1. Introducción
Este año hemos podido ver en cines un buen número de adaptaciones cinematográficas de obras literarias, algunas más ilustres que otras. Exceptuando casos concretos como las extraordinarias "La vida de Chuck" (Mike Flanagan, 2024) y "Sueños de trenes" (Clint Bentley, 2025), la realidad es que la inmensa mayoría de dichas adaptaciones no sólo no hacen justicia al modelo en el que se inspiran, sino que incluso acaban mancillando su legado. Esto no hace más que poner de manifiesto, una vez más, el paupérrimo nivel literario, artístico e intelectual de los guiones que se cuecen hoy día, a fuego (muy) rápido, en los fogones de la decadente y cochambrosa industria cinematográfica actual.
Podría citar como ejemplos de pésimas traslaciones al medio cinematográfico títulos como "La larga marcha" (Francis Lawrence, 2025), ya reseñado en este blog, o "Frankenstein" (Guillermo del Toro, 2025), en donde el cineasta mexicano toma los elementos que le interesan de la novela de Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851) para reforzar su obstinado mensaje de "amor a los monstruos" desde la maniquea simpleza que caracteriza su cine. Sin embargo, lo peor estaba aún por llegar. No se me ocurre una novela que haya sido más vapuleada, deformada y tergiversada a lo largo de sus múltiples adaptaciones cinematográficas que "Drácula" (1897) de Abraham Stoker (1847-1912). Esto ha provocado que se haya extendido como "verdad" una idea totalmente distorsionada del libro y el mítico vampiro; una visión humanizada y muy edulcorada del concepto original que ha ido asentándose y arraigándose en el inconsciente colectivo de tal manera que ya no hay manera de extirparla y reencauzarla. El daño está hecho, y de manera irreparable.
2. ¿"Basada en la obra de Bram Stoker”? Va a ser que no.
A día de hoy, son muchos (demasiados) los que siguen sosteniendo que la versión del Maestro Francis Ford Coppola, titulada “Bram Stoker’s Dracula” (1992), es la adaptación más respetuosa de la novela jamás acometida para el medio cinematográfico. Esto es una falacia que denota una ignorancia supina por parte de personas que, probablemente, ni siquiera se han molestado en leer el libro. La realidad es que el guion de James V. Hart se tomaba importantes licencias que acabaron desvirtuando sin remedio el espíritu y la esencia del gran clásico universal de la literatura de terror. Esto no tendría por qué haber sido un problema si el filme hubiera asumido abiertamente su condición de "interpretación" libre (y muy personal) de la verdadera historia literaria del conde vampiro, lo cual no fue el caso. Incluso la pretenciosa inclusión del nombre del escritor irlandés en el título contribuyó, aún más, a generar unas absurdas expectativas que jamás se vieron satisfechas.
En puridad, la película de Francis Ford Coppola tan sólo es fiel a la fuente de la que bebe en los aspectos más externos y superficiales del relato, tergiversando con bastante descaro lo esencial de la historia en lo que no deja de ser una reinterpretación romántica y muy dramatizada del conde transilvano, convertido aquí en una especie de antihéroe trágico dispuesto a “cruzar océanos de tiempo” para reencontrarse con la reencarnación de su amor perdido, Elizabetha. Una visión que, para más inri, no era en absoluto novedosa, ya que estaba claramente inspirada en la reivindicable adaptación ofrecida por Dan Curtis (1927-2006) casi dos décadas antes. El filme establecía, además, una vinculación entre el célebre vampiro literario y el personaje histórico Vlad III de Valaquia (ca. 1431-1476), también conocido como Vlad el Empalador, algo que tampoco se explicita en el libro pero que, igualmente, se incluía en la versión de 1974 a la que antes hacíamos referencia.
Llegados a este punto, probablemente os estaréis preguntando: ¿esto es una crítica del Drácula de Coppola o del Drácula de Besson? En realidad, lo es de ambas, porque para entender el inmundo despropósito que ha regurgitado Luc Besson es inevitable retrotraerse a la película de 1992, de la que esta nueva versión actúa a modo de "remake". Esto es lo más divertido de todo: mientras que la película de Coppola era una deformación de la novela de Stoker, la de Besson es una "deformación de la deformación" de Coppola, en uno de los estropicios cinematográficos más ridículos, idiotas y bochornosos que haya tenido la desgracia de sufrir a lo largo de toda mi vida.
