sábado, 5 de octubre de 2024

Tributo a Vangelis (1943-2022)

 

Los sintetizadores (…) son para aproximarse a la naturaleza (...) La gente dice que la música sintetizada es muy fría, pero no es la música, sino quien está detrás, el músico.”

 

Evángelos Odysséas Papathanassíou (1943-2022), mundialmente conocido como Vangelis, es, sin lugar a dudas, uno de los más grandes, innovadores y polifacéticos genios que haya dado la música instrumental del siglo XX. Nacido en Volos (antigua Agria), Grecia, en el seno de una familia acomodada, mostró interés por la música a muy temprana edad, y a los 6 años daría su primer concierto en un teatro local en donde presentaría sus propias composiciones. Esta vocación musical iría unida, desde sus inicios, a una irrefrenable inquietud por experimentar con el mundo de los sonidos: por ejemplo, gustaba de introducir clavos y utensilios de cocina dentro de instrumentos como el piano, a fin de extraer distintos efectos y sonoridades del mismo.


De formación eminentemente autodidacta pese a los infructuosos intentos de sus padres por darle una formación musical académica, iría desarrollando un estilo propio y personal basado muy especialmente en su portentosa capacidad de improvisación. Según sus propias declaraciones: “(…) Cuando los maestros me pedían que tocara algo, yo hacía como que estaba leyendo la partitura, pero en realidad tocaba de memoria. No logré engañarlos, pero no me importó.” Desde su manera personal de entender y sentir la música, esta clase de instrucción, de carácter normativo, no era más que una traba a la creatividad que pugnaba por expresarse. 


En la década de los 60 experimentaría las mieles del éxito como integrante de la banda de pop & rock The Forminx y, posteriormente, con el grupo de rock progresivo Aphrodite’s Child, que estaba integrada además por su primo Demis Roussos, el percusionista Loukas Sideras y, posteriormente, también el guitarrista Anargyros “Silver” Koulouris. En 1972 publicaría, aunque sólo en Francia y Grecia, su primer álbum de estudio en solitario, titulado “Fais que ton rêve soit plus long que la nuit”, una especie de poema sinfónico a modo de collage sonoro inspirado en las revueltas estudiantiles que tuvieron lugar en Francia, especialmente en París, entre mayo y junio de 1968. Al año siguiente lanzaría su siguiente trabajo, “Earth” (1973), que amalgamaba ingredientes de world music, folk griego, rock progresivo y algo de electrónica, con resultados algo desiguales.    


Si bien su primera incursión en el mundo del cine como compositor de bandas sonoras se remonta a la década de los 60, su primer gran proyecto no llegaría hasta el año 1970, cuando compuso la música de la película “Sex Power” del director Henry Chapier (1933-2019). Aquí se podían apreciar ya algunas de las constantes estilísticas que caracterizarán la música de este gran Maestro multi-instrumentista, siempre inquieta, ajena a las modas y pródiga en exquisitas melodías que van directas al corazón del oyente. Su estilo compositivo, basado en la improvisación a partir de las imágenes de la película, no era entonces algo tan habitual como lo es actualmente.





Ese año marcaría, igualmente, el inicio de su ya legendaria colaboración con el prestigioso director francés especializado en documentales Frédéric Rossif (1922-1990). En 1973 se publicaría el primer fruto musical de dicha asociación, “El Apocalipsis de los animales” (“L’Apocalypse des animaux”), una auténtica obra maestra musical que combinaba sonidos acústicos y electrónicos para crear paisajes sonoros de ensueño. Considerado como un claro precursor de lo que más tarde acabaría denominándose “new age”, este álbum es, en realidad, una innovadora fusión de diversos géneros musicales, incluyendo el “ambient” y la música cósmica.






