martes, 25 de noviembre de 2025

La larga marcha (Francis Lawrence, 2025)

  


Sinopsis: En un futuro distópico, un grupo de adolescentes participa en una brutal competición, conocida como "La larga marcha", en donde deben caminar sin descanso y a un ritmo constante hasta que sólo uno quede en pie. Adaptación cinematográfica de la novela de Stephen King.

La relación del escritor Stephen King con el cine sigue gozando de un estimable estado de salud, como así lo corrobora la considerable cantidad de adaptaciones que hemos podido ver de estreno en el presente año 2025, desde "El mono" (Osgood Perkins) hasta la más reciente "The Running Man" (Edgar Wright), pasando por "La vida de Chuck" (Mike Flanagan, 2024) o la obra que aquí nos ocupa, "La larga marcha" (Francis Lawrence). Por más que los resultados sean muy irregulares la mayoría de las veces, resulta innegable que el corpus de King sigue siendo una inagotable fuente de inspiración para una industria, la de Hollywood, tan urgentemente necesitada de inspiración. 
 



Curtido en dirigir videos musicales desde mediados de los 90, el señor Francis Lawrence dio el salto al formato largometraje con su mediocre adaptación de "Constantine" en el año 2005. Dos años después vendría su insípida adaptación del gran clásico de Richard Matheson (1926-2013), "Soy Leyenda", a la mayor gloria de Will Smith, el cual nos hizo añorar al insustituible Vincent Price (1911-1993) en la muy superior "El último hombre sobre la tierra", dirigida por Sidney Salkow (1911-2000) & Ubaldo Ragona (1916-1987) en 1964. Lo peor, no obstante, estaba por llegar: "Agua para elefantes" en 2011 y esa bochornosa franquicia de cine-basura conocida como "Los Juegos del Hambre" (2012-2023), por la que este señor es conocido principalmente en la actualidad. Como puede apreciarse, el panorama no era a priori muy alentador. ¿Está el director intelectualmente a la altura de los desafíos que plantea una novela como la que aquí nos ocupa?

Por otro lado, el responsable de adaptar el guion es J.T. Mollner, conocido por dos filmes que también dirigió: "Ángeles y forajidos" (2016) y "Strange Darling" (2024). La obra literaria escogida en esta ocasión es "The Long Walk", escrita por King en la segunda mitad de la década de los 60, durante su primer año de universidad. El autor se vio inspirado por las marchas de 80 kilómetros que promovió el presidente John F. Kennedy (1917-1963) durante su mandato para mejorar la condición física de los jóvenes estadounidenses. Durante los años de gestación de la novela, el clima social y político en Norteamérica era, además, especialmente tenso y turbulento, marcado por los conflictos generacionales, las tensiones raciales, el desafío a las instituciones, la revolución juvenil, las luchas por los derechos civiles y, por supuesto, importantes conflictos armados como la guerra de Vietnam, que dividió profundamente al país, auspiciando toda clase de marchas masivas, protestas violentas e incitaciones a la desobediencia civil.  


Toda esta coyuntura histórica serviría de propicio caldo de cultivo para la gestación de “La larga marcha” y otros relatos pertenecientes a esta etapa incipiente en la carrera literaria del autor, más marcada por el realismo y la ciencia ficción. Siendo una obra muy temprana, más experimental, casi de “formación”, King necesitó varios años hasta sentir que estaba preparado para darla a conocer a todo el mundo. Hay que tener en cuenta que, por aquel entonces, el de Maine no tenía aún el reconocimiento que le granjearía, años después, “Carrie” (1974). Para cuando llegó el momento de publicarla, a finales de la década de los 70, el escritor decidió firmarla bajo el pseudónimo de Richard Bachman por dos motivos principales: en primer lugar, el carácter sombrío, airado y muy poco comercial de la obra, que además se distanciaba del género de terror sobrenatural por el que King era ya mundialmente conocido; en segundo lugar, para evitar una cierta saturación en el mercado que pudiera perjudicarlo, a tenor de la ingente cantidad de material que tenía aún por publicar.

Tomando como referente el relato “La lotería” de Shirley Jackson (1916-1965), una de sus autoras de referencia, Stephen King canalizó toda la rabia y frustración de aquella etapa vital para ofrecer una ácida crítica de su tiempo, muy alejada del carácter escapista que caracterizaría buena parte de su obra posterior. La trama de esta pesimista distopía, ambientada en una versión totalitaria de los Estados Unidos, gira en torno a una macabra competición nacional, bautizada como "La larga marcha". Sus jóvenes participantes deben marchar a un ritmo constante y sin detenerse durante días, hasta que sólo uno quede en pie. Al igual que los reclutas enviados, en la vida real, a morir sin motivo en guerras que no les concernían, los protagonistas de esta novela actúan como reses de camino al matadero, totalmente sometidas a un sistema tan deshumanizado como castrante.
 


