viernes, 23 de agosto de 2024

Godland (Hlynur Palmason, 2022)


 

El director islandés Hlynur Pálmason se inspira, supuestamente, en las primeras fotografías que se conservarían de la costa de Islandia, tomadas por un danés a finales del siglo XIX, para narrar, en su tercer largometraje, la historia de un sacerdote que viaja de Dinamarca a Islandia (aún colonia danesa) con la misión de construir allí una iglesia y, de paso, realizar un estudio etnográfico de sus habitantes a través de su cámara.

 

Esta inspiración justificaría, por supuesto, la peculiar elección del formato 4:3 con ángulos redondeados en el que está rodada la película, simulando un daguerrotipo clásico de la época. Personalmente, no deja de resultarme curioso, a la par que algo frustrante también, que una película tan visualmente hermosa como ésta apueste por constreñir el impacto sensorial del paisaje de tal manera, renegando de un formato, el panorámico, que a mí personalmente me parece mucho más efectivo a la hora de contrastar la insignificancia del hombre con la grandilocuencia telúrica del paisaje. No dudo que exista una premeditada justificación argumental para ello; sin embargo, tampoco pienso, honestamente, que compense el enorme sacrificio que conlleva tan desafortunado encorsetamiento de la imagen, especialmente en una película como ésta en donde el impacto visual lo es todo.


Dicha limitación se hace especialmente dolorosa en la primera hora de "Godland" (“Vanskabte Land”, 2022), en donde se describe magistralmente la odisea espiritual de nuestro protagonista por tierras islandesas. Todo este periplo, tanto físico como existencial, a través de los elementos nos remite constantemente al mejor cine de ese gigante llamado Werner Herzog: el Herzog de “Fitzcarraldo” (1982) o, muy especialmente, “Aguirre, la Cólera de Dios” (“Aguirre, der Zorn Gottes”, 1972). La prodigiosa fotografía de Maria von Hausswolff confiere al entorno, en algunos pasajes, un aura cuasi-onírica, mítica incluso, que sirve para realzar la futilidad de la existencia humana en el marco de esa Naturaleza indómita que el Hombre se empeña, inútilmente, en doblegar en el nombre de Dios.

Enfrentado a la solemnidad de un paisaje salvaje y primigenio, la angustia ante el "silencio de Dios" se magnifica hasta extremos insoportables. Nuestro protagonista, Lucas (Elliott Crosset Hove), embarcado en la misión de traer la luz de Dios (no en vano su nombre está asociado, en griego clásico, al verbo "brillar"), va apagándose paulatinamente ante la incapacidad por comunicarse con los aborígenes que lo acompañan. Sin embargo, no nos referimos, únicamente, a una cuestión meramente lingüística, sino también moral, dada su aparente renuencia a interactuar y relacionarse con los lugareños. Lejos de llegar a iluminar el camino a su paso, el paisaje acaba minando la fortaleza interna del protagonista antes incluso de que éste pueda llegar a concluir su viaje.


Es importante destacar en toda esta primera mitad, además de la fotografía, la labor de sonido y, por supuesto, la tan dosificada como efectiva banda sonora de Alex Zhang Hungtai, que consigue mimetizarse con los silencios y sonidos de ambiente para subrayar aún más el agónico via crucis islandés del pastor Lucas.

Una vez que el protagonista llega a su destino, la película deja a un lado a Herzog para refugiarse en el también danés Carl Theodor Dreyer (1889-1968). Asentados ya en el ecuador de la película, la historia se vuelve más coral, y los desafíos del entorno son desplazados por los de esa, a sus ojos, foránea e inexpugnable comunidad, su "rebaño". Este Lucas se nos muestra ahora muy distinto al pastor seguro, resoluto y blindado en su fe tal y como era presentado al comienzo de la historia. Ahora se revela como un personaje fragmentado internamente, con ciertos ecos bressonianos; incapaz de encajar en su entorno e, incluso, encontrar a Dios en sí mismo. Acompañamos, pues, a un Lucas más vulnerable y proclive a sucumbir a las tentaciones más primarias. Tentaciones que, lejos de poder domesticar, lo acabarán arrastrando a una vorágine de desesperación y concupiscencia.


Pálmason, cierto es, evita indagar en lo más profundo de la psique de los personajes y lo que nos muestra siempre es un retrato algo más superficial de lo que acontece en el interior de ellos. Esto hace que algunas de las decisiones tomadas por algunos de ellos en esta segunda mitad de la historia se antojen algo abruptas, incluso forzadas, como si se echara en falta un mayor desarrollo en la evolución de los personajes que pudiera justificar lo que vemos en pantalla.

No obstante, es importante remarcar que esta película está articulada en base a otros parámetros discursivos, y son esos otros parámetros los que hacen que "Godland" constituya una experiencia sensorial de primer nivel, una verdadera obra de arte en donde la dramaturgia reposa no tanto en los diálogos como en sus prodigiosos encuadres y travellings. "Godland" es una de esas obras en donde los silencios son más significativos que las propias palabras, y su empaque artístico la sitúan, muy merecidamente, entre las mejores películas europeas de 2022...


... sí, a pesar del formato cuadrado.

 

Mi calificación: ***1/2 sobre *****

No hay comentarios:

Publicar un comentario