En 1974, consolidado como uno de los teclistas más creativos del momento, firmó con la casa discográfica estadounidense RCA, recibiendo así el apoyo financiero necesario para establecerse en Londres y construir allí su laboratorio sonoro, bautizado como los estudios Nemo, en honor al célebre personaje de la novela “Veinte mil leguas de viaje submarino” (“Vingt mille lieues sous les mers”, 1870) del escritor francés Julio Verne (1828-1905). Sus siguientes aportaciones al medio audiovisual incluirían esa maravillosa y melancólica joya compuesta para la película mejicana de François Reichenbach (1921-1993) “¿No oyes ladrar los perros?” (“Entends-tu les Chiens Aboyer?”, 1975) y sus dos siguientes colaboraciones con Rossif: “La Fête Sauvage” (1976), fuertemente influida por la música tribal africana, y otra de sus más grandes y populares creaciones musicales, “L’Opéra Sauvage”, publicada en 1979, en donde el compositor continuaría perfilando aún más su idiosincrásico lenguaje musical gracias al uso del célebre sintetizador analógico polifónico Yamaha CS-80. Como dato anecdótico, uno de los temas más conocidos de dicho álbum, “L’Enfant”, sería utilizado posteriormente por el director australiano Peter Weir como parte del soundtrack de su película “El Año que Vivimos Peligrosamente” (“The Year of Living Dangerously”, 1982). Merece una mención especial esa sublime ensoñación musical titulada, precisamente, “Rêve”; sin duda, el momento con mayúsculas de todo este exquisito score.





Paralelamente, su vocación transgresora y experimental le llevaría a encadenar una serie de trabajos de estudio, algunos de ellos auténticos clásicos de la música del siglo XX, en donde el compositor tendría la oportunidad de flirtear con distintos géneros musicales: desde esa mítica fusión de jazz, rock progresivo y paisajes espaciales que fue “Albedo 0.39” (1976), hasta “China” (1979), sin olvidar su extravagante y muy radical primera incursión en la música de vanguardia, “Beauborg” (1978), en referencia al Centro de Arte Contemporáneo de París Georges Pompidou.










Sin embargo, la joya de la corona de esta etapa sería, muy probablemente, “Heaven and Hell” (1975), el primer trabajo que grabó en los estudios Nemo. Se trata de una ecléctica obra conceptual que integra estilos musicales tan diversos como la psicodelia, la new age, la música sinfónica e incluso la sacra. El tercer movimiento de su excepcional “Symphony to the Powers B”, por cierto, sería incluido posteriormente en la banda sonora de la famosa serie divulgativa “Cosmos” (1980) de Carl Sagan (1934-1996). Otro disco de estudio que también merece una mención especial es “Spiral” (1977), un fascinante clásico de la música electrónica analógica caracterizado por el uso masivo de secuenciadores y en donde Vangelis empezaría a explorar las posibilidades sonoras que le ofrecía el Yamaha CS-80, que había sido lanzado al mercado ese mismo año. Uno de los temas más magistrales de toda su carrera, ese conmovedor himno generacional titulado “To the Unknown Man”, pertenece a este álbum. 





La verdadera consagración de este Genio en el campo de la música de cine tendría lugar en la década de los 80, gracias principalmente a dos bandas sonoras que lo elevarían al Olimpo de los Dioses. La primero, por supuesto, sería para una modesta producción británica dirigida por Hugh Hudson (1936-2023) y que, sorprendentemente, acabó consiguiendo cuatro Oscars de la Academia, incluyendo los de mejor película, mejor guion original y, por supuesto, mejor score. Nos referimos, efectivamente, a “Carros de fuego” (“Chariots of Fire”, 1981), cuyo célebre tema principal, sin ser en absoluto lo mejor de esta ya icónica partitura, ha acabado erigiéndose en el epítome musical del espíritu olímpico y la capacidad de superación del Ser Humano.


