Sinopsis: En 1932, los gemelos y veteranos de la Primera Guerra Mundial Elijah "Smoke" y Elias "Stack" Moore (Michael B. Jordan) regresan al Delta del Misisipi tras años trabajando para la mafia en Chicago. Su objetivo es dejar atrás sus problemáticas vidas y, con dinero robado a gánsteres, comprar un aserradero con el fin de abrir un club de blues para la comunidad negra local. Su primo Sammie (Miles Caton), que lleva el blues en la sangre, se une a ellos a pesar de la oposición de su padre, un pastor de la iglesia que les advierte de los peligros de esta música. Muy pronto, los gemelos, Sammie y todos los que los acompañan deberán unirse para hacer frente a un mal de origen sobrenatural que amenaza con exterminar a su comunidad y apropiarse de todo aquello que les es más valioso.
1.Introducción
El director y guionista Ryan
Coogler nos presenta su obra más personal, una insólita amalgama de géneros
cinematográficos concebida a modo de carta de amor a sus raíces afroamericanas. La
muerte del tío del cineasta, un aficionado a la música blues criado en
Misisipi, inspiraría el guion de "Los Pecadores" (“Sinners”), el cual fue cobrando forma durante el proceso de post-producción de "Creed"
(2015). La película está siendo un éxito rotundo en la taquilla, y se está granjeando,
además, una devoción cuasi-religiosa por parte tanto del público como de la
crítica.
Lo primero que llama la atención de este filme es que, a diferencia de la gran mayoría de las películas de terror que se estrenan actualmente en cines, de factura más modesta, "Los pecadores" no oculta su condición de gran producción, avalada por unos estudios tan importantes como la Warner Bros. Esto no es cine independiente a lo A24, Blumhouse o Shudder, sino, más bien, la apuesta de uno de los imperios cinematográficos más importantes del mundo. Se nota, y mucho, que la Warner ha puesto aquí toda la carne en el asador, ya que el resultado global es técnicamente impoluto.
Una de las grandes virtudes de esta obra es su loable ambición a la hora de
subvertir las expectativas en lo que atañe a una película de vampiros. "Los
Pecadores" apunta mucho más alto, aunando géneros tan dispares como el
gótico sureño, el drama histórico, el cine de denuncia social, el de gánsteres, el
musical y, por supuesto, el terror, en una sorprendente cornucopia que podría
recordar, al menos superficialmente, en algún momento de la trama, al "Abierto
hasta el amanecer" (“From Dusk Till Dawn”, 1996) de Robert
Rodriguez. Al igual que en aquélla, aquí el terror sobrenatural, encarnado en la figura
del vampiro, irrumpe inesperadamente en medio de una trama que, hasta ese momento, había estado bien asentada dentro de los márgenes de lo que podríamos considerar como "real". El matiz que las diferencia es que,
mientras que en "Abierto hasta el amanecer" son los
humanos los que "invaden" la guarida del vampiro, hábilmente
camuflada a modo de cantina, en "Los pecadores" se da
justamente la situación inversa, siendo los vampiros los que irrumpen en el
garito clandestino de los humanos.
El hecho de la obra que aquí nos ocupa flirtee con tantos géneros diversos no
significa, por supuesto, que lo haga igual de bien en todos y cada uno de
ellos. Podríamos establecer dos partes, claramente diferenciadas, en la
progresión narrativa de la película. La primera parte entronca con el drama sureño y se centra en la llegada
de los dos hermanos gemelos, ambos encarnados por el actor Michael B. Jordan
(colaborador habitual del director desde los tiempos de su primer
largometraje, "Fruitvale Station", del año 2013), a su tierra natal en el Misisipi de los años 30 para abrir su propio negocio, un
club de blues para la comunidad afroamericana local.
2. Breves apuntes sobre el contexto histórico
Este primer acto se centra en los
conflictos raciales que había en los estados sureños durante aquella crisis económica,
iniciada en Estados Unidos en el año 1929, conocida como La Gran Depresión.
