domingo, 18 de agosto de 2024

A fuego lento (Tran Anh Hung, 2023)

 

 

El director vietnamita afincado en Francia Trân Anh Hùng (El olor de la papaya verde, 1993) reúne a Benoît Magimel y Juliette Binoche, los cuales fueron pareja en la vida real, para protagonizar su nueva película, La passion de Dodin Bouffant, seleccionada por el país galo para competir por el Oscar en la categoría de “Mejor Película Internacional” después de que se alzara con el “Premio a la Mejor Dirección” en el Festival de Cannes de este año.  

La película es una adaptación libre de la obra La vie et la passion de Dodin-Bouffant, gourmet, escrita por el novelista, dramaturgo, periodista, historiador y escritor gastronómico suizo Marcel Rouff en el año 1920. Ambientada en un château de la campiña francesa a finales del siglo XIX, el director nos narra, con una elegancia exquisita, la plácida y conmovedora relación sentimental que se establece entre Eugenie, una cocinera de prestigio, y Dodin, el célebre chef y gourmet para el que trabaja desde hace unos 20 años. Un amor, pues, cuajado a fuego lento. 

 

Esta película es todo un homenaje al patrimonio gastronómico y vinícola de Francia, una deslumbrante carta de amor al arte de la cocina y el placer del buen comer en un momento histórico en el que la cocina francesa sentaría las bases para la cocina moderna. Arranca con una secuencia de, aproximadamente, una media hora de duración en donde asistimos al proceso de elaboración de un pantagruélico banquete con sabor a consomé, volován de marisco, rodaballo a la nata, cordero al horno con coles de Bruselas y, de postre, tortilla noruega. 

 


Esta hipnótica coreografía de gestos, miradas, silencios y parcas directrices verbales entre mesas, calderos, ollas de cobre y fogones trasciende el mero acto culinario para devenir un acto sublime de amor entre su pareja protagonista, unidos por una pasión común. En un momento importante de la película, Eugenie le pregunta a Dodin qué es ella para él, si su mujer o su cocinera; él le responde lo segundo, y al hacerlo no está sino declarándole un amor que va más allá de los burdos convencionalismos. ¿Acaso no subyace, en ese sensual ballet coreográfico de hervores y maridajes la más pasional de las alquimias? Los momentos que comparten en la cocina son actos de creación compartida desde una complicidad amorosa que no necesita evidenciarse.

 


Todo ello es filmado, con suma sensibilidad, por el director vietnamita, implicando sensorialmente al espectador a través no sólo de lo que ven nuestros ojos, sino también de lo que intuye nuestro olfato. Resulta interesante añadir que esta película carece de una banda sonora que pudiera haber acaparado nuestra atención, como si el cineasta buscase priorizar lo que vemos y "olemos" por encima de lo que oímos. La elección del título A fuego lento, por cierto, se nos antoja de lo más acertada, puesto que ésta es una película cocinada sin prisas y que se toma su tiempo en elaborar y presentar su opíparo festín de sabores, olores y texturas.

La sensitiva cámara de Trân Anh Hùng se ve además perfectamente realzada por la prodigiosa labor de fotografía de carácter impresionista de Jonathan Ricquebourg, la cual consigue evocar lienzos de eximia poesía a través del juego con la luz natural, tanto en los interiores del château como a las afueras, en paisajes de bucólica belleza. El uso de la luz, los encuadres y el “tempo” eleva la película, en definitiva, a la categoría de arte. No es ésta una película para ser analizada desde los dictámenes de la arrogante intelectualidad, sino, más bien, para ser degustada sensorialmente desde ese estado de sereno deleite y embelesamiento al que nos conducen sus imágenes.   

 


 

Los rituales que rigen el arte culinario se erigen en el verdadero protagonista de la película, por encima incluso de la progresión narrativa en lo que atañe a la peculiar relación sentimental entablada entre ambos protagonistas. Parece como si, más que contar una historia desde la ortodoxia, Trân Anh Hùng buscara reivindicar, por encima de todas las cosas, la ciencia y el arte del oficio culinario. De esta manera, aunque tanto Magimel como Binoche están espléndidos en sus respectivos papeles, ambos son conscientes de que el verdadero protagonista de esta historia es el meticuloso proceso de preparación, horneado y condimentación de carnes, pescados, legumbres, huevos, champiñones y salsas. Por este motivo, el director buscó el asesoramiento de expertos como el historiador gastronómico Patrick Rambourg, el cual ayudó a determinar qué menús tendrían sentido en el contexto histórico en el que se enmarca la película, o el chef de alta cocina Pierre Gagnaire, encargado de revisar dichos menús, así como también de elaborar todos y cada uno de los platos que aparecen en pantalla.

En este contexto, Trân Anh Hùng va cociendo una historia de amor otoñal abordada de soslayo pero que desborda ternura y profundidad. Un amor sereno y maduro que nace de la complicidad y el reconocimiento mutuo. Un amor que no necesita acaparar más protagonismo porque anida y se manifiesta en los gestos, los detalles, las miradas y las sonrisas más sutiles e imperceptibles. Un amor que, en realidad, permea cada plano, cada secuencia de esta prodigiosa y refinada joya cinematográfica sobre el amor y la amistad que rinde un sentido homenaje a la creatividad y el invaluable acervo gastronómico de la humanidad. 

 


Después de haber apelado a nuestra vista y olfato durante sus más de dos horas de duración, la película concluye, ahora sí, embelesando nuestros oídos con la sublime Meditación del Segundo Acto de la ópera Thaïs, compuesta por Jules Massenet en la misma época en la que transcurre la historia de Eugenie y Dodin. Durante este intermezzo sinfónico, se narra el momento de meditación que vive la Santa Thaïs, una hedonista cortesana de Alejandría y seguidora de Venus, ante la propuesta que le hace el monje cenobita Athanaël de que abandone su vida disoluta entregada al placer para buscar la salvación en Dios. No deja de resultar paradójico el uso de esta música en concreto en los créditos finales de una película tan, aparentemente, hedonista como ésta, si bien esto podría, quizás, estar apuntando a la idea de que también es posible experimentar esa redención espiritual en los embriagadores placeres de la gastronomía. 

Mi calificación: **** sobre *****          

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