Llegados a este punto, es importante recordar que el muy instintivo proceso creativo de este compositor se basa en plasmar de manera espontánea, a través de la música, todo aquello que le van evocando las imágenes de película. Según sus propias palabras: “Veo los primeros flashes de la película, y entonces me pongo a tocar (…) no quiero crear algo que esté totalmente independiente de su punto de vista visual, así que yo prefiero ver lo que tiene propuesto visualmente y entonces me uno a ello.” Resulta increíble, en este sentido lo magistralmente que aparecen retratados los dos personajes principales de la película, Eric y Abraham, a través de sus respectivos temas musicales. El éxito sin parangón de “Carros de fuego” contribuyó a que el compositor acabara convirtiéndose en una celebridad a nivel mundial, muy a su pesar, dada su conocida timidez (en ocasiones confundida con hurañía) y proverbial reticencia tanto a las entrevistas como a cualquier otra forma de exposición mediática. 



El segundo gran triunfo del compositor en la música cinematográfica, posiblemente su más perfecta y relevante contribución al Séptimo Arte, fue, claro está, la banda sonora compuesta para el gran clásico de la ciencia ficción de Ridley Scott, “Blade Runner” (1982). Mientras que “Carros de Fuego” sirvió para refrendar la esplendorosa y exultante cualidad melódica de sus composiciones, “Blade Runner” nos mostró al genio de los sintetizadores en su elemento, creando envolventes, evocadores y visionarios paisajes sonoros que ilustraban el distópico futuro presentado en esta gran obra maestra. Sólo un gran mago de los teclados como él podía traducir impecablemente a sonido el concepto de “ciencia ficción” y llevarnos al futuro en una experiencia sonora inmersiva como jamás antes se había podido vivenciar en una película. Ya desde el mismo comienzo, la perfecta simbiosis de música e imagen conduce al espectador a un estado de perpetuo embelesamiento.


Después del tremendo éxito del que gozó la edición discográfica de “Carros de Fuego”, la Warner Bros trató de imponer la producción de una edición oficial de la banda sonora de “Blade Runner”. Sin embargo, el compositor se mostró reacio a hacerlo, arguyendo lo siguiente: “la razón por la que compongo para películas es porque (…) abre otras formas de expresión para mi música. Vi que “Blade Runner” era una película fascinante y suscitó en mí el deseo de poder interpretarla musicalmente. Creo que es natural para aquéllos que trabajan en el mercado discográfico asumir que debería salir un LP de “Blade Runner” como continuación del éxito de “Carros de Fuego”. Idealmente, sin embargo, creo que el peso de decidir cuándo una composición se pasa a disco debe recaer en el propio compositor”. Ése fue el motivo por el que, ante la negativa del compositor, a la Warner, que era la que poseía los derechos, no le quedara más remedio que editar una pésima versión de la BSO original interpretada por la New American Orchestra. Los fans de Vangelis tendríamos que esperar a los 90 para poder, finalmente, disponer de una edición de calidad y del agrado del músico, si bien incluso en ésta se sigue echando en falta música incluida originalmente en el gran clásico de la ciencia ficción.    .




Los 80 fue una década especialmente fructífera para el compositor, alternando trabajos de estudio en solitario tan diversos como “See You Later” (“1980”) y “Soil Festivities” (1984), con fabulosas colaboraciones con otros artistas, como por ejemplo “The Friends of Mr. Cairo” (1981) y “Private Collection” (1983), ambas con el solista de la banda Yes, Jon Anderson, aquella cósmica jam session grabada a principios de los 80 con el legendario grupo español de música planeadora Neuronium, la cual sería editada una década después con el título de “In London” (1992), o el disco “Rapsodies” (1986), para el cual volvería a reunirse con la cantante griega Irene Papas siete años después de su primera asociación artística para el igualmente interesante “Odes” (1979).






En lo que atañe a sus contribuciones al mundo del cine, podríamos destacar los documentales “Pablo Picasso” (“Pablo Picasso, peintre”, 1981) y “Sauvage et Beau” (1984), ambos de Rossif, el drama político de Costa-GavrasDesaparecido” (“Missing”, 1982), ganadora de la Palma de Oro, así como también, por supuesto, las extraordinarias “Motín a bordo” (“The Bounty”, 1984) de Roger Donaldson y “Francesco” (1989) de Liliana Cavani.