Esta tesitura tendría un impacto especialmente amargo en estados como Misisipi ya desde el
inicio de la década de los 30, marcada por la suspensión de pagos en numerosos
establecimientos comerciales e industriales, el desempleo y el endeudamiento de
los granjeros.
La situación de la comunidad afroamericana en el Misisipi de los años 30 fue particularmente difícil debido al impacto de leyes y prácticas de segregación
racial conocidas como Leyes Jim Crow. Estas leyes separaban
a las personas negras de las blancas en lugares públicos, favoreciendo a la
población blanca y limitando las oportunidades y los derechos de la comunidad afro-estadounidense.
Muchas personas eran explotadas en trabajos mal pagados, relegadas a la
agricultura y a tareas domésticas en condiciones especialmente adversas. La
discriminación y el racismo estaban profundamente arraigados en la sociedad
norteamericana, y la violencia racial (incluyendo los linchamientos), era algo
habitual.
A propósito del Ku Klux Klan, esta sociedad secreta había sido creada
originalmente después de la Guerra de Secesión por oficiales del
Ejército Confederado del sur para promover, entre otras distorsionadas causas,
el supremacismo blanco a través del odio y la violencia. Después de su
decaimiento y prohibición durante la segunda mitad del siglo XIX, resurgiría en el año 1915 a partir del estreno del gran (y muy
polémico) clásico de D.W. Griffith (1875-1948), "El
nacimiento de una nación" (“The Birth of a Nation”,
1915).
Pese a que esta nueva encarnación del KKK experimentó un apabullante
auge durante toda la década de los 20, la realidad es que en los años 30 se
encontraba ya en un proceso de irremediable declive. La exposición de sus
actividades violentas y racistas, junto con una serie de escándalos internos,
la pérdida de apoyo público y, por supuesto, el impacto de La Gran Depresión,
contribuirían a su debilitamiento, llevando a la organización a su colapso a
mediados de los 40. Si bien es cierto que el KKK nunca desapareció por
completo, su poder e influencia jamás volverían a ser los mismos.
Éste es el contexto histórico, económico y social en el que se enmarca la
historia de estos dos gemelos, veteranos de la Primera Guerra Mundial, que
regresan al Delta del Misisipi después de haber estado trabajando durante unos
años para la mafia en la ciudad de Chicago. Su objetivo es invertir el dinero
que le han robado a los gánsteres para comprar allí un aserradero, propiedad de
un terrateniente racista llamado Hogwood, y abrir un juke joint,
un establecimiento nocturno que ofrezca bebidas y música en directo y que esté orientado
a la comunidad afroamericana local.
Todo esta tramo está dedicado, principalmente, a la presentación y
caracterización de los personajes que van a protagonizar la historia; no sólo
los gemelos Elijah ("Smoke") y Elias
("Stack"), sino también todas las personas con las que éstos se van a reencontrar al
llegar a su hogar, incluyendo antiguos amores, amigos y familiares. La trama
aprovecha el proceso de captación de futuros empleados del club (músicos,
cocineros, proveedores, porteros, etc.) para ofrecer una interesante
radiografía de un capítulo fundamental en la historia de los Estados Unidos.
3. La música como el alma de un pueblo
Lejos de encorsetar y supeditar la historia a las directrices del drama racial y/o el cine de gánsteres, Ryan Coogler decide (y ahí
está, en mi humilde opinión, el gran acierto de toda la película) poner el foco
en la música, la cual actúa como hilo conductor durante prácticamente todo el
metraje del filme. El blues vendría a ser algo así como la argamasa
que cohesiona todas las distintas subtramas... todos los géneros
cinematográficos congregados, aunque con desigual tino, en "Los pecadores".
No hay que olvidar que toda esta región geográfica del Delta fue la cuna del blues, género musical que, por cierto, tendría una gran
influencia en el desarrollo de la música popular estadounidense durante las
décadas de los años 50 y 60. El Delta Blues fue, además, uno
de los primeros y más fundamentales estilos que se conocen dentro de este tipo
de música. Surgido en las regiones rurales del Delta del Misisipi a finales del
siglo XIX y principios del XX, dicho estilo sentaría las bases para muchas
otras ramificaciones posteriores del blues.
