miércoles, 25 de junio de 2025

28 años después (Danny Boyle, 2025)


Sinopsis: 28 años después de que el Virus de la Ira escapara de un laboratorio de investigación médica de la universidad de Cambridge, los supervivientes han encontrado diversas formas de sobrevivir entre los infectados, formando comunidades reducidas como la que vive en una aldea fortificada construida en una pequeña isla conectada al continente. Cuando el joven Spike (Alfie Williams) descubre la existencia de Ian Kelson (Ralph Fiennes), un doctor que podría salvar la vida de su madre Isla (Jodie Comer), aquejada de una agresiva enfermedad, emprenderá un viaje iniciático por territorios hostiles, abandonando no sólo a su comunidad, sino también a su propio padre Jaime (Aaron Taylor-Johnson) en la esperanza de un futuro mejor para su familia.

 

1. Introducción 

En el año 2002, el cineasta británico Danny Boyle debutó en el género de terror con "28 días después", una película sobre "infectados" cuyo éxito propiciaría una secuela cinco años después titulada "28 semanas después" (2007) y dirigida, en esta ocasión, por el español Juan Carlos Fresnadillo. Ambas películas me parecen correctas, aunque igualmente olvidables. En otras palabras, ninguna ha trascendido realmente para mí. 18 años después de aquélla, Boyle recupera las riendas de la saga para presentarnos una tercera entrega, titulada "28 años después", contando nuevamente con su antiguo "partner in crime", el ahora también director Alex Garland, en las tareas de guion. La historia, concebida como una secuela directa de la primera película, se ubica en un futuro post-Brexit devastado por aquel virus de laboratorio que diezmó, en su día, a la mayor parte de la población de Gran Bretaña. 


Los infectados han ido evolucionando con el transcurso de los años, conformando tres grupos claramente diferenciados. Por un lado, los de primera generación, a los que ya conocemos gracias a las anteriores películas; éstos se mueven a una gran velocidad, como criaturas rabiosas, ávidas de carne y sangre humana. Por otro, los llamados "slow-lows", que podríamos considerar como una variante de la figura del "zombie" tradicional: de constitución más obesa y purulenta, se arrastran lenta e inexorablemente por el suelo hacia su fuente de sustento. Finalmente, encontramos a los llamados "Alfa", que serían una especie de mutación evolutiva de los primeros infectados, mostrando una fuerza e inteligencia muy superior a la de las demás abominaciones.

Por su parte, a los supervivientes humanos no les ha quedado más remedio que establecerse en campamentos aislados y autosuficientes. Una de estas comunidades está asentada en lo que parece ser un islote (Holy Island, aunque su nombre real es Lindisfarne, ubicado en el condado de Northumberland, al norte de Inglaterra) separado del resto del país por mareas que crecen diariamente hasta anegar por completo su única vía de conexión con la isla principal. Es en este hogar, muy parecido a un pueblo de principios del siglo XX, donde vive nuestro protagonista, un niño de 12 años llamado Spike (muy convincentemente interpretado por Alfie Williams, toda una revelación). 


2. Marchando al compás de Kipling

Después de un impactante prólogo, que vuelve a recordarnos el brioso pulso del director en las escenas de más insostenible tensión, la película procede a presentarnos a nuestro protagonista justo cuando está a punto de formar parte de lo que podríamos considerar como un "rito de pasaje" un tanto escalofriante: acompañado por su padre Jamie, el joven deberá abandonar la seguridad de su hogar para adentrarse en un territorio hostil en donde podrá probarse a sí mismo como un hombre ya "adulto" al cazar y aniquilar a algún infectado.

Todo este tramo está narrado con nervio por el director, el cual vuelve a poner de manifiesto su talento a la hora de conjurar imágenes de incuestionable poderío visual. La película añade, ocasionalmente, insertos fílmicos de episodios bélicos de la historia pasada del país, como trazando algún tipo de paralelismo con la situación actual. Esta idea se ve potenciada con la adición del poema "Boots" (1903) del autor británico Rudyard Kipling (1865-1936), en la estremecedora declamación del actor estadounidense Taylor Holmes (1878-1959), grabada en el año 1915, y culminada en un crescendo de agónica histeria y paranoia.