Me gustaría, no obstante, resaltar muy especialmente otras tres obras que constituyen, desde mi humilde punto de vista, importantes hitos en el corpus musicae del gran genio de Volos durante esta década. En primer lugar, la conmovedora banda sonora de la película “Antarctica” (“Nankyoku monogatari”, 1983) de Koreyoshi Kurahara, una sublime evocación musical que recrea nevados paisajes vírgenes de inmaculada belleza. Habría sido muy fácil, aprovechando el entorno polar en el que transcurre la historia del filme, haber recurrido a una música gélida, sin alma. Afortunadamente, si hay un músico que ha evitado incurrir en clichés a lo largo de su carrera, ése es Vangelis. No hay más que escuchar piezas como “Deliverance” o “Antarctica Echoes” para apreciar esa delicada calidez que nos recuerda que el corazón de la historia está, precisamente, en la relación entre los científicos y sus leales perros de trineo. Otros temas, como “Kinematic”, captan a la perfección la imponente magnificencia del paisaje antártico.  



En segundo lugar, “Mask” (1985), una imponente suite coral estructurada en seis movimientos y que sería posteriormente reutilizada, con desigual fortuna, en la película “Nosferatu en Venecia” (“Nosferatu a Venezia”, 1988) de Augusto Caminito (1939-2020) y Mario Caiano (1933-2015). Mediante la combinación de sintetizadores, instrumentos étnicos y orgánicos y, por supuesto, la imponente masa coral de la English Chamber Choir, esta excepcional incursión en la música sacra del nuevo milenio, lejos de redundar en los mismos tropos retóricos de trabajos precedentes, se permite transitar por senderos aún más ambiciosos en lo que atañe a la forma y el contenido. El resultado es una ecléctica y fabulosa sinfonía coral que encuentra su equilibrio en la sutil danza de los contrarios: la luz y la oscuridad, la carnalidad y la pulsión espiritual.

 

Finalmente, “Direct” (1988). Grabado en Atenas, el título hace referencia a un método de composición y grabación de modo directo, sin necesidad de agregar pistas, que permitía que ambos procesos pudieran darse de manera simultánea en el estudio. Esto era posible gracias a una especie de secuenciador MIDI fabricado por el ingeniero Scott Bill Marshall según las indicaciones del propio Vangelis, a partir de otro artilugio previo, conocido como “Zyklus” (The Zyklus MIDI Performance System), que había sido desarrollado por los técnicos Bill Marshall y Pete Kellock. Mediante este nuevo e innovador sistema, el músico podía grabar de manera inmediata cualquier idea que se le pasara por la cabeza, controlando todos los aspectos relativos a la música (efectos, instrumentos, tiempos, etc.) a la vez que la interpretaba. Lógicamente, todo esto garantizaba la máxima espontaneidad, que era algo fundamental en el enfoque compositivo de Vangelis, muy basado en la improvisación. Sin duda uno de sus discos más disfrutables, con temas tan maravillosos como "Dial Out", "Elsewhere", "Message" o "Intergalactic Radio Station".

 

Los 90 volvió a corroborar hasta qué punto la inspiración creativa del genio griego parecía no tener fin. Una nueva colaboración con el director Ridley Scott le permitiría volver a rozar el cielo con otra de sus mejores aportaciones a la música de cine, “1492: la conquista del paraíso” (“1492: The Conquest of Paradise”, 1992), una verdadera joya de exquisita sensibilidad en donde tendrían cabida desde esas épicas marchas corales tan características de su estilo compositivo, hasta momentos de una sublime trascendencia religiosa y espiritual. El corte que cierra la edición discográfica del score, titulado “Pinta, Nina, Sta. Maria (into Eternity)”, ejemplifica a la perfección la inmortal capacidad de fascinación que es capaz de ejercer la música del compositor griego, llevándonos más allá del tiempo y del espacio a otros mundos sonoros de una belleza prístina y atemporal.     