Lamentablemente, y volviendo a la película de Francis Lawrence, los que esperen encontrar, en este despropósito, una buena adaptación cinematográfica del libro de King, van a llevarse una amarga decepción, El guion de Mollner, lejos de respetar la esencia de la novela, la altera significativamente en connivencia con el director, regurgitando así una traslación significativamente inferior al relato que la inspira, vacía del terror existencial, la ambigüedad moral y las corrosivas lecturas políticas que hacían de aquélla una novela tan impactante, no sólo en su estreno, sino incluso también en la actualidad. Veamos algunas de las diferencias más significativas con algo más de detalle, ya que esto nos ayudará a entender la magnitud del fracaso de esta película como adaptación.

Dejando a un lado ciertas divergencias en cuanto al sistema de selección de los participantes (en la novela se incide más en la idea de que los jóvenes no son más que meros engranajes dentro de un aparato político represivo) y los cambios en el número de "marchadores" (100 en la novela frente a los 50 de la película, lo cual va a propiciar una serie de modificaciones y reajustes inevitables, tanto en la caracterización de algunos participantes como en las dinámicas que se establecen entre ellos a lo largo de marcha), un aspecto que, en mi humilde opinión, altera significativamente el carácter de la competición es el hecho de que en la película la velocidad mínima ronda los 5 km/h, mientras que en la novela son unos 6,5 km/h, lo cual obliga a los jóvenes a trotar a un ritmo más ligero, añadiendo un extra de tensión y dramatismo a la prueba que se pierde totalmente en el filme.

 


La diferencia más importante, no obstante, tiene que ver con el tratamiento que reciben dos de las figuras principales de la novela, empezando por el protagonista, Ray Garraty (Cooper Hoffman). En la obra de King, se trata de un personaje trágico, víctima de un sistema cruel y alienante. A medida que avanza la trama, va perdiendo no sólo la inocencia, sino también la cordura, en un declive psicológico realmente espeluznante. Los motivos que lo han impulsado a participar en la competición se mantienen en el ámbito de la ambigüedad y la abstracción, y aunque al final de la competición consigue sobrevivir a todos sus compañeros, lo hace con la mente dañada irreparablemente. En la película, por el contrario, su motivación para formar parte de la larga marcha es su deseo de venganza por la muerte de su padre a manos del Mayor, aunque al final se sacrifica, en un inesperado acto de redención personal, para que pueda ser Pete McVries el que sobreviva a la prueba y cumpla su sueño.

En lo referente a McVries (David Jonsson), en la novela es un personaje psicológicamente complejo, con un marcado punto de autodesprecio, y que actúa a modo de antagonista emocional de Ray. Su participación en la competición podría entenderse como una respuesta a sus propios traumas personales, entre ellos su conflicto con su exnovia y un sentimiento de alienación. En el filme, el personaje se convierte en un aliado leal cuya motivación será la de acompañar, proteger e incluso catalizar el arco heroico de Garraty. El guion de Mollner atenúa su cinismo y el componente de autodesprecio al que antes hacíamos referencia, convirtiéndolo en alguien mucho más generoso y comprometido, privado de la ambivalencia que sí le confería Stephen King en su relato. 



Todos estos cambios, y muchos otros que darían para un análisis comparativo mucho más exhaustivo del que pretendo elaborar en esta crítica, diluyen el amargo nihilismo político y psicológico de la novela original para impregnar la historia de una lectura mucho más convencional, cercana a pueriles distopías juveniles del tipo “Los juegos del hambre” (¡sorpresa!), y con una reinterpretación moral bastante más cerrada, menos ambigua y, en definitiva, adulta. Incluso el personaje del Mayor, que en la novela adquiere un estatus de símbolo ideológico, es transformado en la película en un villano estereotipado para, suponemos, poder así explotar más la participación del actor Mark Hamill.

Soy plenamente consciente de que una película NO es una novela y que, a la hora de realizar una adaptación para el cine de una determinada novela, es, hasta cierto punto, inevitable realizar algunos cambios, como también es inapelable el hecho de que trasladar una obra literaria a un medio tan eminentemente visual como el cinematográfico va a conllevar, irremediablemente, una cierta simplificación en la complejidad de su semántica discursiva. Puedo comprender, pues, que la película opte por conferir un mayor protagonismo al personaje de McVries. Puedo incluso aceptar (que no compartir) que se tomen la licencia de cambiar el final y hacer que sea éste, y no Garraty, el que acabe sobreviviendo la larga marcha… siempre que se justifique el capricho de manera convincente, lo cual no es el caso aquí. 