                                       


La peculiar cadencia rítmica del poema cristaliza el "stream of consciousness" de un soldado raso mientras avanza, en una enloquecedora monotonía de pasos, respiraciones, pensamientos y los peores miedos que puedan acechar al ser humano, hacia el campo de batalla. Kipling habría tenido en mente a los militares británicos desplazados a Sudáfrica durante el conflicto armado conocido como Segunda guerra bóer (1899-1902), y la velocidad a la que se sugiere la lectura en staccato de las cuatro primeras palabras de cada línea buscaría, precisamente, emular el ritmo de marcha de un soldado de infantería. 

We're foot—slog—slog—slog—sloggin' over Africa
Foot—foot—foot—foot—sloggin' over Africa --
(Boots—boots—boots—boots—movin' up and down again!)
There's no discharge in the war!
Seven—six—eleven—five—nine-an'-twenty mile to-day
Four—eleven—seventeen—thirty-two the day before --
(Boots—boots—boots—boots—movin' up and down again!)
There's no discharge in the war!
Don't—don't—don't—don't—look at what's in front of you.
(Boots—boots—boots—boots—movin' up an' down again);
Men—men—men—men—men go mad with watchin' em,
An' there's no discharge in the war!
Count—count—count—count—the bullets in the bandoliers.
If—your—eyes—drop—they will get atop o' you!
(Boots—boots—boots—boots—movin' up and down again) --
There's no discharge in the war!
We—can—stick—out—'unger, thirst, an' weariness,
But—not—not—not—not the chronic sight of 'em,
Boot—boots—boots—boots—movin' up an' down again,
An' there's no discharge in the war!
'Taint—so—bad—by—day because o' company,
But night—brings—long—strings—o' forty thousand million
Boots—boots—boots—boots—movin' up an' down again.
There's no discharge in the war!
I—'ave—marched—six—weeks in 'Ell an' certify
It—is—not—fire—devils, dark, or anything,
But boots—boots—boots—boots—movin' up an' down again,
An' there's no discharge in the war!
Try—try—try—try—to think o' something different
Oh—my—God—keep—me from goin' lunatic!
(Boots—boots—boots—boots—movin' up an' down again!)
There's no discharge in the war!



El impacto psicológico de este poema sobre la alienación humana, en la voz de Holmes, es bien conocido por el ejército y la Marina de guerra estadounidense. Hasta tal punto es así, que se ha utilizado como parte de un programa de entrenamiento llamado SERE (Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape), diseñado para dotar al personal militar de las habilidades necesarias a fin de poder sobrevivir en entornos hostiles. Parte de este programa consiste en retener a los que se someten a dicho programa en una pequeña celda mientras se les reproduce repetidamente, a modo de tortura psicológica, esta grabación del poema.

¿Cómo acabó esta grabación de "Boots" encontrando su lugar en la película? Según explica el propio director en una entrevista a Variety, todo fue gracias a su uso en el tráiler promocional de la película, a sugerencia de Megan Barbour, director musical de la agencia Buddha Jones. Barbour conocía la grabación gracias a su contacto con una persona que había recibido el entrenamiento SERE, y tan pronto tuvo conocimiento del guion de la película pensó inmediatamente en utilizar de fondo la susodicha grabación. En realidad, fueron tres las propuestas de teaser trailer que Buddha Jones remitió a la SONY, de las cuales se impuso, claramente, la que incluía "Boots". 