La música fue siempre una poderosa aliada para una comunidad, la afroamericana,
que tenía que hacer frente a innumerables dificultades, tanto sociales como
económicas. Era una herramienta fundamental de resiliencia en tiempos aciagos.
En ella, permanecían unidos. A través de ella, también, se preservaban sus
raíces, su identidad racial, su historia. La música se convertía, así, en la
depositaria inmortal de un legado histórico y cultural irrepetible.
La música blues es la herencia de los esclavos que llegaron a Norteamérica procedentes, eminentemente, de la costa occidental de África. Este deleznable tráfico
de seres humanos se extendería, aproximadamente, desde comienzos del siglo XVII
hasta mediados del siglo XIX. Dado que los esclavos viajaban en los barcos
encadenados, su única manera de expresión musical sería a través de la voz. Es
interesante, llegados a este punto, establecer una distinción entre el blues
propiamente dicho, de carácter más “mundano”, y las canciones religiosas o espirituales que se entonaban en las iglesias. Según palabras de Eugenio Moirón en la
web Blues Vibe:
Mientras que los espirituales se entonaban en la iglesia por un grupo de cantantes, contando además con el beneplácito de los blancos que veían estos cánticos menos peligrosos para el mantenimiento del status quo, ya que las letras se referían a la salvación en el más allá, el blues era interpretado por un solista y la temática era sobre los problemas cotidianos, el día a día. Ya centrados en el aspecto mundano y terrenal de esta música popular afroamericana, podríamos diferenciar entre los “work songs” o cantos de trabajo y los “hollers”. Los cantos de trabajo están asociados más a las cuadrillas de trabajadores negros o a las brigadas de prisioneros desparramados por las sucias y polvorientas carreteras del sur, interpretando ritmos uniformes y comúnmente con frases improvisadas por una voz solista y un estribillo con el que respondían el resto de los trabajadores. El “holler” blues es más un estilo a capela, con el cantante interpretando para sí mismo, pero con un elevado tono de voz y una mayor libertad en el ritmo. Es así que se han relacionado más las canciones de trabajo con Mississippi y los “hollers” con Texas debido principalmente a las condiciones geográficas y demográficas diferentes entre los dos estados, aunque esto haya que tomarlo con la suficiente prudencia.
El ambiente opresivo que se vivía en las plantaciones de algodón propiciaría la germinación de toda una cultura de artistas que encontrarían en el blues su refugio, tanto musical como espiritual. El Delta Blues, como explica Moirón, “se expresaba con total desnudez, cada nota sale del alma y el canto es apasionado y áspero. Los ritmos son enérgicos, se tocan pocas notas y la guitarra repite insistentemente una breve frase musical después del canto y a veces no hay demasiado sentido del compás.” Criado en un entorno de sumisión y sometimiento, el intérprete de blues cantaba a la libertad, el amor y la esperanza, sin excluir el dolor, la tristeza, la pérdida y la injusticia como leitmotivs recurrentes en este tipo de música.
4. El verdadero clímax de la película
Uno de los personajes reclutados por los hermanos Moore es su primo, Sammie, todo un bluesman que abraza la oportunidad que se le brinda a pesar de la oposición de su padre, un pastor de la iglesia que no ve con buenos ojos la pasión de su hijo por aquella música “sobrenatural”, conocida como blues, capaz de brindar experiencias de liberadora trascendencia al pueblo oprimido. Desde el principio se nos presenta a Sammie como un músico agraciado con un don extraordinario para la música. Una posible influencia para el personaje podría ser el mítico Robert Johnson (1911-1938), del cual circula la leyenda de que llegó a vender su alma al diablo para poder convertirse en el mejor bluesman de todo el Misisipi y, por extensión, del mundo entero. La película confiere a la música una cualidad mágica, cuasi-taumatúrgica incluso, como puede apreciarse en la siguiente (y muy significativa) cita, que nos llega a través de una voz en off al principio de la película:
Hay leyendas de personas nacidas con el don de hacer una música tan verdadera, que puede traspasar el velo de la vida y la muerte, invocando espíritus del pasado y del futuro (…) Ese don puede sanar a sus comunidades, pero también atrae al mal.
