sábado, 5 de octubre de 2024

Joker: Folie à Deux (Todd Phillips, 2024)

 


Hace cinco años, el director neoyorquino Todd Phillips sorprendió a propios y extraños con un inusual proyecto que buscaba indagar en los orígenes del Joker, el mítico personaje de cómic creado por Bill Finger (1914-1974) Bob Kane (1915-1998) y Jerry Robinson (1922-2011) en la década de los 40. Caracterizado por un grotesco rictus que deforma su rostro en una constante y turbadora sonrisa, dicho personaje estaría, muy posiblemente, inspirado en Gwynplaine, el protagonista de la maravillosa "El hombre que ríe" (1928) de Paul Leni (1885-1929), la cual estaba basada, a su vez, en el gran clásico de Victor Hugo (1802-1885) "L'homme qui rit" (1869). 

 

 
Apoyado en la muy sólida labor de interpretación de Joaquin Phoenix, el cual suele encontrarse muy a gusto en este tipo de papeles, Phillips aprovechó la oportunidad que se le brindaba para perfilar un brillante estudio de personaje en donde desgranaba, con la meticulosidad de un cirujano, la transición del pusilánime Arthur Fleck al sociópata conocido como Joker. La versión del director, por cierto, difería de las que retrataban inicialmente al personaje como un ladrón, un trabajador de una planta química o un gánster que trabaja para mafia. Phillips se tomó las licencias que necesitaba para plantear una suerte de origen alternativo del villano y empezar, así, de cero después de las maravillosas e impecables caracterizaciones ofrecidas por Jack Nicholson y Heath Ledger (1979-2008) en "Batman" (1989) y "El caballero oscuro" ("The Dark Knight", 2008), dirigidas por Tim Burton y Christopher Nolan, respectivamente.
 
 
Afortunadamente, la propuesta de Phillips funcionó bastante bien, logrando la nada desdeñable hazaña de conciliar a público y crítica. La fabulosa interpretación de Phoenix fue reconocida con un BAFTA, un Globo de Oro y un Óscar en la categoría de "mejor actor principal", e incluso la American Film Institute la incluyó en su TOP 10 de mejores películas del año. Con semejante palmarés, era tan sólo cuestión de tiempo que los responsables se replantearan la posibilidad de expandir aquel nuevo universo con una nueva película que retomara la historia del personaje en el momento álgido de su evolución interna, cuando abraza ya sin ambages su nueva personalidad y se convierte, supuestamente, en el Joker que todos conocemos. Subrayo, por cierto, la palabra "replantear" porque, en un principio, el propio director afirmó en una entrevista concedida durante la promoción de la película que esa opción no tenía ningún sentido para él dada la excepcional condición de rara avis que tenía su obra en el marco general de las adaptaciones cinematográficas de personajes de Marvel o DC.    
 
 

 
Sin embargo, y no hace falta recalcar lo obvio, algo le haría cambiar de opinión. La verdad es que, siendo justos con el director, sería una decisión muy tentadora la de seguir explotando la fórmula del éxito para ofrecer al público más de lo mismo, siguiendo ese burdo axioma que impera, desde hace décadas, en Hollywood, para justificar cada nueva secuela, precuela o spin-off que se les pueda ocurrir para seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro. Ya se sabe, aquello de "más oscuro, más intenso, más violento, más desenfrenado". Lejos de doblegarse a las directrices del sistema, empero, Todd Phillips opta por rizar aún más el rizo y acometer la mayor y más kamikaze de las extravagancias posibles, apostando por un filme híbrido que aglutina musical, animación, cine judicial, drama carcelario, romance y drama psicológico sobre enfermedades mentales con guiños a clásicos como "Alguien voló sobre el nido del cuco" ("One Flew Over the Cuckoo's Nest", 1975) de Miloš Forman.
 