Cuando Boyle y Garland vieron el tráiler, quedaron tan impresionados por su poder de impacto que pensaron cómo y dónde incorporar la grabación en la propia película. Según palabras del director: "¿Cómo es posible que algo grabado hace más de 100 años conserve ese mismo poder visceral que siempre se pensó que debía tener?’ Todavía lo mantiene — en este mundo de TikTok, todavía retiene ese impacto. Es increíble." Todo esto, además, encajaba a la perfección con el subtexto que querían transmitir acerca del tipo de educación regresiva que los habitantes del poblado al que pertenecía Spike estaban inculcando a los más jóvenes. 


3. Un clímax algo prematuro

La reciente etapa de monomanía bélica por la que parece estar atravesando el cine de Alex Garland deja así, también, su impronta en esta película que, pese a su inicial adscripción al género de terror, posteriormente se empecinará en subvertir tales expectativas en el espectador, con resultados ciertamente desconcertantes. Pero no nos adelantemos, que estamos todavía en la incursión inicial de Spike y su padre en territorio enemigo. El tándem Doyle y Garland va construyendo, elegantemente, la tensión en un continuo crescendo que culminará en una secuencia realmente alucinante.



En ella somos testigos de cómo el joven Spike y su padre corren desesperadamente por el camino anegado en agua que conduce hacia la aldea, perseguidos por un rábido y mucho más veloz "Alfa", al compás de una de las mayores obras maestras de la historia de la música, el Preludio compuesto por Richard Wagner (1813-1883) para su colosal ópera "Das Rheingold" (1854). La planificación y ejecución de dicha secuencia es realmente algo portentoso, tanto en lo visual como en lo musical. Es realmente extraño, pero éste es el verdadero clímax de la historia, ¡y todavía no hemos llegado siquiera a la mitad de la película! 


4. Entre iPhones y drones

A propósito del equipo utilizado, en esta ocasión Boyle prescinde de aquellas cámaras de vídeo caseras utilizadas en la primera película de la ahora franquicia para apostar por tecnologías que están más acorde con los nuevos tiempos, como por ejemplo drones o.… el iPhone 15 Pro Max. No en toda la película, por supuesto, pero sí en bastantes secuencias de la misma. "Cualquier smartphone ahora puede grabar en 4K, de hecho, hasta a 60 frames por segundo, que es una resolución más que suficiente para la exhibición cinematográfica", explica el director.

El uso de esta tecnología permitía, además, desplazarse por los agrestes y frondosos entornos del norte del Reino Unido con mayor rapidez y ligereza, reduciendo considerablemente, por si todo esto no fuera suficiente, el impacto medioambiental en las localizaciones de rodaje: "Nos permitió dejar una huella mínima en zonas del país que queríamos sugerir que no se han tocado en 28 años. Si una producción llega con un equipo normal va a dejar una huella considerable. [Por eso] usamos también mucho los drones, para poder filmar secuencias que las cámaras no podrían capturar sin que alteráramos el paisaje".


A propósito de la relación de aspecto panorámica de 2,76:1 del filme, se construyeron enormes plataformas en forma de semicircunferencia sobre las que se colocaron hasta 20 iPhones que permitían obtener tomas ultrapanorámicas de determinadas escenas con el propósito de generar una mayor sensación de ansiedad ante un peligro inminente que podría aparecer de súbito desde cualquier lado del plano. 


5. Algunas decisiones cuestionables

A partir del momento en el que Spike y su padre regresan, sanos y salvos, a su poblado, la caprichosa narrativa va a cambiar abrupta e inesperadamente de foco. El terror, que hasta este momento había sido la seña de identidad de la trilogía, pasará a un segundo plano para ceder el protagonismo al drama existencial en una inesperadamente conmovedora reflexión sobre la inevitabilidad de la muerte y la necesidad de abordar el duelo desde el amor.