La música se convierte, así, en la
desencadenante de toda la trama sobrenatural que cobrará protagonismo en el
segundo acto de la película. Esta asociación me resulta, sin lugar a dudas, el
aspecto más interesante y novedoso de todo el filme. El músico se convierte, a
través del sonido de su voz, en una especie de brujo, nigromante incluso, capaz
de descorrer el sutil velo que separa el mundo de los vivos del de los muertos.
Mientras que los hermanos protagonizados por Michael B. Jordan están más
limitados por una caracterización en exceso estereotipada que les resta
interés, el personaje de Sammie, al que da vida (y voz) un
extraordinario Miles Caton, se erige por méritos propios en el alma de
la película. No sólo por el inaudito potencial de su personaje, sino también, muy
especialmente, por lo creíble que éste resulta gracias a la excepcional
cualidad tímbrica de su voz. Desde el momento en el que lo escuchamos,
como espectadores, cantar por primera vez durante un viaje en coche a través de
las plantaciones, no nos resulta para nada descabellado creernos su capacidad
para “conjurar espíritus”. Es, la suya, una voz que va directa al alma.
Esto nos lleva, por supuesto, a
la que considero que es, con mucha diferencia, la gran secuencia de la
película, aquélla que arranca con el personaje de Sammie cantando
el tema "I Lied To You" en el club de los Moore. En un
momento determinado se intercala un fragmento de una conversación mantenida
entre Sammie y el pianista Delta Slim, al que da
vida el actor Delroy Lindo, en donde éste le comparte las siguientes
palabras al hijo del predicador: “el blues no se nos impuso como esa
religión; no, hijo, eso nos lo trajimos desde allá. Es magia lo que hacemos; es
sagrado… y muy grande”.
Dichas palabras dan paso a un impresionante plano secuencia de varios minutos en donde se nos muestra hasta qué punto la música de Sammie posee la facultad de alterar la realidad misma. Su actuación se imbuye, en ese momento, de sacralidad para devenir un verdadero ritual chamánico capaz de trascender las barreras tanto del tiempo como del espacio, conjurando y trenzando, en un todo sorprendentemente cohesionado, sonidos y ritmos procedentes de distintos estilos, incluyendo la música tribal africana, el jazz, el gospel, el R&B, el soul, el hip hop y el rap. Músicos de diferentes generaciones, incluyendo danzantes de la África Occidental (y también chinas, en representación de otra de las comunidades marginadas en aquellos tiempos), son, de esta manera, milagrosamente convocados en el club, con el fin de poder compartir esta embriagadora celebración de la rica herencia cultural y musical afroamericana que se convierte, por méritos propios, en una de las secuencias cinematográficas más inolvidables de lo que llevamos de año.
5. Irrumpen los vampiros: "¡dejadnos entrar!"
“Los pecadores”
alaba y festeja el don de la música para sanar las heridas de un pueblo en un
acto de hermanamiento intergeneracional sin precedentes que constituye, sin
lugar a dudas, el verdadero clímax de la película. Coogler, sin embargo,
opta además por utilizarlo como mecanismo de transición a la segunda parte del filme, que
cambia completamente de registro para abrazar el género fantástico con vampiros. Curiosamente,
es cuando se asienta en el terror que la obra empieza a perder fuerza y coherencia,
desembocando en un desvaído segundo acto que, lejos de aportar al conjunto,
acaba, justamente, malogrando el resultado final.
Resulta que la música de Sammie
atrae también a otro tipo de espíritus, más concretamente a un vampiro irlandés
llamado Remmick (Jack O’Connell) y sus dos últimas
víctimas, convenientemente vampirizadas y convertidas ya a su impía causa. Coogler
adopta la idea de que un vampiro necesita ser invitado para poder entrar en un
lugar, la cual tiene su origen en el folclore de Europa del Este, siendo posteriormente
popularizada por Bram Stoker en su gran obra maestra de la literatura
vampírica, “Drácula” (1897). Esto le permite destilar algo de
tensión en torno al asedio al que son sometidos nuestros protagonistas afroamericanos
por parte de la horda de chupasangres blancos y sus víctimas negras vampirizadas
y “asimiladas”.