3. Acerca de Luc Besson
Al señor Besson lo descubrí a principios de los 80 con la interesante "Kamikaze 1999" (1983). Cinco años después estrenaría la que considero que es una de las mejores obras de toda su carrera, la extraordinaria "El gran azul" (1988). Durante un período de, aproximadamente, diez años que, sin duda alguna, constituye su etapa de mayor fertilidad creativa, iría conformando un corpus fílmico muy personal, alternando maravillas tales como "El profesional (León)" (1994), con otras, a mi juicio, algo más irregulares, como por ejemplo "Nikita, dura de matar" (1990), lastrada por un histerismo que encuentro bastante cargante. Besson pertenecía a una nueva generación de realizadores interesados en revitalizar el cine de género en su país, enfocándose especialmente en categorías tan populares como la acción y la ciencia ficción, a través de un estilo visual muy marcado y una idiosincrasia que tendía un puente entre el cine comercial y el de autor, si bien sus películas estaban orientadas, en líneas generales, a un público más joven.
Su labor como productor al frente de EuropaCorp (fundada a principios de los 90 como Leeloo Productions) ha tenido una importante repercusión en la industria del cine europeo, atrayendo a estrellas de prestigio internacional (Robert De Niro, Morgan Freeman, Tommy Lee Jones, John Malkovich, Liam Neeson, Ewan McGregor, etc.) e impulsando el cine comercial de acción y fantasía en productos capaces de competir, en términos de ruidosa espectacularidad, con ostentosas producciones hollywoodienses tales como las de de Jerry Bruckhaimer. No obstante, y volviendo a su labor como director, considero que la segunda mitad de los 90 marcaría el comienzo de un progresivo declive artístico del que el cineasta jamás ha llegado a recuperarse. "El quinto elemento" (1997) supondría, en este sentido, un antes y un después en la filmografía del director parisino. Su obra más comercial (80 millones de dólares de presupuesto) hasta la fecha fue también uno de los ejercicios de onanismo autocomplaciente más horteras e insufribles de toda su carrera. Incomprensiblemente, le granjearía el suficiente éxito y reconocimiento internacional como para terminar de apoltronarlo en el ámbito de un aparatoso cine "mainstream" de carácter más alimenticio, perezoso, exento de vida, riesgo e inventiva. Y así llegamos a "Dracula: A Love Tale".
4. Drácula deconstruido... una vez más
Siendo honestos, el tráiler ya anunciaba una hecatombe, y por si todavía pudiera quedar alguna duda, el propio director se encargó de disiparlas por completo con declaraciones como la que se reproducen a continuación: "Hay un lado romántico en el libro de Bram Stoker que no se ha explorado mucho. Es una historia de amor sobre un hombre que espera durante cuatrocientos años la reencarnación de su esposa. Ese es el verdadero núcleo de la historia: esperar una eternidad el regreso del amor". Llegados a este punto, no puedo evitar preguntarme si, realmente, el señor Besson se ha leído la novela o si, más bien, se encuentra en el grupo de aquellas personas que, habiendo visto la adaptación cinematográfica de 1992, se creen que ya conocen el libro. No se me ocurre otra manera de justificar tamaña necedad.
Como ya expliqué (y argumenté) en mi estudio sobre las principales adaptaciones cinematográficas del libro comprendidas entre los años 1922 y 1992, el vampirismo en la novela de Stoker está totalmente ausente de cualquier atisbo de connotación romántica, puesto que es un elemento al que se le atribuye un valor meramente corruptor. Corruptor de la pureza, corruptor de la inocencia. Drácula se nutre de todo lo que es puro y pío para pudrirlo, emponzoñarlo y pervertirlo. Eso es lo que motiva todas y cada una de sus acciones. En la película de Besson (y, por ende, también en la obra en la que se inspira, esto es, la adaptación de 1992 y NO, insisto, la novela), el vampiro reniega de Dios por amor, condena su alma por amor y alcanzar la redención final gracias al amor. Se busca, en todo momento, que el espectador empatice con el trágico destino del personaje, fomentando un sentimiento de lástima, empatía y conmiseración. Nada de esto pertenece a la novela. Ni siquiera se insinúa.
Lo más indignante es que el director tenga encima la desfachatez de justificar esta insania alegando que ese supuesto lado romántico del libro (sic) “no se ha explorado mucho”. Al menos Coppola y Hart "hicieron sus deberes" y demostraron ser grandes conocedores del rico legado cinematográfico de Drácula, incluyendo guiños y referencias a muchas de las adaptaciones previas del libro. Por otro lado, las muy cuestionables licencias que se tomaba la versión de 1992 en la representación del icónico vampiro transilvano se veían compensadas, al menos, por sus apabullantes logros estéticos y cinematográficos. En otras palabras, pese a su condición de adaptación fallida, como película “Bram Stoker’s Dracula” se elevaba en una suntuosa, estilizada y muy barroca sinfonía del horror, de embriagadora belleza, ante la que, aún hoy día, es imposible mantenerse indiferente.
