I must now wear.
A sorrow great, is what I bear.
A sorrow great and so much more,
My grief it will end nevermore.

1 comentario:

  1. La insinuación por parte del General Broulard de que una acción victoriosa puede suponer un ascenso acaba convenciendo a Mireau de que le interesa que sus tropas traten de conquistar el Hormiguero, posición alemana claramente inexpugnable. Los generales juegan con la vida de sus hombres, en función de su ambición, sin que parezca importarles en absoluto cuál pueda ser su suerte:

    -El deber de los soldados es obedecer la orden. No podemos dejar en sus manos decidir cuándo es posible cumplirla y cuándo no. Si esa orden era imposible, la única prueba que podían aportar era sus cadáveres a lo largo del camino hacia el puesto enemigo, afirma impertérrito Mireau.

    -Las ejecuciones son un tónico para la división entera. Hay pocas cosas tan estimulantes y alentadoras como ver morir a otros. Los soldados son como niños. Al igual que una criatura quiere que su padre sepa mantenerse firme, las tropas quieren disciplina. Y una forma de mantener la disciplina es fusilar a un hombre de vez en cuando, sentencia Broulard.

    [Texto tomado de: Antonio Castro. "Stanley Kubrick". San Sebastián: Festival Internacional de Cine. 1980]

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