La relación entre Spike y su padre, esbozada a un nivel muy superficial en el tramo anterior, se interrumpe así de una manera un tanto tosca, y a partir de este momento será el estrecho vínculo que tiene el niño con su madre, aquejada de una agresiva enfermedad terminal, el que cobrará un peso mayor en la historia. Dispuesto a afrontar cualquier adversidad en la esperanza de encontrar al doctor capacitado para ayudar a su progenitora, nuestro imberbe protagonista volverá a internarse en el territorio de los infectados, esta vez acompañado de su madre, a la búsqueda de una esperanza. Si su primera iniciación fuera de Holy Island tenía que ver con su capacidad de supervivencia, la segunda gira en torno a un propósito mucho más elevado: su capacidad de sacrificio para salvar la vida de alguien a quien ama.


Reconozco que hay algo en esta decisión de guion que no termino de encontrar coherente, especialmente si tenemos en cuenta lo reciente de la incursión previa, que casi le cuesta la vida al muchacho a manos de los infectados. Sobrevivió, sí, pero porque iba acompañado de su padre. Aun así, podría llegar a entender, y creerme también, que ante lo crítico del estado de salud de su madre éste decidiera tomar cartas en el asunto y marchar él solo a la búsqueda del médico.

Sin embargo, el chaval inexperto, lejos de estar mínimamente traumatizado por su experiencia con los contagiados, no sólo se arma de valor para volver a adentrarse en territorio infectado, sino que lo hace, además, y en el colmo de la estupidez, cargando con una mujer enferma que no estaría capacitada para defenderse por sí misma, pudiendo incluso llegar a suponer un lastre en caso de un ataque. Es comprensible que el niño decida arriesgar su vida para salvar a su madre, pero cuando esta decisión conlleva ponerla en un peligro igualmente letal, si acaso aún más cruel, la decisión deja ya de tener sentido para mí.


6. Hacia un terror más "elevado"

En esta segunda salida los momentos de tensión seguirán estando presentes, por más que estos sirvan ya sólo de trasfondo a la hora de mostrar el proceso de madurez y transformación interna al que se ve abocado nuestro joven protagonista en su loable intento por salvar a la mujer que le dio la vida. La terrible muerte que representa el contacto con los infectados se verá así confrontada, y trasformada, en una inesperada disquisición sobre el sentido de la vida y la muerte. Dicho de otra manera, el terror se sublima en reflexión. Esta prédica ya se hace patente en un momento especialmente significativo en donde la madre de Spike ayuda a una infectada a dar a luz. Durante el lacerante, a la par que sagrado, proceso de alumbramiento, de manifestar la vida, la infectada es capaz de trascender sus rabiosos impulsos asesinos y aceptar la ayuda en un insólito acto de sororidad entre “especies”. Sin embargo, una vez culminado el milagro de la vida, el primario instinto homicida vuelve a tomar el control de la infectada.    


Un importante catalizador en este insólito cambio de discurso es, por supuesto, el personaje del Doctor Kelson, interpretado por Ralph Fiennes. En un principio, éste representa para Spike la esperanza en la lucha contra la enfermedad que está consumiendo inexorablemente a su madre. En otras palabras, la esperanza de la vida. Sin embargo, el enyodado doctor acabará teniendo un papel mucho más relevante en la vida de nuestro protagonista, encarnando el arquetipo del mentor que guiará al joven en algunas de las más trascendentes iniciaciones que jalonan nuestra experiencia humana: la de la Muerte, y también, por qué no, la del Amor, ya que ambas se complementan: es desde el Amor que debemos afrontar la Muerte, de ahí que Kelson le recuerde a Spike, en un momento de la historia, aquel importante aforismo latino del Medievo, “Memento moris” (“Recuerda que has de morir”), al que suplementa con otro de su propia cosecha: “Memento Amoris”. El inevitable momento en el que el joven se despide de su madre es inesperada y profundamente conmovedor, realzado por la acertada música del grupo escocés Young Fathers.    