5. Suspendido por copiar... mal
Desgraciadamente, como cineasta Luc Besson no le llega a Coppola ni a la suela de los zapatos, y su película, por llamarla de alguna manera, termina siendo una mala copia de aquélla sin ninguna cualidad original que la pueda redimir. Teniendo en cuenta que ambos filmes cuentan con un presupuesto similar (entre los 40 y los 45 millones de dólares), no deja de resultar significativo lo mal que luce esta nueva versión en comparación con la de Coppola, estrenada 3 décadas antes. A la muy pedestre dirección de un director en horas bajas y un rudimentario guion henchido de idiotez hay que añadir un diseño de producción tan exangüe como desangelado; en el colmo de su frustrante impersonalidad necesita, obstinadamente, inspirarse en aquélla, saqueando en su intento todo aquello que hacía de la adaptación de 1992 una obra visualmente tan cautivadora, desde la fotografía de Michael Ballhaus (1935-2017) hasta el estilizado vestuario de la diseñadora japonesa Eiko Ishioka (1938-2012).
Nunca he sentido especial entusiasmo por la caracterización del personaje ofrecida por Gary Oldman (para mí Christopher Lee [1922-2015] siempre será EL referente), mas reconozco que la ridícula encarnación de Caleb Landry Jones llegó a provocarme vergüenza ajena en más de una ocasión. Hay escenas concretas en donde tenía la impresión de que su inspiración no era el conde vampiro de Oldman, sino el interpretado, con muchísima más gracia, por el gran Leslie Nielsen (1926-2010) en aquella parodia de Mel Brooks titulada "Drácula, un muerto muy contento y feliz" (1995). Podría hacer un esfuerzo y tratar de encontrar peores personificaciones del vampiro transilvano, pero admito que hasta Carlos Villarías (1892-1976) me resulta más convincente.
El Drácula de Luc Besson es, en definitiva, una oda a lo hortera, el capricho de un señor con mucho dinero (¡45 millones!) y que se cree, en un acto de errada pretenciosidad sin precedentes, que tiene "algo nuevo" que aportar a una historia que ya conocemos hasta la extenuación porque, en realidad, nos la han contado ya, y mal, demasiadas veces en el cine. A tenor de los resultados, es evidente que la propuesta del cineasta parisino está vacía de ideas, más allá de unas gárgolas cutrísimas que parecen sacadas de una versión en imagen real de "El jorobado de Notre Dame" (1996) de la Disney. Sin embargo, lo peor de este monumental ejercicio de ignorancia cultural es la subyacente falta de respeto, tanto a la obra que afirma haberlo inspirado, y de la que nada conoce, como a los propios espectadores que albergaban la ingenua esperanza de ver una película no ya extraordinaria (tampoco vamos a pedirle peras al olmo) sino, al menos, decente.
6. Defendiendo lo indefendible
Por supuesto, tanto en algunos círculos de la crítica “especializada” como en la de algunos aficionados al género, encontramos, una vez más, a los abanderados de las causas imposibles, que son las únicas personas que podrían realmente defender semejante dislate. Lo hacen, cómo no, atacando a aquéllos que piensan de manera diferente a ellos, sentando cátedra con falsos axiomas como esa absurda falacia de que "el cine es para disfrutar". Por más que nos refiramos al cine como el "Séptimo Arte" (según el manifiesto publicado en el año 1911 por el dramaturgo, periodista y crítico de cine italiano Ricciotto Canudo), hay personas que insisten, reiteradamente, en reducirlo a la condición de "entretenimiento insustancial", negándole cualquier otro tipo de valor adicional que, evidentemente, son incapaces de entender o apreciar. Este tipo de denigrantes actitudes, ausentes en otros ámbitos artísticos y asentadas en un conformismo atroz, proliferan actualmente como una contagiosa epidemia de analfabetismo.
Otra recurrente barbaridad esgrimida a la hora de defender esta adaptación es su supuesta adherencia a postulados, tanto de índole estética como discursiva, propios del cine de "serie B". Desde esta extravagante perspectiva, únicamente los "auténticos amantes de la serie B" (sea lo que sea que signifique esto) podrán apreciar y disfrutar de la propuesta de Besson, ya que es a ellos a los que la película iría dirigida. A estas personas les enseñaría lo tremendamente idiota que resulta hablar de “serie B” a la hora de defender una película “mainstream” de 45 millones de presupuesto como la que aquí nos ocupa. A la hora de apoyar tan distorsionada tesis ponen como ejemplo la estupenda "Subspecies" (1991) de Ted Nicolaou, un filme de 2 millones de presupuesto que no podría estar, espiritualmente, más en las antípodas de este "Drácula", una película comercial inflada a millones que, simplemente, es mediocre; no porque busque serlo, de forma deliberada, desde una supuesta militancia en lo “kitsch” o por afinidad al espíritu de la “serie B”. No, el motivo es mucho más simple. Es un bodrio porque la dirige un señor que, artística e intelectualmente, no da mucho más de sí.
Mi calificación: 0 de ****







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