  
Si hay algo, por tanto, que debemos admirar y apreciar de esta secuela es el hecho de que no ha sido creada desde una zona de confort. El director estadounidense se arriesga aquí incluso mucho más que en la anterior película. Mientras que en aquélla se empezaba de cero, ahora existe un precedente que, irremediablemente, va a crear unas expectativas en el espectador. La gran pregunta que debemos hacernos es... ¿satisface el director esas expectativas? ¿Le da al público lo que éste espera? Más aún... ¿debería hacerlo? Phllips opta por la vía difícil en un proyecto para nada complaciente con los dictámenes de la cultura mainstream, lo cual es algo loable que, al menos yo personalmente, sé apreciar y valorar. Desgraciadamente, el resultado final, desde mi modesto punto de vista, no llega a estar a la altura de su potencial, y el fallido experimento, lastrado por algunas decisiones artísticas cuestionables, termina hundiéndose irremediablemente en su lamentable acto final. En su afán por romper con las expectativas de los fans del personaje, la película acaba traicionando no sólo la propia idiosincrasia del Joker, sino también, en el colmo de la paradoja, todo aquello que el director había ido pergeñando hasta el momento, incluyendo su anterior filme.  




Entiendo que éste puede ser el motivo por el que buena parte del público (y la crítica) le está dando la espalda a "Joker: Folie à Deux" (2024). No obstante, y por mucho que me parezca una película fallida, reconozco que no está en absoluto exenta de virtudes. Su carácter inquieto y para nada complaciente la convierte en una apuesta diferente que se atreve a explorar territorios ni siquiera esbozados en la antecesora. Esto es algo que yo, personalmente, valoro, independientemente de los resultados finales. La historia arranca con un espléndido segmento animado de tres minutos de duración que lleva por título "Joker: Mi sombra y yo" ("Joker: Me and My Shadow", 2024), dirigido por Sylvain Chomet. Chomet, por supuesto, es el autor de dos estimables clásicos del cine de animación francés del nuevo siglo, "Bienvenidos a Belleville" ("Les triplettes de Belleville", 2003) y "El ilusionista" ("L'illusionniste", 2010). Lejos de constituir una decisión caprichosa y aleatoria, con ello se pretende introducir el tema principal sobre el que se edifica la narrativa de la película: la constante pugna entre las dos identidades que coexisten dentro del personaje: Arthur Fleck y, por supuesto, el Joker.  
 
¿Hasta qué punto se trata de un criminal violento, sin escrúpulos y muy consciente, en todo momento, de las consecuencias de sus actos, o bien un enfermo mental con trastorno disociativo de la personalidad? Lee Quinzel, el personaje interpretado por Lady Gaga, jugaría un importante papel en la resolución, o agravación, de dicha dicotomía, ya que sirve como elemento catalizador de esa identidad sociópata y anárquica conocida como "Joker". Atraída por esa otra personalidad libre y empoderada de Arthur Fleck, hará todo lo posible para que vuelva a emerger e instaurarse definitivamente en el cuerpo del hombre al que ama. Sobre esta tensión de caracteres antitéticos se construye la narración de la película que aquí nos ocupa, sustentada en la formidable labor de interpretación de la pareja protagonista. La indiscutible química entre Phoenix y Gaga constituye uno de los puntos fuertes de la película. La cantante estadounidense aporta además su experiencia a los profusos números musicales y de baile que sazonan la historia. Esto nos lleva, inevitablemente, a hablar de uno de los problemas que tengo, a modo personal, con esta secuela.       
 