Para subrayar su tesis, el médico nos guía por su muy sui géneris sanctasanctórum, una especie de osario inmenso para el que se crearon más de 250.000 réplicas de huesos y 5.500 cráneos. Aunque vive rodeado de muerte, ésta pasa a adquirir un sentido mucho más profundo y maduro. Este peculiar "templo de huesos", al que el propio director se refiere como "un reducto lleno de compasión dentro de un universo de terror", ha sido erigido con el fin de honrar la memoria de todas aquellas personas que fallecieron a consecuencia del virus, incluyendo los propios infectados. Esta imponente instalación artística construida a base de huesos estaría inspirado en el Muro Nacional Conmemorativo del Covid (National Covid Memorial Wall) en Londres y, también, muy especialmente, en la Colina de las Cruces, un santuario ubicado en Lituania con más de cien mil cruces de todos los tamaños.


Llegados ya a este punto de la narrativa, como puede uno imaginarse, el miedo a la muerte más sanguinolenta a manos de los infectados ha dado paso a una actitud cuasi reverencial hacia el óbito. "El Templo de los Huesos", a pesar de la reacción que provoca inicialmente en el espectador, acaba revelándose como un lugar sereno, de paz y aceptación, una estructura sagrada no exenta de belleza. Esta paradoja constituye, en mi opiniòn, uno de los grandes aciertos de esta película. Los infectados, aunque siguen apareciendo, se han transmutado, de alguna manera en algo mucho más alegórico, abstracto y metafísico, y toda la tensión que la película se había afanado en construir durante la primera parte de la historia se va a ir, gradualmente, disolviendo.


7. Una película con problemas de identidad

Personalmente, no estoy en contra de este tipo de decisiones arriesgadas per se. Me parece bastante loable la disposición a salir de la zona de confort y transitar nuevos senderos narrativos al margen de los clichés de un género como el que aquí nos ocupa. De alguna manera, y esto hay que reconocérselo, Garland y Boyle se las ingenian para subvertir nuestras expectativas y ofrecer algunas decisiones de guion sorprendentemente maduras e inteligentes que aportan a la franquicia una dimensión totalmente novedosa, mucho más ambiciosa que la acumulación de golpes de impacto y muertes truculentas a las que nos tenían acostumbradas las dos películas anteriores. Sin embargo, estas decisiones tienen también, desde mi punto de vista, una repercusión negativa en lo que atañe a la coherencia interna de la historia que se busca contar.


En cierto modo, es como si “28 años después” aglutinara dos películas diferentes. Por separado, las dos funcionarían perfectamente en sus respectivos cometidos; sin embargo, al unificarse ambas en una sola, acabo con la sensación de que la película no termina de encontrarse, definirse qué quiere ser realmente. Pienso que el abordaje temático de la segunda parte echa por tierra, de alguna manera, todo lo que se ha ido exponiendo en el tramo anterior. Por poner un ejemplo, todo lo que atañe a los "Alfa", lejos de desarrollarse, acaba pasando a un muy discreto segundo plano, como si no fuera a ninguna parte.

En ese sentido, resulta algo frustrante, a la par que incomprensible, lo muy anti-climácico que acaba siendo este filme, incapaz de alcanzar los picos de tensión y horror a los que sometía al espectador en su primera parte. ¡Por no alcanzar, ni siquiera se acerca a ellos! Es un efímero chute de adrenalina que sabe a poco, porque tan pronto Spike se desentiende del padre para buscar por sí mismo al doctor que ha de ayudar a su madre, la historia va a discurrir por otros itinerarios que se van a regir por códigos muy diferentes a los mostrados anteriormente. El afán por soliviantar e inquietar al espectador se ve de repente obliterado por la búsqueda de trascendencia. Si toda la película se hubiera atrevido a ir en esta línea, el mensaje habría ganado no sólo en coherencia, sino también en profundidad, pero no es el caso.