Entre las demás bandas sonoras compuestas en esta década destacamos la de “La peste” (1992), del director argentino Luis Puenzo, la cual incorpora la voz de un niño soprano en uno de los temas principales más memorables de toda su carrera, la fabulosa a la par que desoladora partitura creada para la muy malsana “Lunas de hiel” (“Bitter Moon”, 1992) del genial Roman Polanski, o la música para la película “Kavafis” (1996) de Yannis Smaragdis. Al margen del medio cinematográfico, Vangelis nos regalaría además cuatro destacables trabajos de estudio: “The City” (1990), un disco conceptual en torno a la vida diaria en una metrópolis contemporánea desde el alba hasta el ocaso; “Voices” (1995), un álbum espectacular cuyo hilo conductor es la voz humana en sus más diversos registros y modos de expresión; “Oceanic” (1996), una reivindicable oda a los océanos en clave “new age”; y, sobre todo, la que quizás podríamos considerar como la mayor obra maestra de toda su carrera, una majestuosa y conmovedora composición sinfónico-coral concebida en honor al célebre pintor cretense del Renacimiento Doménikos Theotokópoulos (1541-1614).

 








Dicha música había sido comercializada originalmente en el año 1995, en una edición limitada a 3.000 copias, con el título de “Foros Timis Ston Greco”, 1995), a fin de poder recaudar fondos para la adquisición de una de sus obras para una galería de arte en Atenas. Tres años después sería publicada por la Warner bajo el título “El Greco” (1998) con la incorporación de algunos temas adicionales. Vangelis traslada el sofisticado manierismo del insigne artista heleno al ámbito de la música, recreando su vida a través de refinadas pinceladas sinfónicas que logran evocar el acusado contraste entre la luz y la sombra característico de la técnica del claroscuro. La partitura confronta, así, pasajes luctuosos con otros que constituyen verdaderas epifanías sonoras, arrebatos místicos de inaudita belleza como el que nos ofrece su antológico Movement VIII. La soprano Montserrat Caballé (1933-2018), amiga del compositor, prestaría su voz a los momentos más líricos de esta inconmensurable obra maestra. 




Ya entrados en el nuevo siglo, entre sus últimos trabajos para el cine destacaríamos las bandas sonoras compuestas para la película de Yannis SmaragdisEl Greco” (2007), la cual no tiene absolutamente nada que ver con la música publicada en el año 1998, el extraordinario nuevo score compuesto en el año 2012 para la adaptación teatral de “Carros de fuego”, dirigida por Edward Hall y, por supuesto, la majestuosa aportación musical a la película “Alejandro Magno” (“Alexander”, 2004) de Oliver Stone, en donde volvería a combinar momentos corales de épica grandilocuencia con otros de carácter más intimista y contemplativo, algunos de ellos realmente excelsos, dando cabida, además, a exóticas a la par que sensuales melodías que evocan con suma sensibilidad la magia atemporal de tierras remotas y culturas ancestrales.




En lo que respecta a sus álbumes de estudio, la pasión de Vangelis por la exploración espacial inspiraría el tríptico conformado por la sinfonía coral “Mythodea, Music for the NASA Mission: 2001 Mars Odissey” (2001), de rimbombante ampulosidad, y los algo desangelados “Rosetta” (2016) y “Juno to Jupiter” (2021), en donde se apreciaba ya un inevitable desgaste creativo. Mucho más interesante me resulta su penúltimo disco, “Nocturne: The Piano Album” (2019). Haciendo honor a su título, el Maestro presentaba aquí una serie de piezas para piano (incluyendo alguna que otra versión de alguno de sus clásicos) de estructura libre y concebidas para ser deleitadas en la quietud de la noche. Algunas de ellas, como la sublime “Through the Night Mist”, podrían fácilmente incluirse entre las más hermosas composiciones para este instrumento que nos haya legado el compositor a lo largo de toda su carrera.