La trama de la película está construida de tal manera que, para cuando vamos aproximándonos al final, se nos plantea una doble casuística: que sobreviva Garraty (como en el libro) o que sea McVries el ganador. El primero está motivado por el deseo de venganza, mientras que el segundo, que actúa en la película a modo de contrapeso vitalista de Ray, desea aprovechar el premio para "mejorar el mundo". Desde el momento en el que la película se decanta por McVries, en un acto que, realmente, podría suponer un emotivo acto de redención para Garraty, se da un posicionamiento moral claro y perfectamente definido: el triunfo de la bondad y el altruismo por encima del odio y la violencia. Sorprendentemente, una vez que Ray se ha sacrificado para que su amigo pueda “cambiar el mundo”, éste se limita a hacer, precisamente, lo que aquél tenía intención de hacer: coger un fusil y aniquilar al Mayor.

Este final, totalmente absurdo e injustificado, invalida instantáneamente el sacrificio de Garraty. Dado que al final lo que prevalece es el deseo de venganza, ¿qué sentido tiene la victoria de McVries? Desde el momento en el que el superviviente toma el arma para ametrallar al Mayor, el acto de inmolación de Ray pierde totalmente su sentido. Si al menos el guion de la película hubiera mostrado una caracterización más ambivalente de Pete, tal y como se muestra en la novela, este súbito cambio de motivación habría podido tener un poco más de sentido. Desgraciadamente, ése no es el caso, por lo que su decisión final resulta completamente forzada y gratuita, en un lamentable intento por impactar al espectador a cualquier precio. Puestos a priorizar el deseo de venganza por la muerte de su amigo, ¿acaso hay un acto 
mayor de rebeldía y disidencia en un estado totalitario que la posibilidad de cambiar, y mejorar el mundo? Si lo que McVries deseaba era vengar a su amigo, ¿no habría sido ésa la forma más contundente de hacerlo? ¿Qué cambia matando a un simple peón del engranaje tiránico? Son decisiones infundadas como ésta las que lastran el conjunto de una película necia, errada tanto en su fondo como en sus formas. El final de la novela es perturbador, nihilista y angustioso, y funciona porque todo lo que el autor ha ido narrando a lo largo de su historia conduce, irremediablemente, a ese final. Hay una coherencia interna que está del todo ausente en la película. 
 


Sorprende, y mucho, que el propio King aprobara semejante dislate de final. Bueno, quizás no tanto, teniendo en cuenta sus muy discutibles opiniones sobre adaptaciones previas de su obra (que se lo digan si no a Kubrick). La marcha, en la novela, no es una metáfora de rebelión, sino de sometimiento; es un ritual de obediencia y muerte, una maquinaria que pulveriza la individualidad, excluyendo cualquier posibilidad de redención o catarsis final. También puede interpretarse como una alegoría de la violencia institucionalizada y ese entretenimiento que canibaliza e insensibiliza a la sociedad contemporánea. La ausencia de motivaciones claras y racionales en los jóvenes que participan en la marcha da a entender que el ser humano participa en su propia destrucción, movido por impulsos que es incapaz de comprender o controlar. La individualidad se disuelve, así, en una estructura de control fagocitaria que presenta la muerte como espectáculo.

La película, al menos hasta su obtuso desenlace, desplaza estas lecturas hacia un marco ético más acusado, entre optimista y heroico, dando a entender que es posible rebelarse y subvertir el orden establecido a través de actos de sacrificio, violencia y, en definitiva, una visión algo distorsionada del concepto de heroísmo. ¿Ésa es la manera de cambiar el statu quo, fusilando al enemigo? El filme de Lawrence personaliza el conflicto aportando motivaciones más definidas que se prestan a una lectura mucho más convencional de la marcha como la lucha contra un villano externo y claramente definido, en vez de como un agente sistémico impersonal. Mientras que el relato está concebido para provocarnos incomodidad, para dislocar nuestra empatía con los protagonistas y obligarnos a confrontar esa fascinación colectiva por la violencia, el filme promueve la identificación plena del espectador con los protagonistas buscando una catarsis más tradicional que, no obstante, la propia película se encarga de boicotear en un final tan incoherente como irracional. Ni que decir tiene, esa autocrítica del espectador/lector como consumidor de la violencia se diluye totalmente en el filme.


Todo esto denota un burdo viraje ideológico y cultural hacia narrativas bastante más simplistas e intelectualmente yermas, lo cual es algo sintomático del cine que se factura y produce actualmente en los Estados Unidos. La novela denuncia con desgarradora honestidad y deja la herida abierta, lacerante, mientras que la película busca curar y cerrar esa herida, por más que, en última instancia, demuestre no tener los conocimientos mínimos necesarios de medicina para hacerlo de manera satisfactoria, transformando una fábula cínica sobre la fascinación social por la violencia en un drama muy poco original sobre la amistad, el sacrificio (mal entendido) y la posibilidad de justicia personal.

Mi calificación: ** sobre *****

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