Un aspecto interesante en lo que
respecta a la amenaza vampírica es que la música también juega un interesante
papel en su caracterización, gracias a su identidad folclórica irlandesa. Si
volvemos a la cita con la que se abre la película, incluida anteriormente en
esta reseña, en ella se habla de personas nacidas con el don de “traspasar el
velo que separa la vida y la muerte” y “conjurar espíritus del pasado y el
futuro” a través de su música. Se incluye, a continuación, referencias a cómo eran
conocidos estos “chamanes del sonido” en distintas tradiciones, incluyendo la choctaw,
la africana y la irlandesa. Resulta significativo que, en la presentación de Remmick
durante la primera parte de la película, se muestra al vampiro huyendo de unos
nativos americanos (probablemente choctaw), que trataban de darle caza.
Los amerindios no vuelven a aparecer en la historia, la cual termina
centrándose, pues, en el enfrentamiento entre, por un lado, descendientes de
los inmigrantes irlandeses que llegaron a Estados Unidos, siglos atrás, en
busca de mejores oportunidades y, por otro, descendientes de los esclavos
africanos que fueron traídos al nuevo continente, en condiciones muy duras,
para trabajar en las plantaciones de algodón, tabaco, azúcar y otros cultivos. Dos
culturas muy diferentes, cada una con su propia idiosincrasia y folclore. La
primera representando el mal opresor, la asimilación, mientras que la segunda
representa el bien y la lucha por preservar su legado.
Ambas tradiciones son
representadas y contrapuestas en la película a través de la música. Se incluyen
escenas en donde se muestra a los vampiros blancos entonando canciones propias
de su herencia cultural, tales como “Will Ye Go, Lassie Go?” o la muy
pegadiza “The Rocky Road to Dublin”, una canción tradicional irlandesa
del siglo XIX que se escucha en otro de los grandes momentos del filme, en
donde se muestra a la horda de vampiros cantando y bailando en el exterior del club.
Esta escena resulta significativa en tanto que no son sólo los blancos
irlandeses los que cantan, bailan en corro y tocan las palmas, sino también los
propios afroamericanos que, una vez que han sido vampirizados y “asimilados”, olvidan
sus propias raíces culturales para abrazar las del hombre blanco. En ese
sentido, podríamos considerar a Remmick como el reverso tenebroso
de Sammie. Ambos conocen el poder de la música para “conjurar” y
alterar la realidad; la diferencia es que uno lo utiliza para el mal, para alienar
y absorber al otro borrando su identidad idiosincrática a cambio de una
supuesta “liberación”, mientras que el otro lo utiliza para el bien, para
celebrar, precisamente, dicho legado, y unificar a su pueblo (tanto presente
como pasado y futuro) a través de él. Es este don de Sammie lo
que, en última instancia, atrae inicialmente al vampiro al club. Remmick
es consciente del poder que el hijo del predicador es capaz de conjurar con su música, y su
objetivo es el de apropiarse (y nutrirse) de ese talento espiritual.
6. Un discurso ideológico paradójicamente segregacionista
Las lecturas sociopolíticas, como
puede apreciarse, resultan obvias hasta el punto del sonrojo, y aquí está mi
principal problema con una película que termina siendo, intelectualmente, la
mar de obtusa y tendenciosa. No ha sido nunca Ryan Coogler un director
conocido por su sutileza o profundidad, y esta película, por más que sea, con diferencia,
su mejor obra, no está exenta de esa misma tara. “Los pecadores”
escoge combatir el racismo con más racismo, posicionándose ideológicamente en
un lugar que, lejos de incluir, acaba excluyendo, reduciendo a sus personajes,
en un grotesco ejercicio de maniqueísmo que, a estas alturas, debería estar ya
más que superado, a los buenos afroamericanos (las víctimas) y los malos
blancos (los opresores y racistas). No deja de resultar significativo que no encontremos,
en toda la película, ni un solo personaje de raza caucásica que muestre algún signo
de humanidad, empatía o compasión. No sólo en el ámbito de la realidad, como traicioneros
miembros del Ku Klux Klan en su cruzada de odio racial y exterminio,
sino también en el ámbito sobrenatural, como vampiros dispuestos a chupar no
sólo la sangre, sino también el alma y la herencia cultural de los negros; los
blancos son representados en este filme, así, como el epítome del Mal absoluto.