Me refiero, evidentemente, a la decisión de hacer avanzar la trama a ritmo de musical (sí, por más que se empeñe el director en establecer una distinción entre "película con canciones" y "musical"), convirtiendo la película en un extenuante karaoke de cerca de 140 minutos de duración. Soy plenamente consciente del determinante papel terapéutico que cumple la música en la evolución interna del Joker en esta película. El personaje se emancipa, por así decirlo, del acompañamiento extradiegético aportado por la compositora y chelista islandesa Hildur Guðnadóttir, responsable de la banda sonora de ambas películas, y se sirve de canciones populares como esa conmovedora chanson titulada "Ne me quitte pas" de Jacques Brel (1929-1978), para dar voz a su propio mundo interno con la complicidad de la mujer a la que ama. La música actúa, por así decirlo, como un bálsamo para el frágil mundo emocional de Arthur Fleck. Es de justos reconocer que algunos de estos números musicales funcionan realmente bien a pesar de las obvias limitaciones vocales de Joaquin Phoenix, las cuales, lejos de deslucir el resultado final, aportan un grado aún mayor de verismo y autenticidad. Paralelamente a la línea narrativa que se nos muestra en pantalla, se despliega otra alternativa que tiene lugar en la mente de Arthur y en donde él deja de ser la víctima incomprendida para convertirse en el rey y protagonista absoluto de un mundo que se pliega a sus pies, todo ello narrado a ritmo de musical.      
 
Por desgracia, la concatenación de canciones, por muy breves que éstas puedan ser, también provoca que una historia que perfectamente se podría haber condensado en 100 minutos, se estira ad nauseam poniendo a prueba, en muchas ocasiones, la paciencia del espectador. Esta incesante propensión a la cantinela lastra irremediablemente el ritmo de una película que acaba haciendo honor a su título, deviniendo una exacerbada y dispersa locura que se resiente de la ponderosa losa de su propia osadía. Personalmente podría estar dispuesto a pasar por alto esta tara, o relativizarla en la balanza de sus innegables virtudes, de no ser por su decepcionante tramo final, confuso y descorazonador, el cual echa por tierra todo lo que el director había ido edificando hasta ese momento, tanto en esta película como en su antecesora. En última instancia, son estas muy discutibles decisiones de guion en lo que atañe al último acto de la narración las que terminan por agriar el conjunto de una obra que no sabe (o no quiere) estar a la altura de lo que se espera de ella. Esto hace que me pregunte qué historia quería contarnos Todd Phillips exactamente en esta extravagante y errática secuela que termina zozobrando en tierra de nadie.

 

 
Personalmente no me parece mal que el director y los guionistas se tomen licencias creativas con el material que adaptan; un personaje tan longevo como el Joker ha pasado por muchas etapas diferentes en donde ha ido evolucionando y mutando constantemente en manos de los distintos guionistas encargados de darle vida a través de las viñetas del cómic. Sí considero fundamental, empero, que se respete su esencia, aquello que lo convierte, precisamente, en el Joker. Considero algo extraordinario que un director con una visión personal decida abordarlo desde una óptica diferente, siempre que sea consecuente con la idiosincrasia del personaje. En la anterior película, por ejemplo, podíamos reconocer la simiente del Joker, más allá de todos los cambios implementados, en la figura fragmentada de Arthur Fleck. Phillips retoma esa creación en esta nueva película para subvertirla inesperadamente en su fallido desenlace y, al hacerlo, tan sólo consigue invalidar aquello que daba valor a su propuesta. El director auto-boicotea, de esta manera, su propio experimento con una resolución absurda y desabrida que desvirtúa, en cuestión de segundos, la naturaleza primordial del payaso criminal, en base a lo que conocemos de él gracias no sólo a los cómics y otras adaptaciones cinematográficas previas, sino también a lo que el propio Phillips había ido conformando hasta ese mismo momento.     
 
"Joker: Folie à Deux" podría haber supuesto el rutilante broche de oro de un potente y original díptico sobre el más célebre villano de Batman. Sus responsables tenían todas las bazas necesarias para garantizar otro éxito artístico; lamentablemente, por algún motivo no del todo esclarecido, en algún momento decidieron jugar a confundir al espectador y frustrar las mismas expectativas que ellos mismos se habían encargado de ir generando, cambiando abruptamente de rumbo de la historia hacia un apático, agridulce y desangelado final. En definitiva, una tremenda decepción.
 
Mi calificación es de ** sobre *****

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