Tal y como está concebida, “28 años después” deja al espectador con la agridulce sensación de una resolución tremendamente decepcionante que no se ajusta en absoluto con lo que el espectador espera a estas alturas de la historia. Todo se vuelve más íntimo en esta segunda mitad, más introspectivo, más hacia dentro. Termina, y el amago de catarsis tímidamente sugerido no sabe a tal, por incongruente. La estupefacción da paso a una cierta decepción por lo que podría y debería haber sido. Me gustaría dejar claro, llegados a este punto, que no es la voluntad de solemnidad lo que me falla en la película, sino la notoria incapacidad del libreto a la hora de conciliar ambas vertientes de manera que éstas puedan llegar a retroalimentarse y potenciarse mutuamente para alcanzar, juntas, un resultado global más satisfactorio, en vez de anularse y boicotearse la una a la otra, como sucede aquí.   


8. Coda en clave chav: ¡qué disparate!

Todo lo expuesto anteriormente podría, no obstante, llegar a contemplarlo con cierta condescendencia. Lo que realmente me parece un insulto a la inteligencia del espectador es su muy oligofrénico epílogo, en donde se hace aún más ostensible el severo trastorno de identidad disociativo que padece el libreto cocinado a cuatro manos por Danny Boyle y Alex Garland. Cuando ya nos hemos adaptado a las lisérgicas ínfulas metafísicas de toda la segunda parte de la película, asistimos patidifusos a un nuevo cambio de registro que galantea ahora con un tipo de cine chabacano, macarra e implacablemente hortera. Todo muy chav, vamos.


El propósito de este epílogo es doble: por un lado, entroncar con el prólogo del filme, por más que, lejos de aportar al conjunto de la historia, termine mancillándolo y fragmentándolo aún más; por otro, dejar la historia abierta para las dos próximas secuelas que están actualmente en proceso de fragua. Así es, esto está lejos de haber acabado aquí y hay, por parte de sus responsables, un deplorable afán por seguir explotando la ya exangüe fórmula, reconduciéndola por unos derroteros algo chocarreros que me provocan vergüenza ajena. De esta manera tan tosca termina una película que incurre en una de las mayores lacras del cine actual: la renuencia a cerrar su historia, sacrificando la coherencia interna de su narrativa en la promesa de una futura e hipotética resolución que llegará (o no) dios sabe cuándo.


9. Conclusión

Al final, como espectador salgo del cine con la agridulce sensación de haber asistido a un collage inconexo formado por retazos de proyectos de películas no acabadas. Esto da como resultado una obra infructuosa e incapaz de sacar todo el provecho que debería de su enorme potencial, lo cual provoca en mí sentimientos algo exaltados, tanto en lo positivo como en lo negativo. No obstante, mi valoración global, debo añadir, viraría más hacia lo primero. Habría sido muy fácil dejarse seducir por el mismo catálogo de clichés narrativos de siempre, apelando como reclamo a aquella consabida fórmula de "sí, es otra película más de infectados, pero más oscura, más violenta, más gore, bla-bla-bla". 

Afortunadamente, lejos de sucumbir al déjà vu en un género, además, tan limitado y, a la vez, explotado como el que aquí nos ocupa, Boyle se digna a tratar al espectador con un mínimo de inteligencia, ofreciendo algo relativamente nuevo e inesperado en su tratamiento del tema de los contagiados. Independientemente de los resultados, esta valentía a la hora de salirse de lo establecido y apostar por algo diferente y no necesariamente complaciente me predispone ya positivamente en el abordaje de esta crítica. La película ofrece además todo un catálogo de interesantes hallazgos visuales, algunos de ellos de una contundencia realmente apabullante, por más que sean sus líricas concesiones a la trascendencia las que consiguen que, en mi caso, la balanza termine de inclinarse a su favor.   


Esto no quita, por supuesto, para que me vea, asimismo, en la necesidad de lamentar profundamente la ausencia de una resolución satisfactoria, su fatídica evolución climácica in decrescendo, así como también sus constantes y caprichosos vaivenes de tono, los cuales evidencian una narrativa tan episódica como errática que no tiene reparos a la hora de sacrificar la coherencia interna de la trama en su neurótica búsqueda de una reincidente imprevisibilidad. 

Mi calificación: *** sobre *****

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