Este tipo de lecturas raciales ya
eran comunes, por supuesto, a principios de los 70, durante el boom del blaxploitation,
dado que éste, al fin y al cabo, era un cine concebido para un público eminentemente
afro-estadounidense. Sin embargo, incluso este movimiento de filmes de explotación
propició la gestación de una propuesta intelectualmente tan madura y estimulante
como la extraordinaria "Ganja & Hess" (1973), en donde el
dramaturgo, novelista y director de cine de Filadelfia William Harrison Gunn
(1934-1989) ya abordaba, con muchísimo más ingenio y afán experimentador, el
vampirismo como “metáfora de la asimilación negra, el imperialismo cultural
blanco y la hipocresía de las instituciones religiosas”, según palabras del
crítico de cine Scott Foundas para el semanario Variety. Por
supuesto, eran otros tiempos, mucho menos baldíos e infinitamente más
inquisitivos que los que nos ha tocado vivir actualmente.
Por si el mensaje no había terminado de quedar claro, Coogler se permite llevarlo al paroxismo más estrambótico en un segundo final, totalmente absurdo y gratuito, en donde se muestra cómo, después de luchar contra Remmick y su legión de no-muertos, al gemelo superviviente aún le queda energía para superar una prueba más: deberá hacer frente, y exterminar, al grupo de blancos racistas del Ku Klux Klan liderados por Hogwood, el terrateniente que les había vendido el aserradero al comienzo de la película, pero cuya intención, realmente, no era otra sino la de regresar al amanecer para masacrar a todos los negros. Aunque asumo que habrá algo catártico en toda esta escena, personalmente considero que resta madurez e integridad artística a una obra que termina incurriendo en los peores clichés narrativos de cualquier subproducto Marvel. ¿Alguien dijo “Black Panther” (2018) o “Wakanda Forever” (2022)? ¡Bingo!
7. Conclusión
Filmada en celuloide usando
cámaras de gran formato, “Los pecadores” atesora suficientes
logros técnicos, tanto visuales como sonoros, como para ser considerada una de
las más gratificantes experiencias cinematográficas de lo que llevamos de año. Se
nota que es un proyecto muy personal para Ryan Coogler, y se agradece
esa desmesurada ambición por crear una obra tan poliédrica como ésta, con
tantas lecturas y apuntes. El potencial de esta película, realmente, es enorme.
Éste es el motivo por el que me parece
una verdadera lástima que el resultado final se vea, de alguna manera, lastrado
por cuestiones de índole ideológica que, lejos de contribuir a engrandecer su
impacto, acaban empañándolo. No se trata de endulzar la historia, sino de elegir,
conscientemente, qué mensaje se desea transmitir al final a la audiencia; ¿es uno
de conciliación, concordia y verdadera unidad interracial, o más bien, de conflicto,
recriminación y segregación? “Los pecadores”, paradójicamente,
acaba militando en aquello que denuncia; así de burda es su metáfora del vampirismo.
La invitación a celebrar la valiosa herencia cultural afroamericana a través
del blues queda opacada por un discurso profundamente racista que
necesita, tanto figurada como literalmente, demonizar al blanco y todo aquello
que lo representa para reivindicar su propia identidad.
Otro de los problemas de los que
adolece esta película es, precisamente, su exceso de ambición a la hora de
pretender abarcar más de lo que es capaz de gestionar de manera satisfactoria.