Después de más de cinco décadas de exploración sonora y musical, este exquisito teclista y muti-instrumentista vio su dilatada trayectoria reconocida con multitud de premios y condecoraciones, incluyendo el premio Max Steiner por su contribución a la música de cine, concedido en el año 1989, su nombramiento como “Caballero de la Orden de las Artes y las Letras” y “Caballero de la Legión de Honor” en 1992, el World Music Award en 1997 y la “Medalla al Servicio Público” otorgada por la NASA en 2003 (el más alto galardón otorgado por dicha agencia espacial a personalidades sin relación alguna con el gobierno).


En su país natal está considerado como toda una institución, habiendo sido nombrado Doctor Honorario y Profesor Emérito en la Facultad de Educación Primaria de la Universidad Nacional y Kapodistríaca de Atenas. En el año 2008, la American Hellenic Institute le concedió un premio a su antológica carrera artística como pionero de la música electrónica y su dedicada labor de promoción de las artes y cultura helénicas. ¡Incluso un asteroide, descubierto en el año 1995, fue bautizado con su nombre!




Vangelis ha sido siempre un ejemplo de integridad, impecabilidad e inquebrantable honestidad para con su Arte. Durante su amplia carrera musical en solitario, que se extendería a lo largo de cinco décadas, jamás se doblegó a modas o imposiciones comerciales, explorando géneros diversos (rock psicodélico, jazz fusión, new age, avant-garde, música cósmica, electrónica secuencial, ambient, sinfónico-coral, etc.), en un continuo afán de reinvención estilística. Hay muchos músicos que pierden rápidamente la frescura y creatividad de sus inicios y acaban sucumbiendo a la acomodada inercia de la rutina al segundo o tercer álbum. Dejan de ser “originales” para sonar siempre igual. Vangelis, por el contrario, mantuvo intacta esa inagotable capacidad de reinventiva durante las décadas de los 70, 80 e incluso, si bien en menor medida, durante buena parte de los 90.



Vangelis dedicó toda su vida al servicio de su Musa, la Música. Como Canal que era, se sentía a gusto improvisando. Nadie improvisaba como él a los teclados. Era un mago, un alquimista dotado de un talento melódico excepcional. Gracias a su carácter inquieto, inquisitivo y transgresor, hizo siempre lo que sentía que debía hacer, y lo hizo, además, mejor que nadie. Por ese motivo, no ha habido nadie como él, ni lo habrá. No puedo por menos que concluir este humilde y muy personal recorrido por la obra del Genio heleno, a modo de apéndice, con una selección de las que, para mí, constituyen sus más grandiosas aportaciones a la música instrumental del siglo XX, incluyendo colaboraciones con otros artistas y, por supuesto, sus invaluables contribuciones al medio cinematográfico.

 

Maestro, por haber puesto música a mi vida,

ευχαριστώ πολύ

 

 

Mis obras favoritas de Vangelis

 

1.       L’Apocalypse des animaux (1973) OST

2.       Entends-tu les chiens aboyer? (a.k.a. Ignacio, 1975) OST

3.       Heaven and Hell (1975)

4.       Spiral (1977)

5.       Opera Sauvage (1979) OST

6.       Chariots of Fire (1981) OST

7.       The Friends of Mr. Cairo (1981, con Jon Anderson)

8.       Blade Runner (1982) OST

9.       Antarctica (1983) OST

10.   The Bounty (1984, bootleg) OST

11.   Mask (1985)

12.   Direct (1988)

13.   Francesco (1989, bootleg) OST

14.   Bitter Moon (1992, bootleg) OST

15.   1492: Conquest of Paradise (1992) OST

16.   Voices (1995)

17.   Oceanic (1996)

18.   El Greco (1998)

19.   Alexander (2004) OST

20.   Nocturne: The Piano Album (2019)

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