Todo lo que tiene que ver con el asedio y ataque de los vampiros, por ejemplo,
está llevado y resuelto con insólita torpeza, resultando mucho menos impactante y terrorífico de lo que podría haber sido. Por
otro lado, hay muchos apuntes dispersados a lo largo de la historia que se
quedan en eso, meros bosquejos de algo que merecía un mayor desarrollo. Por
poner un ejemplo, el tema del conflicto con la figura paterna, como queda en
evidencia no sólo en el personaje de Sammie, sino también en el
de los gemelos.
El hecho de que el padre del
músico sea, además, pastor de la iglesia, plantea otra interesante reflexión
acerca de la visión castrante y patriarcal que se ofrece de la religión “impuesta
por los blancos”. Esta visión se contrapone, por ejemplo, con la de las
creencias espirituales y costumbres rituales de la comunidad afroamericana, representadas
en el personaje de Annie (Wunmi Mosaku), practicante de hoodoo.
Según palabras de Paul Dean Harris Jr, el hoodoo o conjure
haría referencia a "un conjunto de prácticas mágicas originarias de África que,
a través del proceso de sincretismo, ha absorbido algunas creencias y prácticas
de otras culturas, como la espiritualidad nativa americana y la magia
ceremonial europea". El hoodoo gira en torno al poder natural de la
tierra y sus espíritus, y sus prácticas contemplan el uso de instrumentos
mágicos como el incienso, los aceites, las hierbas, las velas y la creación de talismanes.
La película no ahonda en nada de esto, como tampoco lo hace a la hora de
establecer un contraste entre, por un lado, la música espiritual cantada en las
iglesias y, por otro, la música blues, de carácter aparentemente más
profano, pese a que en la historia se le otorga una cualidad sobrenatural y, también,
por qué no decirlo, espiritual.
No nos olvidamos tampoco de Mary
(Hailee Steinfeld), sin duda uno de los personajes más interesantes de
toda la historia por estar a caballo entre dos mundos claramente antagonizados,
el de los blancos y el de los negros, en su condición de mulata. Lamentablemente,
también es uno de los más desaprovechados. Ni siquiera se ahonda en su relación
con el personaje de Stack, lo cual repercute, negativamente, en
cómo ésta va evolucionando durante la fiesta en el club nocturno. El personaje
de Mary es, además, clave en la historia, puesto que es el que
acaba introduciendo el mal del vampirismo en el club, ayudando así a Remmick
a corromper la sangre y el alma de toda la comunidad afroamericana allí
congregada. Un inocente acto de compasión hacia aquellos tres blancos a los que
no les permitieron la entrada al club por cuestiones estrictamente raciales va
a ser el detonante del pandemonio que se va a desencadenar después. Dado que, como
señalé anteriormente, la sutileza no es uno de los puntos fuertes de esta
película, el hecho de que sea el único personaje mestizo de toda la historia el
que acaba propiciando la tragedia está lejos de ser algo casual.
En cualquier caso, Ryan
Coogler parece estar empeñado en saturar la narrativa de personajes y
subtramas de muy diversa índole, pese a su renuencia y falta de compromiso a
la hora de atar todos los cabos y resolver, de forma satisfactoria, los muy
diversos conflictos que va esparciendo aquí y allá durante todo el metraje de
la película. Es por motivos como todos los anteriormente expuestos que “Los
pecadores” no llega a cumplir del todo con las expectativas que va
creando en el espectador, independientemente de sus numerosos logros y aciertos. En
comparación con la media del cine de terror hollywoodiense que se estrena
habitualmente en nuestras carteleras, la película de Coogler supone un rotundo
triunfo, tanto técnico como artístico, una gratificante sorpresa a reivindicar
en el yermo y desolador panorama cinematográfico actual. Es, sin embargo,
cuando se somete a un análisis más meticuloso y objetivo que empiezan a
evidenciarse no sólo las limitaciones de su ambicioso guion, sino también las
muy cuestionables aristas de su distorsionado adoctrinamiento ideológico.
Mi calificación: ***1/2 sobre *****
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